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Josep Pla y la dificultad de escribir en catalán

Josep Pla. ARCHIVO
photo_camera Josep Pla. ARCHIVO

Pla escribía con frecuencia en bibliotecas, especialmente en las de los Ateneos de Barcelona y Madrid. También se prodigaba mucho en los cafés. En el Cuaderno gris expresa su preocupación por el estilo y narra su proceso de formación como escritor. Tiene muy claro lo que no le gusta. Comentando la lectura del poeta Verdaguer, señala: "La sensación de vacío, la escombrera de verbalismo, glorioso, efectista, pero totalmente desligada de la vida humana auténtica, la sonoridad grandiosa de las estrofas, me esteriliza toda posibilidad de atención o de curiosidad".

Resultó arduo para él encontrar su estilo, algo que tiene que ver con la construcción de la identidad personal (como propugnaba Gil de Biedma). Se suele aceptar, en este sentido, la tesis de que el estilo es la persona. Empero, esta tarea representaba un esfuerzo añadido para el escritor pionero en el empleo de una lengua vernácula no muy rodada o trabajada, como sucedía, a comienzos del siglo XX, con el catalán o el gallego: "Por la tarde trato de escribir algo. Desaliento, fatiga nerviosa delante de las diabólicas dificultades del escribir. Cuando trató de fijar sobre el papel alguna cosa para publicar, lo que hago me sale instintivamente pedante oscuro y pretencioso. El catalán es además dificilísimo, es una tierra virgen, un campo arado superficialmente. Las frases hechas -que son parte principalísima para el que escribe en las grandes lenguas- no pueden utilizarse en catalán por ser rurales o vulgarísimas. Llegar a una cierta fluidez es endemoniadamente difícil".

Pla se alojaba, en su época juvenil, en una pensión, cuyo ambiente le parecía horrible. Para escapar de ella, acudía primordialmente por la noche, a la biblioteca del Ateneo, en el que se da de alta -¡su trabajo le cuesta afrontar el pago de la cuota!-. Conoce muy pronto al joven bibliotecario, con ínfulas de poeta novecentista, que le propone participar en los juegos fl orales de una población cercana a Barcelona. Para animarle, le comenta que había premios en metálico y le dice que lo que hay que hacer es encontrar el modo para apoderarse de ellos. A pesar de que apenas conoce a Pla, le hace una confi dencia: la única fi nalidad de los juegos fl orales consiste en obtener todos los premios, no sirven para nada más. El codiciosa bibliotecario tiene una estrategia: para alcanzar este objetivo conviene formar un equipo de amigos y actuar enérgicamente. Él llevará el peso principal: con el presidente de los juegos es como uña y carne; conoce además un cura muy influyente. En pocas palabras: a Pla le parece entender que en la comarca de referencia había dos grupos literarios que viven como el perro y el gato, de una manera irreductible. Él es uno de los elementos destacados de su grupo y esta facción prefiere aliarse con elementos forasteros antes que presenciar el desagradable espectáculo de que alguno de los premios sea atribuido a la facción contraria. El grupo quiere ir al copo de todos los premios, ese es el ideal. Tal es el negocio que le plantea el bibliotecario, pero Pla le responde que los negocios no le interesan.

-¿Pues qué le interesa, entonces? Me ha dicho que usted escribía…

-Pues mire de una manera perentoria me interesaría que me dejase tranquilo.

El bibliotecario, azaradísimo, se marchó bastante enfadado.

A Pla le gustaba Flaubert: de joven quería comprar sus obras completas, pero le resultaban muy caras. Lamentaba mucho no pertenecer a una familia que dispusiera de una amplia biblioteca. Su padre fue un pequeño propietario rústico emprendedor, que lo apesadumbró en su juventud con sus negocios ruinosos. ¡Si no se hubiera movido, habríamos vivido mucho mejor!, comentaba, haciendo gala de su incipiente sentido conservador (el sueño de Pla consistía en llegar a ser notario). Ahora bien, como gastrónomo en ciernes se consuela un poco pensando en que su madre era una excelente cocinera. Leía incansablemente: Balzac le parecía un escritor pesado, aburridísimo. Incurría en su opinión en un grave pecado, para su código literario: "No hay manera de encontrar en sus novelas un adjetivo preciso, exacto, que responda a la verdad".

Resultó arduo para él encontrar su estilo, algo que tiene que ver con la construcción de la identidad personal (como propugnaba Gil de Biedma)

Pla leyó con admiración toda la obra de Pío Baroja y constató que su influjo fue determinante en los escritores catalanes de su generación. Lo consideraba un autor realista, de sensibilidad muy aguda, que dibujó los mejores retratos y paisajes en lengua castellana. Además, perfiló admirablemente la vida de las gentes que hormigueaba en la España de su tiempo. Sostenía el periodista ampurdanés que el estilo barojiano, un tanto descuidado, se amolda mucho más a la realidad que el de Galdós, que en su opinión está lleno de molduras de yeso literarias. Pla era consciente de que algunos le reprochaban a Baroja su modo de escribir desfibrado; pero en su opinión, quienes lo enjuiciaban así era porque entendían la literatura como un arte retórico y formalista, enfoque que ya entonces le parecía que no tenía ningún valor, ni siquiera en Francia donde campaba por sus fueros la ampulosidad retórica. Afirmaba que Baroja estaba al corriente de la sensibilidad literaria europea a la que estaba ligado. Pero no todo le gustaba en el autor de La busca. "El defecto de Baroja es que es un hombre de adjetivo ligero. A veces juzga, adjetiva ligeramente, lanza los epítetos como los burros los pedos". A pesar de esta supuesta ligereza, todavía le otorgaba otro mérito: aunque su visión de la sociedad española era un tanto acre y deprimente, nunca hay en su prosa afectación, peluquería ni guante blanco.

En los medios hispanistas de las universidades norteamericanas, Baroja era el noventaiochista que interesaba más. Fue el único español que influyó en la decisiva Lost Generation: especialmente en Hemingway, que le rindió sus respetos portando su féretro en Madrid.

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