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Julio Camba: El arte de la brevedad

No tenía el menor interés en figurar, ocupar cargos, ejercer influencias o recibir homenajes en banquetes -algo muy típico en la época-
Julio Camba
photo_camera Julio Camba

HAY UNA expresión de Juan Benet, en Volverás a Región, que cuadra como un guante al siglo de Julio Camba: Una edad sin razón, habitada por un pueblo sin la menor medida en el consumo de su imprudente orgullo. Hubo desde luego mucho de lo que Jane Austen denominó Orgullo y prejuicio. Empero, el escritor vilanovés hizo poco gasto de la vanitas prejuiciosa (otros fueron sus desatinos, que empecatados somos todos, y por el camino nos encontraremos, como los antiguos arrieros).

Julio Camba fue una persona cordial, bien dispuesta a la efusividad y a la empatía. Dominaba bastante bien el arte de caer en gracia, lo que le granjeó algunos asideros en la vida práctica en general y de modo particular en las redacciones de los periódicos, en los que fatigaban las prensas y batallaban con los linotipistas algunos paisanos suyos.

Entre los gallegos había de todo, como en botica. También se daban formas de apoyo y solidaridad, no únicamente entre gentes de pluma, sino obviamente también entre las personas corrientes y molientes. En sus primeros años de anarquismo y pobretería, Julio Camba tuvo que arreglarse con escaso parné y habérselas con mandamases de periódicos y causas judiciales (llegó a tener hasta catorce procesos). Logró sobrevivir de milagro. Él mismo confesaba que habría muerto de hambre "si no hubiera sido por la patrona de la casa de huéspedes, una gallega asombrosamente generosa. Me alojaba y me daba la comida a crédito; de cuando en cuando me pagaba una cajetilla". De hecho, Camba se llevó mejor con sus paisanos en la capital que con bastantes de ellos en su mismo pueblo. El apoyo recibido contribuyó a que mejorara significativamente el concepto en que tenía a sus coterráneos, y lo manifestó de la siguiente manera, al fi lo de 1905: "Eso de que los gallegos son roñosos, avaros, es una leyenda. Los gallegos se ayudan mucho unos a otros, sobre todo si están fuera de Galicia. Otro gallego tenía las barcas en el estanque del Retiro. Yo iba a verle, tomaba una lancha para divertirme un rato; además de no pagar nada por el alquiler, él me invitaba a merendar".

Su simpatía, don de gentes y algo más que una pizca de habilidad para gorronear tuvieron que serle, indudablemente, de gran ayuda. Camba fue un hombre que permaneció siempre soltero y no tuvo hijos. Su vida discurrió por las redacciones de los periódicos, el Ateneo, el Círculo de Bellas Artes y los billares, las comidas en restaurantes con amigos y las tertulias en cafés. Desempeñó en estos ambientes un papel destacado, pero careció de las cualidades que solían asistir a los gerifaltes de una peña: personalidad rocosa, conciencia de preeminencia y ambición de liderazgo. No le interesaba el poder en ninguna de sus expresiones, ni siquiera en esta tan cívica e inorgánica. No tenía el menor interés en figurar, ocupar cargos, ejercer influencias o recibir homenajes en banquetes -algo muy típico en la época: tanto que él no pudo eludirlos por completo, viéndose, de algún modo, obligado a aceptar dos- u otras pruebas de reconocimiento que halagasen su ego. Se desentendió de cuidar su imagen de modo que pudiera redundar en una promoción profesional de signo arribista. Únicamente le interesaba -pasada su etapa idealista de ácrata más bien diletante vivir bien (lo que comportaba el disfrute de generosas raciones de tiempo de ocio) e ir ganándose la vida sin tener que trabajar como un galeote, concentrándose en escribir cumplidamente sus artículos en la prensa. Publicar libros tampoco le preocupó gran cosa. Si un biógrafo inspirado por las fábulas de La Fontaine se ocupase de su biografía lo vería más bien encarnado en la fi gura de la cigarra que en la de la hormiga. Vivió siempre al día, teniendo que pedir en ocasiones préstamos, incluso en sus años de bien pagado (en su pueblo, a su criada, y en Madrid, a los amigos), sobrellevando sus últimos años en situación de manifiesta penuria (a pesar de residir de favor en una pequeña chambre del Palace). Jamás se le pasó por la cabeza ponerse a ahorrar como un pequeñoburgués de espíritu mesocrático del montón para poder adquirir una vivienda (rechazó con gracejo la oferta de un sillón de la Academia, alegando que lo que precisaba era un piso). Concentró la totalidad de sus energías laborales -no muy copiosas, tras el gasto en actividades de bon vivant- en escribir concienzudamente y bien sus piezas en la prensa. Pla captó este rasgo de su personalidad con mucha lucidez: "Si Camba hubiera tenido que hacer algo más que escribir artículos no habría podido hacerlos". Tuvo además la gentileza de darnos una explicación para justificar su impresión: "Nunca improvisaba, sus artículos estaban siempre archipensados; no fue un repentista. Casi todos sus artículos fueron largamente pensados y reflexionados. (...) La vida de Camba no fue más que una organización para escribir artículos". También tenía la convicción de que todos sus trabajos se basaban en una absoluta ausencia de frivolidad. Y ello a pesar de la apariencia desenfadada y decontracté de muchos de ellos. Xammar declaraba que Camba era el periodista que escribía los artículos más cortos que pasaba más tiempo escribiéndolos. "¡Así es, así es...!", decía el propio Julio. La cuestión era cavilarlos largamente en su cabeza; después escribirlos le llevaba poco tiempo. Su talento para compendiar los asuntos, dando cuenta de ellos con fluidez, sin descarrilar los temas por los bien conocidos cerros, resultaba proverbial. -El tema que trata Wenceslao Fernández Flórez, esta semana, lo habría despachado Camba en la mitad de espacio, declaraba en cierta ocasión el director del ABC. ¡Lo bordaba!

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