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Julio Camba, Sorolla y el tabaco

Quien disfrutó mucho de la general afición varonil a los puros fue el pintor Sorolla. Pintaba cajas para puros, para obtener dinero no controlado por su mujer con el que pagar favores de otras mujeres

El puro tenía muchos adeptos, que lo fumaban con notable ostentación en los cafés. El puro formaba parte, con la chistera y la leontina de oro, de los atributos simbólicos de la riqueza del bur gués. Los parroquianos con menos posibles hallaban consuelo en la mesocrática faria. Así que todos contentos. Quien disfrutó mucho de la general afi ción varonil a los puros fue el pintor Sorolla. Pintaba cajas para puros, para obtener dinero no controlado por su mujer con el que pagar favores de otras mujeres. Manuel Vicent apunta que Sorolla pintaba con una rapidez voluptuosa y clandestina unas cajas de puros. "Clotilde, la mujer del pintor, tenía el trabajo de su marido bajo un estricto control; llevaba anotados al día todos sus encargos, ventas, entregas y cobros". Pero Sorolla se valía de un ardid para esquivar la supervisión de su esposa: Para obtener un dinero no contable con que satisfacer ciertos placeres secretos Sorolla pintaba alguna tablilla mientras Clotilde estaba en la cocina preparando el puchero de mediodía o el hervido para la cena. Tenía que ser rápido, imaginativo y dejarse llevar por la inspiración instantánea. Llenaba la tablilla con trazos magistrales y la entregaba a un amigo cómplice para que la sacara camuflada del estudio y la vendiera bajo mano. Con ese dinero pagaba algunos favores femeninos. Vicent concluye que: "De ahí que esas pequeñas tablas clandestinas contengan toda la libertad, la dicha de vivir y la pasión por unos amores prohibidos que Sorolla soñaba". 

Los próceres fumaban cigarrillos fi nos, por lo general marcas de tabaco negro, pero el rubio era también una opción. En el primer tercio del siglo XX estaba de moda en los círculos elevados fumar cigarrillos exóticos, egipcios, a los que era aficionado Casares Quiroga, o bien turcos. Lorca fumaba cigarrillos de tabaco rubio. Su presupuesto no daría probablemente para tabaco egipcio. Cuando lo mataron le robaron el paquete de cigarrillos Lucky que llevaba en el bolsillo del pantalón. A lo que se sumaba la cruel estafa de que fue objeto su padre por parte de un desaprensivo, pidiéndole en vísperas del asesinato del hijo, una importante cantidad de dinero a cambio de gestionar su libertad, sin la menor intención de llevarla a cabo, como relata Ian Gibson. 

Joaquín Sorolla pintando. EFE
Joaquín Sorolla pintando. EFE

Pérez de Ayala fumaba cigarrillos egipcios y habanos de rentista, presumiendo de atuendo impecable que incluía chalecos de fantasía un tanto escandalosos. Sumado a esto su abrigo de lord y su sombrero fastuoso, el contraste con "la miseria de la poetambre madrileña", resultaba flagrante. Un look de bachelor Oxford, decía de él Antonio Machado. Troteras y danzaderas (dicho de otro modo: Prostitutas y bailarinas), título que escogió para una de más célebres obras, es una novela interesante. Esta denominación resulta ser la respuesta aportada por el autor a la pregunta de qué es lo que ha producido España. Qué ha aportado a Europa en los últimos diez siglos, se preguntaba Nicolás Masson de Morvilliers en su Encyclopedie Methodique, que se publicó en París (1782-1832), como ampliación de la primera y más famosa de Diderot y d’Alambert. No nos deja en buen lugar. Hay por ahí una historia de la civilización de Kenneth Clark que también señala que nuestra contribución ha sido nula. Una exageración, sin duda, que desmienten las figuras de Cervantes y Goya. 

Era muy propio de dandis fumar en boquilla cigarrillos extraídos de una pitillera lujosa, que podía ser de plata en su mejor versión. Así hacía un periodista elegante que trató Arturo Barea. El uso de boquilla permitía a la vez darse y quitarse humos. 

Fumar en boquilla era un signo de preocupación por la salud, puesto que se evitaba tragar el alquitrán que se podía ver con aprensión como quedaba acumulado en el filtro, pero constituía también un modo de darse humos. La tertulia de café era, entre otras cosas, un espacio de ostentación que algunos aprovechaban para hacer gala de su estilo de fumar cigarrillos emboquillados con maneras distinguidas. Los elegantes que posaban de dandis, como Julio Camba, convertían tales lugares en escenarios preferentes para su lucimiento sirviéndose de una ardiente boquilla en mano. Es harto conocida la fotografía en que el filósofo Ortega– personaje sagaz, sofisticado y también un poco coqueto– posa ante la cámara fumando con boquilla. Benet apunta que a finales de los años cuarenta, era habitual la figura del escritor de café provisto de su boquilla. Se daba por supuesto que quien fumaba de tal guisa tenía algo de exquisito, elegante y excéntrico, un tanto especial en sus gustos y, desde luego, bastante aficionado a las damas. Quien así se expresaba–Juan Benet, en Otoño en Madrid hacia 1950–, añadía que la boquilla podía ser pues mucho más determinante de la personalidad y del estilo de un escritor que la época que le ha tocado en suerte, pues dentro de ésta caben todas las modalidades– incluidas las anacrónicas– en tanto que quien fumaba en boquilla estaba poco menos que obligado a cultivar un estilo de escritor galante. En opinión de Benet, el uso de la boquilla tenía también una finalidad ahorrativa, pues el escritor que necesitaba fumar para escribir, o bien o tenía que hacerlo a lo Bogart, con el humo enroscado al ojo (y un guiño en la ceja que inevitablemente determina un estilo bronco), o bien había de aceptar que el cenicero se llevara la mayor parte del cigarrillo. El problema para Josep Pla y Vargas Llosa (en su juventud) era que estaban convencidos de que si dejaban de fumar no serían capaces de escribir. Como muchos otros fumadores empedernidos, el peruano acabó percatándose que eso no era así. Al parecer, hay vida más allá del tabaco.

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