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Lorca y el café con gotas

Valle-Inclán decía que el periodismo no resultaba recomendable para los escritores, puesto que "avillana" el estilo, es decir, lo hace vulgar, chabacano. Sin embargo, él colaboró mucho en los periódicos. Concretamente en un semanario "satírico ilustrado", editado en Compostela durante unos cuantos años, entre 1886 y 1892, que se denominaba Café con gotas. No sería de extrañar que el mismo plumilla que se inspiró en este peculiar combinado cafetero (de alcohol y cafeína) para dar título a una publicación haya sido también el autor del chiste que se contaba hace años en Galicia. Se trata de una conversación entre dos hablantes con geada (ya saben, la g que se pronuncia como j):

-¿A ti te gusta el café araghonés?

-¿Araghonés, dices, y cómo es?

-¡Cómo va a ser! ¡Pues con jotas!

Esta fórmula del "café con ghotas" ha sido muy demandada en los cafés y practicada también en algunas casas. En Galicia, se denominaba "café con pingas", y en Portugal "café com cheirinho" o "con airiño". Como se ve, más fino y delicado, aunque no siempre son tan requintados los portugueses, sino proclives más bien a la exageración: de hecho, a esos bichitos tan incordiantes, que en España -tierra de asperezas donde se llama al pan, pan, y al vino, vino-, se denominan ladillas; en Francia, muy dados al refi namiento y al eufemismo: Papillons d’amour (mariposas del amor). Y en Portugal las llaman: Panteiras dos colhóns.

Se cuenta que el "carajillo" tiene su origen en el "café-coraje" que les daban a los soldados españoles en la guerra de Cuba. De ahí procede "corajillo", deformado después en "carajillo". Sea o no cierto en lo que concierne al apelativo, es de todo punto indudable que la costumbre a que se refiere es muy anterior al conflicto cubano. Remontándonos en el tiempo, nos encontramos con que, con anterioridad a 1884, Gutiérrez Solana describió una pintura del café nuevo de San Millán, que muestra una mesa con la botellita que ponían antes con las gotas que daban de balde, "y que era un coñac mejor que los que dan hoy día en los cafés pagando la copa". Mas estos tiempos venturosos de la gratuidad duraron poco. Dos años después, el periódico pontevedrés O Galiciano daba cuenta con pesar de la noticia de que el gremio de cafeteros de Madrid había acordado subir dos reales el café y suprimir las pingas de aguardiente que de moca le echaban a ese brebaje.

Refiere Albino Mallo que, en el Derby vigués, creado en 1921, los camareros sabían bien que clientes dejaban buena o mala propina, y muchos de ellos encontraban la manera de recompensarlos. Puesto que solían ser ellos quienes administraban discrecionalmente las gotas de alcohol en el café, o bien en el vermut, tenían atenciones con los clientes fi eles que además eran generosos: por ejemplo, poniéndoles solo a ellos una tapa especial de jamón en tacos. O bien, cuando les servían el vermut, siempre Cinzano o Martini Rossi, que venía en una botella de litro (había también botellines individuales, cuyos cascos eran recuperados por los distribuidores) con una dosis muy generosa y abundantes gotas de ginebra, si este era su gusto.

También es cierto que en algunos locales -casi nunca los mejores- se dejaba la botella provista de dosificador sobre la mesa para que el cliente mismo se sirviese a su gusto. Pero no solía ser esto habitual.

Parece ser que la costumbre de añadir al café unas gotas de alcohol, que solían ser de coñac, aguardiente (en medios sociales menos pudientes), anís (seguramente más del gusto femenino, por ser dulce) ron o incluso whisky, con posterioridad, había sido más frecuente en el siglo XIX. Ha ido, pues, a menos. Por eso Eduardo Zamacois cuando examinaba la evolución que habían experimentado los cafés históricos, e incluso las mudanzas que se observaban en el propio oficio de camarero, apuntaba que los profesionales de viejo estilo -los más castizos, afables y serviles- eran "coevos del café con gotas".

Refería Isabel García Lorca, que su hermano Federico solía trabajar en la casa familiar de Granada por las tardes y las noches. Sobre las tres y media o cuatro de la tarde subía a su cuarto con su café "iluminado", lo que significaba que llevaba algo más que gotas de aguardiente y allí permanecía leyendo o escribiendo hasta casi la hora de cenar. Después se iba al café Alameda a charlar con sus amigos, regresando a las dos o tres de la madrugada. Amigo de la juerga y nocherniego empedernido, siempre estaba dispuesto a tomarse unas copas con sus amigos y admiradores. Sentía predilección por el coñac y el whisky. -Se tiene noticia de que literatos de primer nivel han degustado innumerables veces en las mesas de mármol del Café Varela "café con media" y "café con gotas", a lo largo de todo el siglo XX. Se menciona en concreto a los numerosos escritores que sentaron sus reales en este local amigo de las musas: Emilio Carrére, Machado, Miguel de Unamuno, León Felipe y Alberti; y, en un período posterior, Cela, Gloria Fuertes y Antonio Mingote. Cuando muchos de ellos pasaban por períodos de menguado peculio no perdonaban -cuando apretaba el apetito- el café con media tostada, de arriba o de abajo (según estuviera untada con mantequilla o no) ni tampoco prescindían del recio café con gotas, cuando precisaban confortar el ánimo.

En la etapa actual del Varela, que gobierna el ourensano Melquíades Álvarez (en la Calle de Preciados), con sensibilidad cultural y un ápice de mecenazgo congruente con su historia, muchos ponderan su café con gotas, que lo hace de «puchero» y con gotas de orujo de Galicia. Así que ya saben.

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