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¡Muera la raza latina!

Portada de libro 'Madrid de corte a checa', de Agustín de FoxáEN LA novela autobiográfica de Agustín de Foxá: Madrid de corte a checa, vemos al protagonista, José Félix (dotado de un perfi l biográfico semejante al del propio autor) en una noche madrileña de calor sofocante, en el momento en que llega caminando al café La Granja el Henar, al tiempo que se encienden los faroles de la calle de Alcalá. En la escena que allí contempla –que se sitúa a fi nales de los años veinte–, resalta el alboroto que provocaba Valle-Inclán en la parte de arriba del local, comentando el último estreno de Marquina: "Ese señor sólo hace merengues", se le oía decir. En las galerías altas del patio andaluz –sello de identidad de este café– jugaban al póker los humoristas que hacían el periódico satírico Gutiérrez, una publicación –indica Foxá– que contribuía a extender el amable escepticismo en un Madrid ya demasiado desilusionado. El protagonista de la revista de humor era un modesto Jefe de Negociado de tercera clase, con lentes, manguitos de ofi cinista y una ostentosa calva, símbolo de la urbe burocrática, pululante de opositores y covachuelistas. En esta peña se reía K-Hito ante el café humeante. Le rodeaban Jardiel Poncela, Tono y Mihura. Se hablaba de Hollywood y de Belmonte. En su entorno hervían las conversaciones de las tertulias.

"–Ese pase no lo ha dado Marcial en su vida.
–Pues yo le digo a usted que eso no es torear.

O también: "Dicen que hay crisis y que viene Romanones.

–¿De modo que aquí no ha pasado nada? ¿Cree usted que pueden olvidarse estos siete años indignos?

El joven José Félix, acordándose de su novia Pilar con la que mantenía un idilio problemático, abandonó el periódico La Voz, manchada de grasa, y pidió el recado de escribir.

Ya de madrugada llegaba la gente de los teatros. Volvían los del Infanta Isabel arrebatados por las carcajadas que les había proporcionado Muñoz Seca con su última astracanada.

–Es un bárbaro.
–Pero tiene gracia.

Los cómicos pedían chocolate con churros ya con la leve brisa de la madrugada en los balcones".

Foxá complementa estos trazos impresionistas con los que esboza el ambiente del café La Granja el Henar, apuntando unas notas con las que bosqueja el ambiente exterior: "Un borracho encendía un pitillo frente a San José y se oían en el silencio de La Cibeles, bajo el reloj iluminado de Correos, el borbotear de una boca de riego reventada y el silbido de los trenes de la estación del Mediodía", rebautizada después como Atocha.

De la mano de este brillante escritor gay y diplomático de acendrado conservadurismo a fuer de aristócrata, asistimos a la proclamación de la Segunda República, cuyo relato se podría complementar, a modo de contrapunto con dos interesantes testimonios: el más moderado, de Josep Pla, titulado: El advenimiento de la República, y el más izquierdista de Arturo Barea: La forja de un rebelde. Obtendríamos así un vívido mosaico de esta efeméride trascendental. Algo podremos apuntar aquí al respecto.

El conde de Foxá reporta en su texto que, en aquel 14 de abril, reinaba un ambiente de gran exaltación que se aprovechaba para hacer simpas en los cafés… y también para perpetrar otros menesteres poco considerados con las damas, como veremos: "Se sucedían los ‘vivas’ a la República y los aplausos. Gemía cerca del Café de París un tranvía con gente en los topes y la pesadumbre del pizarroso techo colmado. Al lado del trole, un sargento de uniforme tremolaba una bandera roja. Le aplaudían desde las terrazas de los cafés "¡Bravo, viva la República!– los orondos burgueses. Pasaban los curas por la calle; nadie les molestaba, únicamente un panadero, confundiendo la etnográfica con el idioma de la misa, gritaba en la esquina de Peligros: –Muera la raza latina".

"Se exaltaba Joaquín Mora: –¡Qué ejemplo para Europa! Se cambia un régimen sin verter una gota de sangre. (...) El concepto de libertad de pensamiento empezaba a cuajar en la joven República española. Olían las calles a sudor, a vino; polvo y gritos. Pasaban los camiones con hombres arrebatados, enronquecidos, en mangas de camisa, y las golfas de San Bernardo y de Peligros con los pechos desnudos, envueltas como matronas de alegoría en las banderas tricolores y rojas. Era el día de los instintos sueltos. Nadie pagaba en los tranvías ni en los cafés". Vomitonas en las esquinas, (…) pellizcos obscenos y el sexo turbio que se enardecía en los apretones.

–Oiga, joven, no se aproveche.
–"Pa' eso estamos en República".

También Josep Pla daba cuenta, en su mencionada obra, del oportunismo de los aprovechados sobones en las ocasiones en que se reunía un gentío notable, tanto en las calles como en los transportes públicos. Señalaba que en medio de aquel ambiente de alegría directa y desbordada, que le parecía una auténtica verbena política, la gente se abrazaba, gritaba, sudaba, cantaba y victoreaba a la República. Ahora bien –matizaba Pla–, un ciudadano cualquiera, su señora o su hija podían caer en los brazos de otra persona totalmente desconocida y extraña. Así era la cosa: "Como en todos los espectáculos de masas, las posaderas del sexo femenino pueden ser manoseadas por personas que no tienen nada de republicanas". Ya en otro orden de cosas, perdido el escritor catalán en un hormiguero humano observaba como los comerciantes se aplicaban a destruir y ocultar los símbolos monárquicos lo más rápidamente posible. Las tiendas, proveedores de la Casa Real, teatros, pensiones y restaurantes que relacionaban su denominación con el régimen monárquico caído hacían desparecer con admirable prontitud las inignias y nombres que consideraban comprometedores. En el Hotel Príncipe de Asturias, en la Carrera de San Jerónimo, vio que ocultaban con una bandera republicana la palabra Príncipe del rótulo de la calle. El hotel quedó así convertido al instante en Hotel de Asturias.

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