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Mujeres para un mundo mejor

Podemos albergar la esperanza de que, con la creciente presencia de las mujeres en la esfera pública, en particular en los centros de poder y decisión, tanto grandes como pequeños, la vida social se torne más pacífica 
Madres de Plaza de Mayo en una concentración. ADP
photo_camera Madres de Plaza de Mayo en una concentración. ADP

Las mujeres cobran en nuestros días un poder cada vez mayor, lo cual provoca indefectiblemente la mengua de la potestad omnímodo que han detentado desde siempre los hombres. Es lógico que este fenómeno traiga de cabeza a muchos varones imbuidos de prejuicios sexistas tradicionales o, también, irredimiblemente afectos a una ideología supremacista masculina. Este desagrado no deja de evidenciarse, tampoco, en personas cultivadas que ridiculizan el lenguaje inclusivo con pretextos gramaticales, como hace, por poner un caso, el académico Pérez-Reverte. Y lo expresa, tanto él como otros de su cuerda, con malos modos, con cierta agresividad, dando guerra. Ellas defienden sus puntos de vista e intereses con mayor mesura. Si entramos a diseccionar el tema, empleando el bisturí de género, quizá se pueda sostener que la esfera de las mujeres era toda ella más pacífica: las madres y maestras recurrían en menor medida a expedientes resolutivos violentos, de lo que se beneficiaban sobre todo las niñas, que recibían menos palos. Éstas experimentaban además un proceso de socialización en el que imperaba mayor afabilidad. Hay un mayor grado de violencia inscrita en el ADN de los varones. Es verdad que las maestras zoscaban que daba gusto, pero tal vez no tanto por agresividad innata como por estar profundamente imbuidas de la conveniencia pedagógica de aplicar la máxima de que la letra con sangre entra. Y los inspectores -hombres todos ellos, hasta hace poco- les recordaban que ante todo debían mantener el orden en sus clases.

Las mujeres han tenido siempre un acceso mucho más dificultoso a la cultura. Esto ha podido limitar sus posibilidades de encontrar otras vías más suaves en la crianza de sus vástagos, con los que tenían mayor empatía que sus maridos, ante los cuales muchas veces se erigían en defensoras, tratando incluso de aminorar sus rigores represivos. Es verdad que había madres que se tornaban virulentas en la etapa difícil de la adolescencia de los hijos, con frecuencia rebeldes o faltones, y desde luego inquietos al sentirse aguijoneados por el despertar de la sexualidad. Por crasa ignorancia de la cuestión, muchas sentían estupor, escándalo moral y profunda repulsión por el tema, lo que las llevaba a adoptar comportamientos penosos. En particular, en lo que se refiere a las poluciones nocturnas de sus chicos. Un informante reportaba que su madre, al percatarse por la mañana de que su hijo adolescente había mojado las sábanas por haber descubierto espontáneamente la masturbación, acudía algunas noches a su dormitorio con desesperación, y no sabiendo qué hacer, lo destapaba enfurecida y al verle el pijama mojado le azotaba y daba de bofetadas al tiempo que profería invectivas y reproches: ¡Vergüenza te debería de dar, inmoral, cochino; como vuelvas a hacer eso, vas a saber lo que es bueno! También estaba condicionada por el miedo, puesto que había oído decir que la masturbación podía provocar ceguera y otras enfermedades terribles.

Es preciso resaltar el hecho de que la mayor parte de las mujeres han sido siempre antibelicistas, oponiéndose a enviar a sus hijos al matadero de la guerra. Sus maridos asumían el sacrificio de sus vástagos en aras del patriotismo. Ellas no tanto, o absolutamente nada. Podían ser patriotas, pero cuando este sentimiento de pertenencia entraba en contradicción con su amor de madres sabían muy bien cuál tenía que ser su elección. La historia contemporánea aporta múltiples ejemplos de movilizaciones de mujeres en protesta contra las guerras. El sufragismo y en general la lucha por la emancipación de las mujeres y la igualdad de derechos, han estado sólitamente vinculadas con el movimiento pacifista. Estas debeladoras del nacionalismo belicoso han sido émulas de Lisístrata, la célebre promotora de una huelga de sexo hasta conseguir que sus maridos atenienses firmasen la paz, según refiere el comediante Aristófanes. La preservación de la vida de sus criaturas ha sido siempre su preocupación primordial. De hecho, en el caso de Argentina, no han sido los padres, sino las Madres de Mayo, quienes, exponiendo su propia vida, reclamaron con encono a las autoridades dictatoriales explicaciones acerca del paradero de sus hijos.

Podemos albergar la esperanza de que, con la creciente presencia de las mujeres en la esfera pública, en particular en los centros de poder y decisión, tanto grandes como pequeños, la vida social se torne más pacífica. En la tertulia a la que asisto, se discutió el tema: alguien sostenía que las mujeres son iguales que los varones, no mejores. Son como hombres en lista de espera… para hacer lo mismo que ellos, aducía un amigo. En su argumentación, aplicaba la receta, tomada de una cierta teoría relativa a las clases sociales y su lucha. Lo expresaba Jean Cocteau, señalando que: "le proletaire c’est le bourgeois qui n’a pas reussi"; es decir, el proletario era el burgués que no ha triunfado, y era "virtuoso por obligación". En el momento en que tuviese su oportunidad, si llegaba a convertirse en rico empresario, explotaría a los trabajadores de igual modo. Y en el terreno de la política, se ha visto que el revolucionario acaba siendo el nuevo opresor, no faltan ejemplos históricos que lo demuestren. Además, hay pocas personas verdaderamente honestas, lo que les falta es la oportunidad de lucrarse practicando la corrupción.

Empero, todo esto no parece predicable de igual modo en lo que concierne a las mujeres. Ellas han sido siempre cuidadoras y sacrificadas por los otros (hijos y maridos). Son más altruistas, últimamente más cultas y mucho menos violentas. Lo saben bien los criminólogos: son muy raros los delitos de fuerza protagonizados por mujeres; y no solo porque tengan menos fuerza física, puesto que nos hallamos en la era de las armas de fuego, que la suplen con ventaja.

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