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Pablo Neruda. La amistad en la Casa de las Flores

La Casa de las Flores
photo_camera La Casa de las Flores

Pablo Neruda, premio Nobel de literatura, llegó a Madrid, en 1935, para desempeñarse como cónsul. En esta ciudad gozó de una existencia grata, sumándose cordialmente al bullicio de los cafés y las tabernas madrileñas. A partir del momento en que Neruda se bajó del tren y se encontró con el cálido recibimiento de Lorca que lo fue a esperar porque lo admiraba mucho, declaró que al ''estremecimiento de soledad'', le sucedió en su vida ''el sabor de la compañía humana''.

Neruda vivió, entre los años 1934 y 1936, en la Casa de las Flores, obra del arquitecto Secundino Zuazo, que está situada en el distrito de Chamberí. La intención del poeta chileno de crear un ámbito de acogida quedó clara desde el principio: al objeto de disponer de un salón espacioso en el que recibir a sus amistades mandó derribar una pared interior. En esta estancia depositó sus libros y la decoró con máscaras orientales y una variada colección de objetos. El mismo Neruda refiere en algunos de sus textos de memorias las reuniones que celebraba a diario en cafés y bares, o en su propia casa de Argüelles, la famosa casa de las flores. Estos encuentros en su domicilio, más bien nocturnos, se celebraban con mucha frecuencia. A lo que hay que añadir las ocasionales fiestas que duraban varios días. El pintor José Caballero, uno de los más noveles asistentes a aquellas veladas, relataba así el modo en que discurrían dichos encuentros: ''Las reuniones en casa de Pablo eran interminables; comenzaban por la tarde, seguían por la noche, al día siguiente y al otro''. Refiere a renglón seguido como era el ambiente de franca camaradería que reinaba en aquellas veladas: ''La casa de Pablo era muy divertida, muy acogedora. Aquí se discutía, se hablaba de todo, y cuando alguien tenía sueño le pedía un sitio para ir a descansar y este, en las muchas habitaciones, buscaba un lugar en las camas donde la gente no dormía a lo largo sino a lo ancho, para que así cupieran más. De este modo, a veces, uno se acostaba al lado de personas totalmente desconocidas. Dormías, te refrescabas un poco, y luego te incorporabas a la reunión, que, por supuesto ya había cambiado de tema, pero eso era lo menos importante; uno se unía como algo muy natural. Y así continuábamos durante tres, cuatro o cinco días en casa de Pablo. Era una vida tan maravillosa, tan soñada, tan irreal, que esto nos marcó a todos, nos hizo ser de una manera y pensar de una manera, vivir de una manera''.

Fue aquella una concurrida ágora que se erigió en punto de convergencia para toda una promoción de escritores y artistas. La nómina de amigos resulta deslumbrante: Lorca, Miguel Hernández quien vivía y escribía en mi casa, escribe Neruda, Alberti y María Teresa León, León Felipe, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados, los hermanos Panero y Luis Rosales. Asistía también a estas juergas un pequeño grupo de mujeres: Concha Méndez, María Zambrano, Delia del Carril y Maruja Mallo, a quien Salvador Dalí definió como ''mitad ángel, mitad marisco''. En aquella casa legendaria se charlaba amigablemente de lo divino y lo humano, se comentaban los libros recientes, se hablaba de poesía, de literatura, de arte, se recitaban poemas y se leían sus textos unos a otros. Además, se comentaba la política algo casi inevitable, dado que se vivía el tiempo exaltado de la República, y las anécdotas del día a día, que el poeta chileno convertía en acontecimientos y le devolvían ''la perdurable felicidad de vivir y crear''. Todo esto ocurría en un ambiente intelectual, sin duda, pero enteramente informal y lúdico, en el que se compaginaban comentarios serios, con la charla desenfadada y divertida, trufada de risas y bromas, que a veces hacían que pudiera parecer un pandemónium.

Varios son los testimonios entre los que se encuentran los de Max Aub y María Teres León de la hospitalidad de Neruda en la casa de las Flores. Recibía continuamente a artistas y hombres de letras y admitía que los asistentes llegaran con nuevos visitantes. Además, alojaba en ella, a veces durante varias semanas, a los que se lo pedían o lo precisaban: entre otros, a Miguel Hernández, siempre impecune y la cuarta pregunta, que pasó algunos períodos en esta casa.

La pandilla parnasiana que capitaneaba Pablo Neruda practicaba la buena vida, que algunos llaman mala. En las veladas de Neruda, tanto en su casa como en la de Alberti y la del cónsul Morla Lynch, se rendía fervoroso culto a los alcoholes: en particular, al vino tinto y además al anís Chinchón. Había también entre los contertulios una constatable y robusta afición al trago de whisky. Pero no se olvidaban tampoco del ponche. El pintor Manuel Ángeles Ortiz recordaba: ''esos ponches tremendos de Neruda, que estaban muy ricos, pero se cogían unas tundas de miedo. Y aún añadía el citado pintor: ''Creo que mi más grande borrachera la cogí allí. Me metieron en una habitación y empecé a vomitar. En esto que entra Alberti. Y no sé cómo yo había devuelto encima de unos calcetines que estaban en el suelo. Y cuando lo vio Rafael me dijo: '‘Es la primera vez que veo a un borracho que vomita calcetines'’.

Aquella fue una etapa hermosa para aquel grupo de creadores. Pero, ''una mañana todo estaba ardiendo / y una mañana las hogueras / salían de la tierra / devorando seres''. La Casa de las Flores, paso de ser un lugar ''donde estallan los geranios'' a un objetivo militar para el ejército franquista, en el que estallaban los obuses. El edificio no salió indemne, pero, por fortuna, fue reconstruido, en 1940, respetando su forma original. En 1981, se le concedió el título de Monumento Nacional a la que fuera casa de Neruda. No podemos dejar de visitar este entrañable lugar de nuestra memoria, sobre todo los que hemos amado sus versos.

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