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Pablo Picasso: un charnego en Els Quatre Gats

Tuvo que exorcizar las reticencias iniciales de varios de los patricios del café en relación con los expatriados andaluces, mostrándose muy sensible con el idioma y la cultura catalanas
Els Quatre Gats
photo_camera Els Quatre Gats

Pablo Picasso llegó a Barcelona en 1895 -con 14 años-, y residió en esta ciudad mediterránea durante nueve, exceptuando algún paréntesis en que vivió en Madrid. En 1904 se instaló defi nitivamente en Francia. En 1899, tras su estancia en Madrid durante un año y medio, el joven regresó a Barcelona con un criterio más claro e independiente. Se mostró renuente a aceptar las imposiciones tanto de su padre como de los profesores de La Llotja, que poco le aportaban. Consiguió inscribirse en una escuela de mentalidad más abierta, no muy distante de una típica 'académie libre' de París: el Cercle Artístic. Hay que señalar que, en esta época, reinaba en Barcelona una atmósfera más abierta a la innovación que en Madrid. De este modo, pudo dibujar por su cuenta y experimentar, con lo que su obra avanzó apreciablemente.

No es cierta la leyenda de que se marchó de casa por enfado con su padre y se instaló a vivir una temporada en un burdel. La cosa no fue para tanto, y siempre contó con el apoyo indefectible de su madre. Sus episódicas visitas al prostíbulo eran moneda corriente entre los jóvenes de la época y no solían suscitar el rechazo familiar. Pablo era entonces un chico como otros muchos, pero muy vital, una de esas personas con talento que componen el latido más cierto de la vida de un país.

Sus amigos fueron fundamentales para él durante gran parte de su vida, y quizás en toda ella. En esta etapa supo encontrar compañeros hospitalarios, de estilo de vida bohemia, con los que mantuvo una tertulia. Solidariamente le brindaron, además, su apartamento para pintar y quedarse a dormir de vez en cuando. Pronto dominó un brioso estilo como retratista al tanto del gusto imperante, que le habría aportado jugosos encargos si hubiese tenido una red más extensa de relaciones sociales -digamos- relevantes. En constante evolución y abierto a la experimentación, como creador fáustico que siempre fue, comenzó a enfatizar los contornos al modo Art Nouveau, y a practicar la estilización y el sombreado refi nado, lo que revelaba su inclina ción a asumir el modernismo que campaba en los medios artísticos catalanes. Según apunta John Richardson: "El modernismo es un estilo tan poco definido. Podría describirse como una especie de Art Nouveau catalán con ciertos toques de simbolismo; es, además, muy ecléctico y diverso, y abarca todo tipo de realizaciones y actitudes, desde marionetas a carteles y desde la decadencia fi nde-siêcle al refi namiento folclórico. El modernismo es en esencia un movimiento artístico, literario e intelectual consecuencia de la Renaixença: el reconocimiento de que Cataluña, con su propia lengua y cultura, se hallaba, en sus actitudes progresistas, más cerca de Europa que del desintegrado imperio en el que había quedado integrada".

El movimiento modernista debía su peculiar identidad artística al instinto promotor de tres jóvenes, muy dinámicos y dotados, pertenecientes a la burguesía catalana. Santiago Rusiñol, uno de los más conspicuos, tuvo la suerte de recibir una considerable fortuna gracias a la fábrica textil de su familia. En compañía de Ramón Casas se dice que recorrió toda Cataluña en carro, tomando notas y apuntes sobre las gentes y cosas que encontraban a lo largo del viaje. Por infl uencia de Zuloaga, se convirtió en un gran admirador de El Greco -pintor que también interesó a Picasso-, que había quedado relegado durante varios siglos por apartarse de las normas clásicas.

Ramon Casas fue otro de los pintores que sobresalieron en el grupo. Su padre había hecho fortuna en Cuba (no hay que olvidar que el modernismo arquitectónico se nutrió en una parte estimable con los capitales repatriados de Cuba). Esto hizo posible que Casas pudiera convertirse en copropietario y miembro fundador del local. Participó en la mayoría de las actividades que se llevaron a cabo, aunque es muy probable que no haya disfrutado gran cosa con las modestas comidas que se servían en Els Quatre Gats. Casas era un gourmet refi nado. Por algo se dice que lo que le complacía en mayor medida era ir de compras con su coche al mercado de la Boquería y cargarlo de buenos productos para satisfacer su paladar. Se preciaba de saber aliñar con buen arte las ensaladas y fua un bebedor bastante entendido. Al contrario de muchos catalanistas que repudiaban el acento y la impronta cultural andaluza, tildándolos de 'charnegos', a Casas le apasionaba el fl amenco, e incluso se animaba a rasguear la guitarra en compañía de Nonell, mientras cantaban juntos fandangos con bastante buena entonación. Los dos frecuentaron además El Café Sevilla, del Paralelo, considerado la catedral del 2cante jondo» y allí junto a Chacón o la Macarrona, tomaron apuntes que después plasmaron en sus cuadros.

Pablo Picasso fue otro quatregatista ilustre. Por cierto, que, como indica Richardson, en relación con el pintor malagueño: "Sus orígenes andaluces no le granjearon inicialmente demasiadas simpatías entre los exclusivistas catalanes". Tuvo que exorcizar las reticencias iniciales de varios de los patricios del café en relación con los expatriados andaluces, mostrándose muy sensible con el idioma y la cultura catalanas. De hecho, el interés que demostró en aprender su lengua, contribuyó a eludir el chovinismo identitario de algunos de sus amigos. También le fue de mucha ayuda para ser aceptado, su encanto personal, brillantez y vitalidad. Como señala su biógrafo Richardson: "A los pocos meses de su regreso a Barcelona se había convertido en el ‘héroe legendario’ (en palabras de Sabartés) de un reducido grupo de acólitos. Más que elegir a Picasso, era él quien los había elegido: Picasso elige los amigos de igual modo que elige sus colores cuando pinta un cuadro, cada uno en el momento adecuado y con un propósito concreto". Un caso más de charnego que logra triunfar en Cataluña.

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