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Picasso y el humor

En 1968 llevó a cabo un grabado en el que transformó el cuerpo acorazado del Conde de Orgaz en un pollo asado
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photo_camera Pablo Ruiz Picasso. DP

Pablo Ruiz Picasso residió en Madrid, entre los años 1897 y 1898, cuando era un mozalbete con inclinaciones bohemias à la page. En su etapa de estudiante decepcionado con la Academia, Picasso carecía de un taller en el que poder trabajar, lo que le indujo a salir con su caballete, cuando el tiempo lo permitía, por las plazas y calles, y también a plantarlo en el parque del Retiro. Para sustraerse al frío del invierno se refugiaba en el interior de los cafés, que solían carecer de calefacción, pero resultaban cálidos merced a la condensación humana que se adensaba en ellos. Se dejaba ver sobre todo por los cafés de Numancia y del Prado. En algunos períodos se sintió muy desanimado y desmotivado, permaneciendo mucho tiempo tirado en la cama de la pensión, fumando incansablemente pitillos. El mayor causante de sus cuitas y desvelos fue un profesor suyo, y respetado pintor academicista, Muñoz Degrain, a quien su padre consideraba el súmmum del canon pictórico, sometiendo a Pablo a su tutela. Este prócer pompier desvalorizaba sus pinturas -de un paisaje del Retiro dijo que parecía un huevo escalfado- e informaba a su padre de que su alumno era un holgazán, que no asistía a las clases y no hacía nada de provecho. En aquella etapa madrileña vivió a salto de mata y tuvo que cambiar varias veces de domicilio (como Pessoa en Lisboa, o Joyce en París, y en cierta medida Valle-Inclán, en Madrid también). La itinerancia fue motivada por sus estrecheces económicas, lo que no contribuía precisamente a que se pudiera concentrar en el trabajo. Fue este un período insólito en su biografía, puesto que Picasso se caracterizó prácticamente siempre (como Sartre, otro férreo trabajador) por una laboriosidad "incesante y compulsiva", como lo evidencia el hecho de que llegara a producir cerca de 15.000 obras.

Pablo Ruiz Picasso. DP
Pablo Ruiz Picasso. DP

Quizá quien fue su biógrafo más reconocido, John Richardson, ha señalado que Pablo realizó excursiones por las afueras de Madrid, con sus compañeros de tertulia o bien formando parte de un grupo de estudiantes de pintura, con algún profesor incluido entre ellos. Visitó, así, Aranjuez, el Escorial y se acercó incluso a Toledo con el profesor Moreno Carbonero y algunos compañeros de estudios para copiar El entierro del Conde de Orgaz, de El Greco. Pues bien, llevado por su espíritu iconoclasta y humorístico, prefirió olvidar los rostros auténticos de las fi guras que asistían al sepelio, y puso en su lugar los rostros de sus profesores, incluido el propio Moreno. Esta broma transgresora no le hizo ninguna gracia al docente y así se lo hizo saber con cara de pocos amigos. Le pareció una falta de respeto y una muestra de indisciplina intolerable. Ahora bien, la actitud del joven pintor se debió sobre todo a la necesidad de poder expresar su rebeldía frente a la opresiva atmósfera que ejercían los representantes del canon academicista sobre su pulsión creativa. De hecho, tanto en esta visita a la ciudad del Cigarral, como en otras que realizó con posterioridad, Pablo demostró un gran interés por esta genial pintura de El Greco, devoción que se mantuvo a lo largo de toda su existencia. De hecho, le impactó profundamente, y la utilizó como un revulsivo para la agitación de su alma de creador fáustico. Este proceso se evidenció cuando menos en dos ocasiones memorables para la historia del arte. El hecho fue que la reverenciada obra puesta en la  ermomix de su espíritu se convirtió en una especie de muñeco de pim pam pum, o de diana de feria para sus dardos incendiarios. Estimó que la honda espiritualidad que exhala la plástica de El entierro del Conde de Orgaz constituía una óptima materia prima para una nueva experimentación artística marcadamente irreverente, como corresponde al modus operandi del estilo picassiano. Pablo no se conformó, así pues, con la burla -más bien amable, en el fondo- de sus profesores, convertidos en asistentes involuntarios a la inhumación del infortunado aristócrata. Setenta años después, volvió sobre el asunto, transformando a los docentes en payasos bautizados con nombres grotescos: —Don Rato, Don Morcilla, Don Geriátrico— en la burlesca sátira que tituló precisamente: El entierro del Conde de Orgaz. Un grupo que formaba una tertulia jocosa que el pintor definió como la expresión de "la humanidad primitiva". No contento con ello, todavía tornó sobre la cuestión, en el año 1968, y aún si cabe con un ánimo más feroz: llevó a cabo un grabado en el que transformó el cuerpo acorazado del Conde de Orgaz en un pollo asado. Para más inri, mostró al hijo de El Greco, Jorge Manuel (que en el cuadro original aparece mostrando el cuerpo paterno con su mano) en trance de ofrecimiento del plato culinario, y ello sin pararse en barras, pues se hace eco blasfemo de las palabras de Cristo: "Este es mi cuerpo". La Virgen también tenía su gracia: la traza en esplendorosa desnudez, descendiendo de los Cielos con un vaso de vino. Para rematar el cuadro, Picasso sustituyó el pretendido autorretrato de El Greco por el suyo propio. Pero, no se apuren, tenía una buena justificación para plantar su vero rostro en una de las más nobles y sagradas imágenes del arte español: su nombre de familia, Ruiz, es idéntico al del linaje del Conde de Orgaz. Y es que humor, aunque fuese de tinte más bien negro, no le faltaba a Picasso.

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