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Tertulias ourensanas

El café del Hotel Miño. OURENSENOTEMPO.BLOGSPOT.COM
photo_camera El café del Hotel Miño. OURENSENOTEMPO.BLOGSPOT.COM

EL CAFÉ, como también el restaurante, son instituciones burguesas surgidas en el siglo XIX. Para Georges Steiner, el mapa de los cafés define la geografía de lo que entendemos por Europa, de Pessoa a Sartre, de Gómez de la Serna a Vicente Risco. El café era un ámbito de convivencia amable (con música incluida), de intercambio de información y también de creación, más que de evasión y escaparate, como en el caso del bar americano. Josep Pla apuntaba que todo sucedía entonces en los cafés y lo que no sucedía en los cafés, no existía. Consideraba también que los hombres, además de hijos de sus obras, eran un poco hijos del café de su tiempo.

La ciudad de Ourense era muy relevante ya a comienzos del XX, por lo que disponía de buenos cafés que no tardaron en convertirse en los lugares de encuentro para la élite cultural urbana. Eran accesibles para todo aquel que pudiera pagarse un café, que no era el caso de la mayoría de los varones, que tenían que conformarse con la oferta más básica (vino de barril y como mucho aguardiente) de las simples tabernas. Tampoco las mujeres lo tuvieron fácil: su presencia en los cafés se consideraba poco decorosa, de manera que se vieron desde el principio notablemente discriminadas.

En todas las ciudades importantes –como lo era la de Ourense–, además de los cafés propiamente dichos, los ateneos, liceos y casinos disponían de espacios habilitados para el café y la tertulia. En 1925, esta ciudad contaba con cerca de 18.000 habitantes y disponía de siete cafés, tres bares, y 18 tabernas. En la ciudad se movía un grupo muy activo de intelectuales con talento, por lo que no es en absoluto casual que fuera precisamente en la Atenas de Galicia donde surgieran revistas de gran interés y significación como La Centuria y sobre todo Nós. Unas publicaciones que primero fueron proyectos comentados y urdidos en los antiguos cafés del centro de la ciudad.

La apertura de un café constituía un acontecimiento de extraordinario relieve tanto en esta ciudad, como en las restantes de Galicia. Así sucedió en especial con los más emblemáticos: Royalty, Roma y Miño, en Ourense; el Méndez Núñez, en Lugo y, al cabo, el Derby y el Español, en Santiago, sin olvidar el café Moderno de Pontevedra.

Conviene apuntar que el Café Suizo fue uno de los más antiguos en la ciudad de las Burgas: tal denominación helvética del café era marca de calidad que se repetía en multitud de ciudades españolas y, desde luego, gallegas. Una guía inglesa, del año 1895, consignaba la existencia de cafés "suizos", que –aclaraba– se encontraban entre los más sobresalientes, en A Coruña, Santiago y Vigo. Probablemente existiría también en Lugo y con seguridad en Ourense, instalado concretamente en la Plaza Mayor. Pepe Rodríguez, su propietario, encargó en 1877 un anuncio, que apareció en forma versifi cada en O Tío Marcos d'a Portela; unos versos que probablemente saldrían de la fácil pluma del vate ourensano Lamas Carvajal. El aviso del café Suizo, animaba a tomar café y a beber ron en el establecimiento. Decía lo siguiente: "Coas sorbedelas de té, / Cos bos tragos de café / Dos deste Estabrecemento, / Sin que adiviñe porqué, / Todo o mundo sae contento. // Non hai pois cousa mellor / Para quen sinta algun door, / Ou se alcontre morredizo, / Que folgar no Café Suizo / Que está na Praza Maior".

Otro establecimiento muy antiguo fue el café Méndez Núñez, en el que se sabe que se celebró una velada de cante flamenco en 1885. Cuentan las crónicas que una parte de los asistentes brindaron por "las niñas" con manzanilla, ron y coñac. Otro sector se mostró, por el contrario, en desacuerdo y estalló un confl icto entre ambos, intercambiando golpes y sillazos. En la reyerta resultaron destrozados varios espejos y numerosas copas.

Ahora bien, tales incidentes fueron muy raros en los cafés. Los escritores, artistas, y en general la élite ourensana se mostró siempre muy pacífica y resueltamente partidaria de las tertulias que se celebraban en los cafés, en las que la confl ictividad no pasaba de ser verbal. Vicente Risco frecuentó a lo largo de su vida diversos cafés y tertulias. Se desempeñó como catedrático en la Escuela de Magisterio, escribió libros y colaboró en la prensa, cuyas retribuciones, por cierto, se calculaban midiendo con una regla la extensión del artículo. Sus emolumentos se estipulaban, pues, en función de un criterio cuantitativo, en centímetros cuadrados, no por la calidad de su firma. Cobraba, en cierto modo, al peso. En El Orense perdurable, puso de manifiesto la preferencia que sentía por el Café de la Peña, situado en la Praza do Ferro, desde donde escuchaba la cháchara, procedente de la calle, de las "criadas armadas de caña y olla". Un magnífico observatorio del gallego popular con el que nutría su prosa literaria.

Nadie albergaba dudas sobre quiénes eran los decanos en aquellas tertulias. Uno de ellos fue Otero Pedrayo, que hablaba torrencialmente, de manera que en sus cenáculos pocas oportunidades tenían los restantes contertulios de tomar la palabra (algo que también pasaba con Unamuno y Blasco Ibáñez, y un poco también con Valle-inclán). Losada Diéguez, que lo vio tan hablador y poco dado de joven a enjaretar sus ideas con la pluma, le incitó a escribir, de lo cual tomó buena nota y se convirtió en un prolífico autor. El otro gerifalte era Vicente Risco, de temperamento más contenido, con quien los intercambios en las conversaciones entre los contertulios se producían con más facilidad y, por consiguiente, en mayor medida. En cualquier caso, en los cafés de aquel Ourense eran posibles las palabras.

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