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El tostado, nuestro vino de celebración

Una botella de vino tostado. WWW.RIBEIRO.WINE
photo_camera Una botella de vino tostado. WWW.RIBEIRO.WINE

Cierto es que el fruto de las viñas de este país nos hace mucho bien, porque nuestros vinos son más habladores que nosotros, haciéndonos más expresivos, y tal vez, en virtud de su fulgor, un poco más humanos. Pero es el tostado en particular, con su sutil alquimia, el que nos convierte en auténticos oradores de la escuela de Demóstenes.

Guarda esto estrecha relación con la literatura, ya sea la popular y oral, o bien las belles lettres. Y es que no hay duda de que el tostado ha gozado de un gran prestigio en la creación literaria. En la obra de Emilia Pardo Bazán, el vino tostado aparece descrito como un exquisito producto suntuario: el gran jerez del que se enorgullecían los señores de los pazos gallegos. El creador de una de las obras que más veces fatigó las prensas, O catecismo do labrego, que no es otro que el escritor regionalista Valentín Lamas Carvajal, fue uno de sus más entusiastas enaltecedores. Como también lo ha sido el poeta Eladio Rodríguez González, que en Oraciós campesiñas (1927) ensalzó la milagrosa dulzura y melosa textura (que, en gallego, se expresa con un bello término: melura) del tostado ribeirano:

De la rubia treixadura, que sabe a gloria que es un primor, coge el vino tostado su dulzura y toda su melura, milagro de el Señor.

Álvaro Cunqueiro hacía el elogio del vino tostado en cuanta ocasión se presentaba. En La cocina cristiana de Occidente ponderó las excelencias del mosto riberano, exaltándolo como "ambrosía, madre de levitaciones". El creador mindoniense se dejó llevar por esta pasión tanto en su obra gastronómica, como en la genuinamente literaria, lo que bien se puede apreciar en el mosaico narrativo que pergeña en sus obras de ficción, singularmente en una de sus óperas cimeras, como sin duda es Merlín y familia. En efecto, el maestro Flute, personaje que tenía un roncar muy acompasado y suspiraba por las esfaragulladas con torreznos, se hallaba al parecer últimamente un poco desmejorado. Al percatarse Merlín de que se encontraba perjudicado, le recomendó que bebiera un chiquito de tostado para que se le pasara. Parece que siguió esta recomendación, puesto que según apuntaba el paje: "Se consoló el maestro Flute dos veces con el tostado que le serví". Y así se animó, afinó la flauta y tocó una pieza muy galana: una danza que se denominaba, con resonancias proustianas, "swan’s pavane", pavana de los cisnes.

Conviene hacer notar que beber tostado otorgaba distinción y simbolizaba el rango social

También Ramón Otero Pedrayo le otorgó al tostado, joya de la corona del Ribeiro, un elevado rango literario. En su obra, El desengaño del prior, Don Guindo, en veta de galante cantor, hace esta cortés comparación: "Un traguito de tostado, es sol en los sauces y en los parrales de tus ojos". Una bella imagen, digna de ser inscrita en los anales de la poética amatoria.

Alain Huetz de Lemps apunta que, antes del siglo XX, este vino de cosecheros que sabe dar la medida del hombre, se consumía fundamentalmente en las ceremonias y fiestas familiares de los propios viticultores, y alegraban también los paladares de las gentes de buen acomodo. Conviene hacer notar que beber tostado otorgaba distinción y simbolizaba el rango social. Parecía indicado para el consumo conspicuo en las grandes ocasiones, pero también para dar la bienvenida a un prócer, efectuar un regalo valioso, y, cómo no, para sacar a relucir su deslumbrante belleza ambarina en las diversas ceremonias especiales, tanto privativas de la familia, como de marcado cariz social: pedidas de mano de los novios, bodas, nacimientos y bautizos, etc. Además, en algunas familias de posibles, se regalaba un pequeño barril a las mujeres que se casaban, como regalo de boda, y en algunos casos en calidad de dote.

Avicena recomienda a quienes se ven turbados por la melancolía no solo beber, sino hacerlo en abundancia

En épocas pretéritas, en que la hidalguía disponía de la copiosa pecunia que le otorgaban sus significativas rentas forales, el tostado parecía apropiado para agasajar con deleite lisonjero a un visitante de nota. Se advierte puntualmente esto en Los pazos de Ulloa, reparando en el momento en que se le ofrece un tostado añejo, como obsequio de bienvenida, al clérigo que arriba a la morada del marqués.

Savater apunta que el buen vino se cuenta entre los remedios para paliar la melancolía, y recuerda que: "Quien puede encontrar compañía para beber ya no tiene necesidad de otros medicamentos". Omar Jayán opinaba lo mismo y Avicena, en su Canon de la medicina, recomienda a quienes se ven turbados por la melancolía no sólo beber, sino hacerlo en abundancia. También el austero Séneca da igual consejo a un corresponsal tristón, e incluso habla de "sobria ebrietas". Y es que el tostado era considerado como un auténtico medicamento. Está documentado el empleo del tostado gallego como vino medicinal: así era considerado por la sociedad médica, hasta la década de 1960 en que cambia el criterio de la medicina oficial en relación con los vinos que habían sido considerados terapéuticos. El tostado se encuentra en el catálogo de los vinos prescritos por el Doctor Saimbraum, en 1935. Este recomendaba servirse de los caldos que reputaba como más convenientes, aquellos vinos sanos, puros y que, en lo posible, procedieran de zonas vitivinícolas acreditadas: Ribeiro, Condado, Málaga, Jerez, etc. La publicidad antigua hacía hincapié en el carácter medicinal del vino tostado, lo que permite deducir que esta era la consideración que le otorgaba la sociedad. En Vigo, Bautista López Valeiras, al frente de Vinícola Gallega, en su publicidad de comienzos de la década de 1920, destacaba el "Tostado del Ribero, especial para enfermos y convalecientes".  

El tostado era el vino que daba la bienvenida y el adiós a la existencia. Era un vino muy ceremonial y consolador, que se daba a beber a los moribundos, para que se llevaran un recuerdo dulce de la vida. Un vino, pues, para la buena vida, y para bien morir. 

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