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Ulises en el legendario café Granja El Henar

La Granja El Henar, sede de un hervidero de peñas en que cristalizaba la sociedad literaria madrileña, fue "el café" por antonomasia para los literatos; el preferido de Valle-Inclán, Ortega y Gasset y los intelectuales gallegos
La Granja El Henar. BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA
photo_camera La Granja El Henar. BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA

Cuando el barco de Ulises encalló en la isla de la ninfa Calipso, de hermosas trenzas, el griego permaneció durante siete años gozando del amor con esta diosa enamorada que le prometió la eterna juventud y la inmortalidad, viviendo a su lado, sin tener que fatigar sus días con ímprobos trabajos, ni verse incordiado por las pejigueras que tanto irritan a los mortales, ni tener que ocuparse de las diligencias vanas, que tanto fastidiaban a Pío Baroja. No había de preocuparse, pues, por ninguna cosa, solazándose en una isla paradisíaca bañada por las mansas olas del mar Mediterráneo. Y, sin embargo…

Sin embargo, sorprendentemente, el héroe acaba por abismarse en el tedio y decide manifestar a su amante su intención de partir. Esta lo acepta resignada y tras decidirse la ruptura, al llegar el crepúsculo, con encantadora naturalidad los dos fueron a deleitarse con el amor en mutua compañía. Así lo resume Irene Vallejo en un magistral ensayo. El legendario viajero extrañaba su patria, es cierto, mas cabría interrogarse sobre si esa nostalgia sería un motivo suficiente para renunciar a una vida privilegiada, y cómo fue posible su obstinación en retornar a Ítaca, sabiendo que para ello tendría que afrontar aterradores peligros y realizar denodados esfuerzos. Era consciente, además, de que a su llegada le aguardaría un destino de mortal que podía imaginar lleno de tribulaciones, con nobles levantiscos empeñados en subírsele a las barbas, y en compañía de una esposa desaforadamente consagrada a la labor febril de tejer y destejer un inacabable tapiz, de lo que probablemente le quedaría alguna reminiscencia maniática. Quizás habrá pesado en su ánimo una carencia que no era posible remediar en la hermosa isla de Ogigia, en la que todo era demasiado idílico, pero faltaba, no obstante, algo que podría parecer una cuestión menuda, pero que no fue de ninguna manera irrelevante: ese punto de labilidad emocional que aporta el surgimiento de alguna pequeña contrariedad, de cuando en cuando, sin la cual el placer pierde su referencia de contraste. También es posible barruntar que Ulises echaría en falta una tertulia animada en la que poder departir con sus amigos, relatarles sus aventuras troyanas y hacer unas risas con ellos brindando con unos kílix del inspirador vino que Dionisos se hubiera servido ofrecerles en aquella añada. No existía todavía el café en la época de Homero, pero, en su defecto, el viajero sabía que, en Ítaca, con la ayuda de los dioses y el singular concurso de la benéfica Atenea, podría satisfacer este anhelo en alguna alegre taberna de su país.

Para el escritor José María Salaverría (1873-1940), testigo de las tertulias del primer tercio del siglo XX, "el vicio" del café consiste en su condición de club, de "tertulia donde se critica y se cuenta, donde se miente o exagera a todo placer, donde se conspira en balde. Ámbito acogedor, refugio de españoles, patria de amigos...". Apuntaba esto en 1927, tres años después de la creación de una referencia fulcral: La Granja El Henar, sede de un hervidero de peñas en que cristalizaba la sociedad literaria madrileña. Fue «el café» por antonomasia para los literatos; el preferido de Valle-Inclán, Ortega y Gasset y los intelectuales gallegos.

En efecto, el Café La Granja El Henar, situado en la calle Alcalá, número 40, fue un antiguo establecimiento, muy prestigioso en su ramo, en que se vendía leche y productos lácteos. Se situaba al lado del Círculo de Bellas Artes y quedó finiquitado en 1948, convirtiéndose en una sucursal del Banco Popular. En los comienzos de su andadura como café, en 1924, "La Granja del Henar conservaba un aspecto de lechería y cervecería. Era un establecimiento tranquilo, higiénico, reconstituyente y honrado, como obra de santanderinos. Olía a nata, a leche esterilizada, a chocolate con bizcochos, a cerveza fresca y a aceitunas rellenas con anchoas". Trasformado en café, encarnó una gran novedad y se distinguió por disponer de una ornamentación muy esmerada, concebida por arquitectos relevantes, seleccionados tras un inusual concurso de interiorismo y decoración. La Granja formó parte de la ola de modernización de los antiguos cafés madrileños, en la que también se integraron el Negresco, el Aquarium y algún otro más de la calle de Alcalá. Esta transformación se inscribe en un movimiento de renovación patente también en otros ámbitos urbanos, como el mercantil, con el surgimiento de grandes almacenes, como los de Simeón, en la Plaza de Santa Ana, y los Gran Vía, en la Avenida Conde de Peñalver.

Consistía en un local muy amplio, concebido como un fresco patio español, con terraza exterior. Era además muy confortable, merced a los sofás que completaban el tradicional mobiliario de sillas y mesas. Ahora bien, su innovadora estética no agradó a todo el mundo. Salaverría, que estaba al tanto de la decoración de esta clase establecimientos en diversos países, emitió una opinión muy crítica al respecto; le pareció, en efecto, un «café muy grande, bajo de techo y con entrantes y rincones propicios precisamente para la tertulia. Pero café, al fi n, vulgarcete, debido a su grandor. Recuerda un poco a los cafés o cervecerías de Berlín, por su inclinación al colosalismo, y otro poco a esos cafés provincianos (Valencia, Sevilla, Bilbao)». Es cierto que muchos cafés españoles de ciudades importantes -desde luego, de las gallegas (por caso: el Café Español, en Santiago y el Colón, en Vigo) tenían locales de un tamaño impresionante, prueba evidente de que gozaban del favor de un público numeroso. Acusaban, así pues, cierta propensión al colosalismo, sesgo certeramente apuntado por Salaverría. Algunos de ellos, compensaban esta aparente desmesura con la habilitación de determinados rincones o salitas que resultaban más acogedoras. La Granja El Henar, era un ejemplo de esta dualidad de espacios, que brindaba la posibilidad charlar con intimidad a las peñas de amigos o a las parejas de novios. Como la de Ulises y la bella Calipso, si los dioses les permitieran acercarse por allí.

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