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Vino y vieiras para celebrar un jubileo: el número mil de la ReviSta

La importancia de la vieira por su amplio valor simbólico, curativo y profiláctico, generó un floreciente comercio de este molusco bivalvo desde el siglo XII, en las proximidades de la puerta de la catedral de Santiago
Concha de vieira. ADP
photo_camera Concha de vieira. ADP

Era costumbre tradicional en nuestra sociedad, brindar, en las celebraciones más importantes, con el vino noble de Galicia, el tostado del Ribeiro, acompañado con algún marisco: unas vieiras, por ejemplo. Algo, por este tenor, hacían los peregrinos a Santiago cuando obtenían el anhelado jubileo. Como escritor, también con espíritu de jubilo intelectual, propongo un brindis por haber alcanzado la ReviSta el número mil: una auténtica hazaña en los atribulados tiempos por los que atraviesan los medios de comunicación. ¡Otras mil primaveras más para la ReviSta!

Entrando ya en harina, señalemos que la concha de vieira tiene, en los tiempos actuales, un uso práctico como cenicero, e incluso como palmatoria para sostener una vela. Sin olvidar su función como revestimiento y decoración de las fachadas de los edificios, de lo que es posible apreciar un caso muy logrado en la biblioteca de Cangas, obra de César Portela. Pero en épocas pasadas, la vieira tiene además toda una historia detrás.

La vieira es el símbolo más característico de la vivencia del Camino de Santiago. De hecho, se ha convertido en su icono más ecuménico. Era un souvenir del viaje al Finisterre de Galicia y también un testimonio de que, en verdad, se había realizado tal peregrinación. Empezó siendo un objeto decorativo de los morrales de viaje confeccionados con piel de ciervo, que se ponían a la venta en el mercado de la plaza compostelana del Paraíso. Muchos peregrinos llevaban una concha cosida en el manto o en la esclavina, por las que eran reconocidos inmediatamente los devotos jacobitas.

Pero la vieira fue ante todo la auténtica navaja suiza del peregrino. La concha cóncava de este bivalvo constituía un instrumento práctico con el que resultaba posible coger agua en una fuente, o emplear como cuchara en una improvisada comida realizada en una parada en el camino. También se podían aprovechar sus bordes para cortar algún condumio, utilizado a guisa de cuchillo. Poseía además la ventaja de ser un alimento, al contener un sabroso molusco dentro, que el peregrino tomaría a modo de la vieira simplex, cocinada al horno o en las brasas de una lareira, con una pizca de aceite, todo lo más; preparación muy alejada del sibaritismo de la zaragallada de cebolla con trocitos de jamón y pan rallado.

La primera vez que aparece la vieira como emblema jacobeo es en el sermón Veneranda dies: los peregrinos que iban a Jerusalén llevaban palmas, símbolo del triunfo, como las que exhibían las gentes que recibieron a Jesús cuando llevó a cabo su entrada en la ciudad santa, mientras que los que acudían a Compostela portaban vieiras cosidas en la ropa, como símbolo de las buenas obras, para honrar a Santiago. Y, por cierto, los que iban a Roma, eran propiamente romeros.

En cierto modo, la semiología poliédrica de la vieira connota la idea de la caridad. El Códice Calixtino vio en la vieira (pecten maximus) un emblema del amor y de la caridad, comparando las estrías de la concha con los dedos de una mano abierta y franca. En la cultura de la peregrinación a Santiago, como apunta Francisco Singul, la vieira aparece investida de una potestad curativa y milagrosa, dimanada del poder del Apóstol con el que se suele identificar, pues llegó a convertirse en uno de los atributos del Santiago Peregrino. De este modo, en el Libro II del Liber Sancti Jacobi, se menciona un milagro obrado en la persona de un caballero de Apulia, en Italia, que curó de una dolencia que padecía en la garganta por virtud del contacto con una concha de vieira que un peregrino le había traído de Compostela. De añadidura, en la fachada este del Tesoro de la Catedral de Santiago se puede ver representado el milagro de la salvación de un novio en el curso de su matrimonio. El tema hace referencia a un hecho acontecido en las proximidades de la playa de Gaia, en Portugal, por intercesión del cuerpo del Apóstol, cuando sus discípulos lo trajeron en barca desde Palestina. Se cuenta que la intervención portentosa del Apóstol se produjo con motivo de la celebración de una boda, en cuyo transcurso, el novio, que jugaba con su caballo, se adentró inesperadamente en el mar, sumergiéndose bajo el agua. Las gentes que tal vieron desde la orilla ya lo daban por ahogado cuando apareció vivo recubierto de conchas de vieira.

La importancia de la vieira por su amplio valor simbólico, curativo y profiláctico, generó un floreciente comercio de este molusco bivalvo desde el siglo XII, en las proximidades de la puerta de la catedral de Santiago, cuestión glosada ya por Aymeric Picaud. No sólo se vendían conchas naturales sino también manufacturadas en metal por el gremio de los concheros: concretamente, en plomo y estaño. En el año 1200, el arzobispo Suárez Deza consideró tan importante el negocio de las vieiras que decidió reclamar el derecho exclusivo que tenía la sede arzobispal para autorizar las ventas de los concheros ambulantes que ejercían su oficio en la plaza situada frente a la catedral. Los vendedores alegaron que poseían derechos adquiridos por compra o herencia. A la postre, consiguieron que se permitiese la venta de vieiras en el mercado de Compostela, pero como contrapartida el gremio tuvo que reconocer que las tiendas eran propiedad de la Iglesia de Santiago. También se acordó que el número total de tiendas de vieiras no podía pasar de cien, de las que la propia catedral administraba veintiocho, en tanto que las restantes eran arrendadas por los concheros. Estas cifras constituyen una muestra elocuente de la importancia comercial que tuvieron las vieiras en aquel entonces.

Además, el molusco bivalvo era el símbolo de Venus, diosa del amor y de la belleza, como bien se aprecia en el célebre cuadro de Botticelli. También obraba como símbolo venéreo en la cultura popular, en la que ostentaba la representación de los pechos femeninos: "Te he de tocar las conchas en aquel robledal", se dice en una canción tradicional. A la postre, existe un símbolo universal en la literatura: la magdalena de Proust, que moja el protagonista de En busca del tiempo perdido en una taza de té, tenía en su configuración externa las estrías de la concha de vieira, molusco que, por cierto, se denomina en francés coquille Saint-Jacques

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