Opinión

Ahogados

POR EL elevado número de víctimas, más de trescientas (cerca de cincuenta en Galicia), la cifra de ahogados en playas y piscinas, entre enero y julio, convierten a este año en uno de los más funestos. Las causas, como siempre son diversas, incluida la casualidad, pero manda casi siempre la causalidad. Hubo dificultades, más que nada por culpa de los ayuntamientos, para reunir socorristas, a los que cada vez se les exige más y se les paga menos, y de hecho el funcionamiento de vigilancia es deficitario respecto a otros años en casi todos los arenales, como si no fuese un componente de primera necesidad. Pero al margen de cualquier inconveniente, está otro ingrediente (fatal) que no siempre se tiene en cuenta al analizar el problema en su conjunto, y es la imprudencia y la temeridad con que se comportan algunas personas al introducirse en el mar, sin respetar advertencias de socorristas, banderas rojas y el propio sentido de la prevención más elemental, desafiando su propia integridad y la vida de quienes, llegado el caso, arriesgan la suya por ayudarles. Y no son comportamientos aislados: ocurre casi todos los días.

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