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Amén, hermano

Rafa Domínguez y César Abal en una comparecencia ante los medios e prensa. JAVIER CERVERA-MERCADILLO
photo_camera Rafa Domínguez y César Abal en una comparecencia ante los medios e prensa. JAVIER CERVERA-MERCADILLO

Paseábamos Cota y yo por la ciudad el pasado viernes cuando nos topamos con Rafa Domínguez y César Abal en la Oliva, a la vista de todo el mundo. “Tapaos un poquito”, pensé. “Aún va a pensar la gente que os lleváis bien”. A los columnistas de opinión nos quitan la vida este tipo de rupturas civilizadas, amables, sin un triste cubo de la basura en el que poder escarbar y montar un buen escándalo. Qué tiempos aquellos en los que un concejal se veía apeado de la siguiente lista y montaba en cólera, arrasándolo todo… Ahora, con suerte, los ves discrepar en alguna cafetería - agua el uno, caña de cerveza el otro- como si las desavenencias pudieran limitarse a ver quién paga la ronda. Dan ganas de desearle lo peor a José Luis Martín, que es mi jinete favorito del Apocalipsis. A Domínguez, más allá del mal trago que supone la renovación del cartel, se le ve disfrutando de la aventura. Hace pocas fechas terminó dentro de un sex-shop mientras pedía el voto por la calle, tan centrado en lo suyo que solo se percató de la naturaleza especial del comercio al verse frente a un maniquí con lencería bondage. “Queda más literario si explico que te encontraste rodeado por un gran surtido de juguetes sexuales gigantes”, le insisto sin demasiada fortuna. A modo de compensación, se lanza a relatar otro de los momentos divertidos de la precampaña. Sucedió en un conocido bar de Verducido, la semana pasada. No cabía un alfiler pues, al parecer, ese día pasaba consulta una especie de curandero al que todos llaman El Doctor. “El caso es que en la cola había un paciente mío que, al verme, dio media vuelta y se marchó”, ríe Rafa. Es el hueso que estaba esperando este perro. “Si te pasa esto con un paciente”, le suelto, “no me quiero imaginar con un votante”. Otra vez se vuelve a reír, inasequible al desaliento y con una cintura propia de lo que, en definitiva, es: un fan de Messi.

Siguiendo con nuestro paseo especulativo nos encontramos, a media tarde, con Anxos Riveiro que acepta un café con tan infame compañía: es una bendita. Tampoco ella parece dispuesta a tomarse su descenso en el escalafón como una afrenta personal y yo empiezo a sospechar que, en realidad, la política no es más que un banco de pruebas para futuros ciborgs domésticos. La fortuna parece sonreírnos, al fin, cuando vemos aparecer a María Rey a la carrera. Reconozco que no he sido demasiado amable con ella en anteriores comancherías así que me temo lo mejor cuando llegue mi turno en el saludo protocolario. “Con suerte me calza dos bofetadas”, pienso. “Merecidas”, piensa Rodrigo, con el que comparto un vínculo telepático a partir de la segunda cerveza. Pero María me planta dos besos cariñosísimos, sin más, lo que bien pensado podría ser un acto de fría y calculada venganza: “te va a dar un titular tu prima la de Cangas, subnormal”, maquinaría ella. Y no la culpo.

Así cae la noche y la presentación del Mundial de triatlón se nos antoja la última oportunidad de tocar chapa, de arrancar el deseado titular. Allí departimos con Maica Larriba y Tino Fernández, al que amenazamos con hacer público lo del zapato que perdió en un concierto de Camilo Sesto si no nos ofrece algo con más sustancia. Pero ni por esas. Ya solo nos queda la baza de Lores, que al final de la gala reclama mi atención y pregunta: “¿Pero ti como te chamas, Cabaleira ou Cabeleira?”. De ahí no voy a sacar una exclusiva, lo sé, pero su interés me da la oportunidad de lucirme ante las autoridades. Como tengo algo de diva noventera, intento contestar a su pregunta moviendo la melenita, como una modelo de Pantene, pero al terminar de desgirar el cuello descubro que Lores ya está enfrascado en otra conversación y tan solo me presta atención una camarera catatónica, abochornada por cuenta ajena. Por suerte, Cota regresa de los infiernos para arrastrarme hasta la salida, rescatar mi honor y aleccionarme sobre lo que nos espera en la casi inminente campaña electoral: “a mí me conocen demasiado y a ti no te conoce nadie, estamos jodidos”. Amén, hermano.

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