Opinión

Amor en el Pazo de Señorans

HACE DIEZ años tomábamos cañas en la Fuga de Blas y ante el advenimiento de la crisis económica muchos optamos por emigrar. En la barra de ese bar estábamos Antonio Ruiz, Juan Areses, Miguel Zeque que ahora lleva el Nolita, restaurante de referencia en Sanxenxo y Camilo Garrido, que había abierto la Fuga el año anterior y durante muchos años se convirtió en el bar de moda de la juventud de Pontevedra, no solo por su música, la mejor de toda la ciudad, sino porque era un espacio fundamentalmente de amigos que nos reuníamos allí a contemplar la vida y arreglar el mundo felices de estar juntos en ese lugar, elegante y con clase, diseñado por el famoso decorador pontevedrés Ramón Vigo. Antonio había decidido marcharse a Londres a probar suerte, no solo por tener una experiencia profesional que a un aparejador de su categoría aquí se le negaba, sino porque necesitaba como todos los jóvenes llegado el momento un cambio de aires. Llovía incesantemente durante aquel invierno y Pontevedra se nos quedaba pequeña como un charco. Algunos se fueron a Madrid como Juan Areses, Manuel Gamero, Juan Canitrot o Milo, otros a Suiza como Simón Tobio. Yo me marché a Barcelona buscando respuestas vitales en el horizonte del mediterráneo y entre los callejones del Borne. Antonio se fue a Londres y no solo triunfó profesionalmente sino que triunfó personalmente porque fue allí, en esa isla mítica, donde conoció a una hermosa sirena valenciana llamada Vera. El viernes pasado celebramos por todo lo alto su amor y su enlace en el ilustre Pazo de Señorans que se vistió de gala para homenajear a la pareja y celebrar una fiesta que será recordada por los siglos de los siglos. Sonó la música desde el comienzo, pero no una música cualquiera. Sonaron los mejores éxitos del rock y del pop de los años 60, 70 y 80 en una selección de vinilos que iba pareja a la selección de vinos que las uvas de las viñas del huerto del Pazo nos deleitaban en el paladar mientras el sol de la tarde se apagaba como una antorcha tras el horizonte del Atlántico. Bailamos. Bailamos hasta el infinito y más allá mientras el mundo giraba y giraba. Estaba Ubaldo Couso con sus tirantes de director del New Yorker, Hugo Vercher, Ruben Taboada y Berta, María Paz, Bárbara, Miriam, Miranda, Lucía, mi gran amigo, gran policía y mejor compañero de guitarras Manuel Gamero con su pareja Sofía Nogueira. Yo bailé con Cristina como en un sueño de una noche de verano y el Pazo se convirtió en un lugar mágico y místico, mientras los camareros servían todo tipo manjares para dulcificar el alma y la boca. Fuimos felices juntos esa noche, esa noche única en la que gracias a Antonio y Vera muchos amigos nos juntamos de nuevo. Nos juntamos para recordar que la amistad que nos unió de niños treinta años después sigue más viva que nunca. Que todas las noches sean noches de boda y gracias a Antonio y a Vera por convertir una boda en algo más, en un acto de amor colectivo qué a nadie, nadie, nadie, olvidará jamás. Que seáis felices y sigáis bailando hasta el fin de los tiempos. Y ojalá que algún día todos nos juntemos de nuevo en esta tierra maravillosa que es Galicia.

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