Opinión

El amor de la gente mayor

Recuerdo el día. Era otoño y llovía, siempre llueve en las escenas de amor. La campana de una iglesia intentaba recordar la hora pero yo la ignoré. El tiempo es una cosa que siempre va en tu contra si el amor está por en medio. A mi alrededor todo había desaparecido, esa es otra propiedad del amor, volver el mundo invisible, desaparece todo, como en aquella escena del gimnasio en American Beauty. Por no ver, ni siquiera veía al hombre que me besaba como si boca fuera el último lugar habitable de la tierra. Nos despertó del hechizo la voz de un chaval diciendo: "Qué bonito es el amor de la gente mayor". Nos separamos y nos miramos un poco extrañados, luego nos sacudimos la ropa como si hubiésemos salido de un lugar lleno de polvo, uno de esos que inhalas sin darte cuenta, como los aerosoles del covid.

A cierta edad somos tan cínicos que ya no creemos en el amor. O ya lo hemos vivido en algo que parece otra era geológica o sentimos que es una cosa patrimonio de los jóvenes, de los cursis o de los lectores de Paulo Coello, y quién quiere ser nada de eso.

Pero un día vas y te enamoras, aunque seas un señor mayor y rey de España y te da por regalar millones de euros a una mujer rubia con la que quieres casarte aun a riesgo de que se venga abajo la monarquía. Al final el que se viene abajo es uno y acaba desterrado entre oropeles y quién sabe si pensando mientras ve a Corinna dando entrevistas, "pero, ¿me quisiste o no, me quisiste o no?". Me reverencio ante Juan Carlos por esa pasión desnortada y republicana, lo convierte en un hombre, que es lo que es, por mucho que lo dibujen con sangre azul los libros de historia.

Da igual lo incrédulo que seas y las canas que peines y lo ridículo que te vuelvas frente a los que tienes enfrente. Quien lo probó lo sabe. El amor hace palidecer cualquier escena del pasado, se presenta con su éxtasis, el deseo constante, el frenesí, la ansiedad, la angustia, el placer, la gloria, las ganas de abrazar, de morir en un beso, de deshacerse en una cama. De amarrarse al amado como los náufragos a su tabla.

Y, decidme, ¿cómo no va a creer un náufrago en su tabla?

Después habrá una playa o el fondo del mar o un hotel en Emiratos Árabes, pero esa ya es otra historia.

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