Año

"Les voy a confesar algo que seguramente me cierre para siempre las puertas de cualquier modernidad que valga la pena; y es que a mí me gusta la Navidad"

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NO DEJA de ser curioso que celebremos el hecho de volver a la casilla de salida, que este gran bólido en rotación que nos transporta a través del espacio frío, negro y prácticamente vacío vuelve a pasar por el mismo punto de su órbita. Pero esa es parte de la grandeza —porque, pese a todo, no me cabe duda de que la tenemos— de nuestra especie: humanizar, literalmente, todo.

No tenía unas vacaciones como las escolares desde 1993, pero este año ha sido así: todas las Navidades sin trabajar. ¿Y saben una cosa? Que es mucho mejor. Lo digo por si les surge la posibilidad y no saben qué hacer: elijan vacaciones.

Además, les voy a confesar algo que seguramente me cierre para siempre las puertas de cualquier modernidad que valga la pena; y es que a mí me gusta la Navidad. Me gusta el ambiente, las luces y los adornos. Me gusta que la ciudad se llene de gente que el resto del año vive fuera y vuelve estos días, e ir saludando sin parar por la calle y no dar abasto para tomar algo con unos y otros. Me gusta reencontrarme con una parte de mi familia a la que no veo en todo el año, incluso aunque unos y otros sepamos que si no nos vemos más es porque nos da igual: quiero estar con ellos en navidades. Me gusta comer. Me gusta Love Actually. Y me gusta comprar, me entrego al consumismo desaforado de estas fechas con toda la alegría, porque me encanta regalar —y nada de cosas necesarias: regalar de verdad, cosas que gusten y punto— y, qué carallo, ¡porque me encanta que me regalen! Y ha sido el primer año en que ni Paula ni Carlos creían, y no se ha notado, como dejaba él claro todas las mañanas al gritar, nada más despertarse, cuánto faltaba para Reyes.

Me gusta también morder el anzuelo e ir al cine con los niños. Y este año hemos visto Rogue One, el último episodio de Star Wars, que en realidad es el 3,5, y que es el que más me ha gustado desde los tres originales, sin duda. Fue una sorpresa, y no solo porque dos días antes ni siquiera había oído hablar de ella, sino porque le vi bastante sentido a su poco pretencioso argumento, porque encajaba bien y, sobre todo, porque me pareció que los protagonistas —faltaba Constantino Romero…— lo hacían bien otra vez, que ya era hora. Y me flipó la recreación del nuevo Gobernador Tarkin, y el maquillaje que recuperó a Leia cuarenta años después. Claro que me impactó mucho más descubrir, al salir del cine, que justo en el momento en que la Princesa se giraba en la pantalla y se dejaba ver, en realidad Carrie Fisher se moría.

En fin, que las Navidades han pasado y empezamos a recorrer una nueva elipse alrededor del Sol. Y ante la indiferencia del Universo intentaremos que sea buena. Feliz nuevo giro a todos.

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