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Apología y petición del vino tostado gallego

CRISTINA ALCALÁ, una de las expertas que goza de mayor reconocimiento en el mundo del vino, ha señalado que el tostado se hace con las variedades de uva autóctonas gallegas, de las que la más conspicua es la treixadura. Pero asimismo indica que ha habido una notable miscelánea en la confección de este vino patricio, en cuya preparación también pueden participar la uva albariño, lado, loureira, etc. 

Ilustración de una botella de vino tostado realizada por Lao Castro. CEDIDALa elaboración tradicional y artesana del legendario vino tostado se remonta a varios siglos atrás. Es altamente probable que su técnica y modo de realización ya fuera conocida en la Edad Media, en la que se podría haber sido empleado como vino de misa, aunque este manjar también alegraría los paladares en ámbitos profanos, según apunta Eliseo Alonso. Las referencias documentales conocidas se remontan al siglo XVII, aunque los testimonios más abundantes y fiables que dan cuenta de su existencia datan de los siglos XVIII y sobre todo del XIX. El catedrático compostelano de Química, Antonio Casares, lo menciona en 1843, y aporta algunas precisiones relevantes. De añadidura, Emilia Pardo Bazán y el escritor orensano Valentín Lamas Carvajal aluden al vino tostado repetidas veces, revelando datos de interés sobre su uso social en la segunda mitad del siglo XIX. También Valle-Inclán, metido un tiempo a viticultor en el Barbanza, gozó de la emoción latina de este vino. 

Lamentablemente, se produjo un proceso de decadencia y ocaso -devalar, que diría Otero Pedrayo- del mundo de los pazos y el consiguiente solpor de sus vinos tostados. Manuel, octogenario residente en la aldea de Laias, entrevistado por nuestro ilustre geógrafo, Augusto Pérez Alberti, recordaba con nostalgia la época en que se hacía el vino tostado, y echaba de menos esta tradición, lamentando que se hubiese perdido: "¡Ay, el tostado! ¡qué bien sabía! Eso lo hacíamos antes. Después de la vendimia dejábamos unos racimos colgados en el techo del faiado hasta el mes de diciembre o enero. Cuando estaban bien mustias las uvas, las pisábamos y prensábamos, y después hervía en un pipote. Salía un vino dulce ¡que sabía! Ahora ya no se hace".

Existe constancia de que en vísperas de la década de 1950 todavía se comercializaban algunas partidas de vino tostado producidas en bodegas de las comarcas del Ribeiro y Valdeorras, como lo pone de manifiesto el hecho de que hayan sido mencionados en una guía inglesa referida a España, de 1949: The Handbook of Spain. En el transcurso de los siguientes lustros las marcas comercializadas desparecieron del mercado, lo cual sugiere una cierta desestima de este producto de alta calidad artesanal. Ciertamente, su elaboración no era fácil ni rentable, por lo que no carece de fundamento la opinión de la meritoria repostera Herminia, que conoce bien la villa de Ribadavia en donde regenta una Tafona en la que hornea excelentes pastas judías: "El tostado del Ribeiro se dejó de hacer por indolencia, ya que nadie se quería molestar en afrontar el trabajo que daba su elaboración, que era mucho". La tradición fue conservada únicamente por un reducido número de perseverantes cosecheros que pensaban sobre todo en su propio consumo y en el de su círculo próximo y quizá también con la perspectiva de poder ofrecer algún regalo ocasional o bien de aprovechar alguna oportunidad de modesta venta que pudiese surgir.

No faltó mucho, en efecto, para que el tostado cayese en un inconcebible y completo olvido. Por fortuna, desde hace algún tiempo dos importantes bodegas ribadavienses, Viña Costeira y Campante, han asumido la meritoria tarea de elaborar el vino tostado.

Los gallegos hemos padecido históricamente de una amnesia parcial de nuestra identidad vernácula, en lo que se refiere a muchos aspectos de nuestro pasado. Hemos olvidado, por ejemplo, nuestro estilo arquitectónico tradicional, basado en la madera y la piedra, cuando nos precipitamos por la pendiente del desarrollismo de los años sesenta que condujo a un desquiciado feísmo constructivo y paisajístico. En otro ámbito de nuestro patrimonio colectivo, hemos echado en olvido la existencia de los cancioneiros medievales durante una larga etapa de desmemoria, solo conjurada a comienzos del siglo XX, cuando volvimos a tener noticia del uso precursor de la lengua gallega en la maravilla que ha sido la lírica galaico-portuguesa. Descubrimiento que deslumbró a poetas como Álvarez Blázquez y Cunqueiro, espoleándoles a cultivar el neotrovadorismo. Por ende, la mayoría de nosotros nada sabe del áureo tesoro líquido que ha sido durante varios siglos el vino tostado. Constituye un triunfo enocultural del país, que nos debe animar a disfrutarlo y a ponerlo en valor como estimable recurso de calidad conspicua. Es tarea de nuestro tiempo recuperarlo y promocionarlo. Y tras la apología del vino, aquí viene mi petición, en la estela del celebrado poema de Gil de Biedma: Yo desearía ver a los ilustres miembros de RAG brindar con nuestra genuina ambrosía en el próximo Día das Letras Galegas, pues es cosa conocida que la cultura del vino completa a la perfección la literaria. Pocas cosas son comparables al placer de saborear una copa de vino mientras nos sumergimos en el mundo de fi cción que brota del libro que tenemos entre las manos. Estaría bien que el próximo 17 de Mayo, fiesta mayor de nuestras letras, expresáramos nuestro cariño regalando a quienes amamos un libro en idioma gallego y una botella de tostado del Ribeiro, nuestra delicatessen que fue embajadora de la Tierra gallega desde la Edad Media en los salones de Europa. Y, por supuesto, espero que los gallegos de alma genuina, festejen ahora el Magosto, y más adelante el Nadal, con nuestra inmemorial ambrosía dorada, una gran obra de creación legada por nuestros antepasados.

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