Camino a la normalidad

Fases

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photo_camera La Peregrina. DP

GALIZA pasa a la fase dos y yo apenas he hecho uso de la fase uno. Creo que en tres ocasiones salí de casa para algo que no fuese acudir al estanco o al supermercado. Mi zona de confort no salió de la fase cero, que es donde me siento seguro y protegido. Nunca me gustó vivir por fases ni hacer nada en fases. Cuando no había fases mi vida no era muy diferente a la fase cero y yo estaba tan a gusto. Pasaba días y días encerrado en casa tan a gusto y sólo salía de ella por obligación, por compromiso o por trabajo.

Lo que no me gusta de las fases éstas del camino a la nueva normalidad es la pérdida de libertades. Me explico: por lo general cumplo las normas aunque no me gusten. Es lo que hay que hacer. Lo que no hay que hacer es salir a la calle cuando no se puede a montar caceroladas. Y si hay una pandemia que está matando a mucha gente y eso implica una pérdida de libertad, pues se asume, cumple uno como buen ciudadano y se atiene a las normas. Yo no hago demasiado uso de muchas libertades, pero me resultó durante todo este tiempo insufrible ver a mi hijo Rodri Scott o a mi señora encerrados en casa, porque ellos sí son usuarios de libertades tan simples como el derecho de reunión, en el caso de nuestro hijo, o del de manifestación en el de mi señora.

Yo estoy bien en fase cero. Paso la mayor parte de mis días encerrado en un cuchitril de nueve metros cuadrados y me sobran cinco. Soy una especie de preso voluntario. Aquí vivo tan a gusto, leo, escribo y veo series. El resto del tiempo lo paso con mi familia y una vez a la semana, si acaso, me reúno con mis hermanos, que son buena gente.

Cuando, antes de todo esto, pasaba a la fase uno, era porque quedaba con alguien para tomar una caña, preparar un reportaje o mantener una reunión de trabajo. La fase dos creo que ya para mí es demasiado desfasar. Casi nunca la practico, pero me gusta que los demás lo hagan si lo disfrutan. Todavía no me acostumbro a ver a tanta gente en fase uno. Todas esas mascarillas me ponen nervioso y sufro por la gente que las lleva, y más en Pontevedra, una ciudad que está hecha una hermosura pero llena de gente que sufre y que como en todas partes está asustada.

Alguien debiera inventar un sistema, un método o un aparato para insuflar optimismo a la población. Las tres veces que salí a alguna terraza no vi demasiadas caras alegres ni escuché carcajadas y eso es lo que tiene que volver. Sería bueno recuperar la alegría, aunque fuera por fases. Lo que todos esperamos es vencer al virus de manera definitiva, o encontrar un tratamiento o una vacuna porque de otra manera la nueva normalidad será peor que la vieja. No quiero ver a estas generaciones de jóvenes viviendo durante años poniéndose y quitándose mascarillas, confinándose y desconfinándose y viviendo la vida en fases.

No se lo han buscado. Cuando en el siglo pasado se vivieron dos guerras mundiales y una civil, los hijos de quienes las provocaron tenían motivos sobrados para culpar a sus padres, o a los dirigentes de sus padres. Ahora no tienen ni el consuelo de desahogarse chillando: "¡Yo no tengo la culpa de que me hayáis traído un coronavirus!". A ellos y ellas les tocará aún así reconstruir el mundo. Afortunadamente para la juventud pontevedresa, sólo tendrán que encargarse del tejido empresarial y reparar el daño social que este bicho está ocasionando. La ciudad está en perfecto estado de revista.

Es la tristeza el mayor problema de Pontevedra. El del resto de las ciudades es la tristeza y todo lo demás, como reconstruir las ciudades para hacerlas más habitables. Tienen mucho más trabajo por delante. Lo único que podemos pedirles es que recuperen la sonrisa y la alegría. No me parece una idea grata esa que se propone de que "tendremos que aprender a convivir con el coronavirus". Eso sería terrible. Lo que hay que hacer es vencerlo y para eso sólo hay una fórmula: inversión en sanidad pública, en recursos sanitarios y en investigación. Todos esos pacientes que dicen: "He vencido al coronavirus" tienen toda mi comprensión pero se equivocan. Quien ha curado a esos enfermos han sido los profesionales sanitarios, las UCI y los respiradores. El coronavirus no juega al ajedrez con las personas a las que contagia. No lucha contra ellas, sino contra la ciencia.

Volviendo a las fases, y siendo todas ellas eficaces y de obligado cumplimiento, sólo hay una que de verdad importa, que el la de la ciencia y la de los recursos para una Sanidad pública capaz de enfrentarse a este bicho y a los que vengan, que vendrán. Entonces sí recuperaremos la alegría y podremos alcanzar esa meta de una nueva normalidad mejor que la anterior, que siendo mejor que ésta, tampoco era nada del otro mundo.

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