CAMINO A LA NORMALIDAD

Para no ser una cifra

Imagen captada este lunes en A Devesa, con la zona de cafetería ya abierta. GONZALO GARCÍA
photo_camera Imagen captada este lunes en A Devesa, con la zona de cafetería ya abierta. GONZALO GARCÍA

ANDUVE BUSCANDO estos días cómo se trataban las epidemias en las crónicas medievales gallegas. Por consolarme pensando en tiempos peores. Lastimosamente, la cosa no funciona. Los cronistas de la época escribían para reyes, cortesanos, nobles y frailes, a quienes el pueblo les traía sin cuidado. Como mucho, consignaban que tal epidemia o tal hambruna habían mermado considerablemente las rentas del conde tal en el año de nuestro Señor de mil trescientos y tantos por falta de manos para recoger la cosecha.

Bien pensado, la cosa no ha cambiado tanto. Las crónicas que se lean dentro de ocho o diez siglos referidas a esta pandemia hablarán de cifras de muertos y de contagiados, del quebranto económico y de las consecuencias que tuvieron para la economía, no para la economía de usted o para la mía, sino para las economías de los estados, de la banca y de las grandes corporaciones. Usted y yo, como casi todos, somos de los que recogemos la cosecha. En los textos no aparecerán más de tres o cuatro nombres, los importantes, como si fueran ellos quienes sufren las consecuencias por tener un mal año.

Para encontrar algo peor con lo que sentirse cómodo es mejor recurrir a películas, novelas o series apocalípticas, si hay alienígenas, robots rebeldes o zombis, mejor. Es la manera de salir a la calle y descubrir que la cosa tampoco va tan mal, que más se perdió en Cuba. Hay otra solución que yo le cuento: el lunes, tras comer en Poio en casa de mi hermana, en el camino de regreso a casa todo era igual a un domingo cualquiera de antes de todo esto. Nos cruzamos con un par de coches y con tres o cuatro personas. No me fijé si llevaban o no la mascarilla, porque mi felicidad se hubiera venido abajo. Cruzamos el puente de A Barca, Campolongo e ingresamos en la avenida de Vigo como si tal cosa. Ésa es la Pontevedra que yo quiero ver, la de antes.

También me gusta la ciudad que me enseñó este lunes mi amigo el antropólogo Miguel Alonso Cambrón, coruñés a quien la pandemia le pilló por aquí y que está aprovechando su estancia en Pontevedra para salir a la calle con una cámara de fotos y retratar a personas, momentos y lugares, recogiendo testimonios para colgarlos en una página que montó en Facebook y que se llama O novo normal: Pontevedra. Allí, desde una visión muy particular, nos levanta el ánimo contándonos historias amables que, sin perder la perspectiva del momento que vivimos, nos levantan el ánimo.

Escribía yo el lunes que necesitábamos algún sistema para recuperar el optimismo. Pues éste es uno de ellos. Imágenes y perlas literarias que nos entregan la mejor parte de esta realidad. Y, lo que es importante, hace todo lo contrario que los cronistas medievales de los que les hablaba al principio y convierte en protagonistas a los que recogen las cosechas, a los que, de no ser por él, nadie recordaría dentro de unos siglos. Y lo hace porque le apetece, porque le pilló un Erte y aprovechó su forzoso tiempo libre para investigar los entresijos personales, materiales e inmateriales de Pontevedra. Y tiene el valor añadido de no ser pontevedrés, lo que dota a su trabajo de una visión objetiva.

Y me gustan también las contraportadas que está ofreciendo Diario de Pontevedra, en la que nuestros fotoperiodistas, que sí conocen nuestra ciudad como las palmas de sus manos, captan momentos mágicos y conforman un álbum magistral en el que también nos ofrecen imágenes que nos hacen pensar que hasta da gusto vivir una desescalada. Siempre he hablado del talento de todos los fotoperiodistas de Pontevedra, sean del medio que sean. No creo que si hubiera un campeonato mundial de fotografía, nuestra selección tuviera que envidiar nada a ninguna otra. La oportunidad de ver cada día esas fotos y los comentarios que las acompañan del maestro Rozas quedan ahí, en las hemerotecas como primorosos instantes de un tiempo duro. Cada día, en cuanto llega el Diario a mi casa, lo volteo y busco la foto sin fijarme en la firma. Los conozco tan bien que por lo general acierto con el autor, porque cada uno tiene su marca. Le veo con detenimiento y luego bajo la vista para leer el texto que las acompaña. Y pienso que esta gente hace periodismo del bueno y que cuando esto pase habrá que editar un libro preciosamente editado y encuadernado que recoja tanto buen material.

Así que, si usted como yo quiere recuperar el optimismo, las crónicas medievales no son solución. Las series apocalípticas ayudan, pero no hay que ir tan lejos. Esa contra de Diario de Pontevedra es un consuelo, como la página de mi amigo el antropólogo. Nos muestran una realidad tan paralela como verídica y nos enseñan que siguen pasando cosas buenas, que hay motivos para reflexionar y sonreír, que no tenemos por qué pasar a la historia como una cifra ni como recolectores de cosechas de millonarios.

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