Opinión

Chao, colega

HASTA LUEGO, Fox! Mientras, seguimos en contacto. Ya sabes, lo mismo que hago con Simba, Kazán y la primera Kía, a los cuales muchas veces me oías nombrar y decirles cosas. Así ahora también tú, en buena compañía con ellos. Vosotros por ahí y yo por aquí, por donde estuviste hasta hace nada. Ahora cambiaste de lado, pero el lado no importa mucho, porque el grupo que formamos seguirá fuerte y cotidiano.

La cotidianeidad, qué cosa. Tú y yo forjamos la nuestra el uno para el otro a lo largo de años, de tus años. Pero sobre todo en los últimos tiempos, ya envejeciendo, pasamos los días pegaditos el uno al otro, metidos en nuestros asuntos, conviviendo, viviendo. Nuestros asuntos: el paseo de la mañana y el paseo de la tarde, jugar con el rastrillo y con la manguera, descansar o dormitar, comer galletas (tú) y dártelas (yo). Y otras actividades de similar calibre, importantes y placenteras, no como las que habitualmente la gente tiene por interesantes y son un coñazo, ¿verdad?

Dudé un poco en contártelo, porque te vas a poner imposible, con lo chulito que eres y lo que te gusta ser el centro de todo. Pero estamos muy tristes y te echamos una barbaridad de menos, pese a lo que te dije —y no me corrijo— de que no hay verdadera separación entre nosotros ni nunca la habrá. Lo que pasa es que el cambio desconcierta y duele, la costumbre. Irene en primer lugar, la familia toda, los que vivimos contigo, los que te conocimos y tratamos no hacemos más que evocar tu gracia, tu vitalidad, tu cabezonería, tu manera de ser tan fox-terrier, pero encima un fox-terrier mimado y acostumbrado a que se respetase siempre su santa voluntad. ¡Qué tío!

Kía está apagada, desconcertada y te busca. Es natural, pero se animará con el tiempo. Yo noto permanentemente como un vacío en el estómago, un gran agujero. Y te sigo viendo en cada paseo, cuando llego a casa, a todas horas. Tu personalidad es tan fuerte que deja huella, profunda huella. Ya ves, puedes estar orgulloso y, conociéndote como te conozco, seguro que lo estás.

Y tengo dos consuelos o dos sucedáneos de consuelo. Por una parte, saber que te has pegado la gran vida todos los días y todos los momentos, sin una sombra, y que ahora, cuando te tocaba, has dado ese paso que todos tenemos que dar con una rapidez y una placidez envidiables. ¡Qué suertudo! ¡Qué pocos, poquísimos, podrán decir lo mismo! El otro consuelo es que, aunque me pusiste el listón muy arriba, he estado a la altura y he sido para ti un colega legal y que nunca fallaba. Casi —solo casi, pese a todos mis esfuerzos— como tú lo has sido para mí. ¡Chao, Fox, colega! Y lo dicho: seguimos en contacto.

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