Opinión

Conspiranoicos

RECIENTEMENTE UN artículo de El País, haciéndose eco de la revista Última Frontera, publicaba que el mayor número de teóricos de la conspiración de Europa se encuentra en España. Esto no me extraña, ya que nuestra mentalidad y la manera de ver la vida es un poco proclive a ello. Baste recordar, en clave interna, el tan célebre “España nos roba”, que ha servido para manipular sentimientos y azuzar el odio contra lo español. 

Igual que pasa con los “antivacunas”, los “conspiranoicos”, o los “negacionistas”, parece que cuando los datos contradicen nuestras convicciones, solemos ignorarlos o manipularlos para adaptarlos a unas ideas preconcebidas porque en definitiva, a menudo sólo creemos a los otros en tanto en cuanto nos dicen lo que queremos oír. 

La tendencia a creer en teorías de la conspiración es un fenómeno muy humano, a mitad de camino entre el escepticismo, que trata de ir más allá de las apariencias que “engañan”, y el pensamiento que tiende a aceptar como verdades narraciones en las que, si uno no se para a analizar detalles y contradicciones, parece que todo encaja, todo acompañado de la escasa información que en general maneja la mayoría de la gente. 

Las teorías de la conspiración son explicaciones descabelladas, en muchas ocasiones malintencionadas y siempre carentes de sentido común y crítico, que disuelven la responsabilidad de los que las propagan y suelen tener consecuencias violentas, además de volver imposible que nos acerquemos a la verdad histórica y científica sobre acontecimientos importantes.

Estas teorías promueven un clima de histeria en el debate público, porque siembran en muchos ciudadanos la sospecha radical frente a las explicaciones de sus autoridades, ya sean estas políticas o científicas. Asimismo, son perversiones de factores claves de la democracia como la libertad de expresión, unido al constante ejercicio del pensamiento crítico y la cultura del debate, y la defensa de lo opinable y de la opinión en el ámbito público.

Dado lo perverso e inútil de esas teorías, cabría preguntarse, ¿Cómo podemos conseguir que la gente las rechace por irracionales? Parece que lo idóneo al combatirlas es mantener las emociones al margen, nada de discutir, no criticar (nada de ataques personales), escuchar con atención e intentar expresar detalladamente la otra postura, mostrando respeto y reconociendo que es comprensible que alguien pueda pensar de esa forma, pero intentando demostrar a la vez que, aunque los hechos sean otros de los que se pensaba, esto no significa necesariamente que se altere su visión personal del mundo.

Un camino bueno para argumentar es emplear historias para transmitir lo que se quiere decir. Los relatos atrapan a la gente con mucha más fuerza que los diálogos argumentativos o descriptivos, y sirven para enlazar la causa con el efecto, de manera que las conclusiones que se quieren mostrar parecen casi inevitables. 

Quizá estas estrategias no siempre sirvan para hacer que la gente cambie de opinión, y aún a riesgo de que el mundo pueda ser más aburrido (porque algunas de las teorías de la conspiración son francamente ocurrentes y hasta hilarantes), es posible que ayuden a centrarnos en lo que realmente importa y a evitar tantas divisiones innecesarias.

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