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Cuando Pontevedra se rindió a los nazis

Imagen del crucero Leipzig que recaló en aguas de Marín en 1939. DP
photo_camera Imagen del crucero Leipzig que recaló en aguas de Marín en 1939. DP

CUENTAN LAS crónicas de la época que Pontevedra se echó a la calle para aclamar a la armada nazi en 1939. La Guerra Civil española había terminado y la flota alemana, de regreso a su base de Wilhelmshaven tras unas maniobras por el Atlántico, realizó una escala en aquella Galicia a la que Hitler -y sus cabezas pensantes- otorgaban un enorme valor estratégico en el conflicto que estaban a punto de desatar. La envergadura de la escuadra obligó a repartir los amarres entre varios puertos y así fue como le tocó a Marín recibir al crucero Leipzig y dos destructores: el Z1 Leberecht Maass y el Z17 Diether Von Roeder.

El acto principal de la visita tuvo lugar la mañana del 7 de mayo, cuando las tropas de marinería nazis desfilaron por el centro de Pontevedra acompañadas por la banda de música de Falange y un grupo de gaitas del país. Fueron cinco días de estancia en los que las autoridades de la ciudad agasajaron a tan espeluznantes visitantes con todo tipo de galas: desde los bailes organizados por el Liceo Casino y el Casino Mercantil hasta el aperitivo que montó el doctor Enrique Marescot en los jardines de su sanatorio, en Mollabao, pasando por una verbena en la Alameda o un partido de fútbol entre artilleros y marinos en el mismísimo Pasarón.

“La muy noble y siempre leal Pontevedra saluda a la gran Alemania”, comenzó su discurso de bienvenida el gobernador militar de la provincia, el coronel López Bago, en una recepción celebrada en el salón de actos del Pazo Provincial. “Y os da las gracias por la valiosa ayuda que prestasteis a nuestra santa cruzada. Así que levanto mi copa para que gritéis conmigo, con toda efusividad y cariño: ¡Viva Alemania!, ¡Viva España!, ¡Viva Hitler!, ¡Viva Franco!”. Tan caluroso saludo fue respondido por el comandante Nordman con loas sentidas al ejército español y su cuerpo de marina que “en circunstancias tan desfavorables”, dijo, “supieron terminar victoriosas la campaña dirigida por el gran caudillo Franco”. La jornada terminó a la gallega, con una gran cena en el ya desaparecido bar-restaurante Calixto donde el comandante del crucero Leipzig dio cuenta de “tres bogavantes, seis huevos fritos con patatas, seis bistecs con guarnición y un amplio surtido de postres caseros”.

¿Podría ser la coqueta y peatonal Pontevedra una plaza favorable para el fascismo desacomplejado que representa VOX?
 

¿Podría ser la coqueta y peatonal Pontevedra una plaza favorable para el fascismo reacondicionado y desacomplejado que representa VOX? Esa es la pregunta que se hacen algunos de nuestros representantes políticos tras asistir a su meteórico despegue electoral en Andalucía. El corazón les dicta que no pero la lógica apunta a que sí. Ninguno sabe cuántos pontevedreses sucumbirían a sus cantos de sirena xenófoba, machista, homófoba, apostólica y ultranacionalista pero todos admiten, con mayor o menor grado de preocupación, que podrían ser los suficientes para que una hipotética candidatura del partido ultra lograse representación en la próxima corporación municipal. Y es que, conviene no llevarse a engaño, su visión apocalíptica del mundo en general –y de España en particular- encontrará un importante caladero de votos en diferentes extractos de nuestro tejido social a poco que incurramos en la pulsión irresponsable de blanquear su verdadera naturaleza.

Quizás lo encuentren de todas maneras. Contra el auge de la ultraderecha no parecen existir las fórmulas mágicas pero sí una barrera de contención que ya se levanta en países como Francia y Alemania, dos de los grandes damnificados por la esquizofrenia nazi del siglo pasado: ni pactos ni concesiones con los ultras. Por eso conviene echar la vista atrás y recordar lo que sucedió en esta misma ciudad no hace tanto tiempo. Y si dentro de un siglo, o cuando corresponda, alguien siente la necesidad de relatar a las nuevas generaciones una segunda genuflexión de Pontevedra ante el fascismo, que no sea por las mismas razones que empujaron a nuestros mayores a salir a las calles en 1939: por miedo, por ignorancia, por el colaboracionismo de nuestras clases dirigentes, por puro folclorismo… Porque nadie los avisó, en definitiva, de quiénes eran en realidad aquellos marinos rubios y viriles que desfilaron por la Michelena, bailaron en el Casino y dejaron temblando las neveras del viejo Calixto.

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