LA FUSIÓN es un concepto que se emplea más en la cocina que en la política. Aunque los años más duros de la crisis empujaron a los gobernantes a poner sobre la mesa el debate de reorganización de un mapa municipal que en España, con 8.131 ayuntamientos, resulta a todas luces ingobernable, con la recuperación económica —por efímera que sea— la cuestión vuelve a guardarse en el cajón. Y ahí quedará por mucho tiempo, porque en realidad no hay ninguna voluntad de agrupar municipios, como demuestra la estadística oficial: en España nacieron 29 ayuntamientos en lo que va de siglo fruto de segregaciones, mientras que solo hubo dos fusiones: las gallegas de Oza-Cesuras (2013) y de Cerdedo-Cotobade (2016).
Si a esta realidad le sumamos que estamos en periodo preelectoral a nivel municipal, pues el anuncio del alcalde de Santiago, Martiño Noriega, de fusionarse con Teo y Ames para crear una "gran capital" suena a que solo es un brindis al sol.
→ La verdadera barrera es social
La fusión es un proceso complejo a nivel administrativo y económico, pero todavía lo es más a nivel social. En estos tiempos marcados por la dictadura de la globalización resucita con más fuerza que nunca en el individuo la necesidad de pertenencia a su tribu y a su territorio. El márketing, que siempre va por delante, juega con ese sentimiento explotando por ejemplo el concepto de territorio marca. Y en política el fenómeno se traduce en las expresiones más extremas del localismo, como Vigo. En esta realidad social resulta más complejo que nunca pedirle a un vecino que renuncie a su territorio en favor de otro. Pero es que si a nivel social existe una barrera psicológica importante para las fusiones, a nivel económico, por ejemplo, el municipio pequeño siempre tiene miedo a salir trasquilado del proceso. Lo primero que hacen los vecinos de Teo y Ames cuando Noriega habla de la gran capital es echar un ojo a lo que paga un compostelano de Ibi, de aparcamiento, de vado, de licencia de obra... Después se asustan con las listas de espera en guarderías y colegios, con los precios de la oferta cultural o con los sablazos de la zona azul. Y al final, renuncian a los beneficios urbanitas de pertenecer a una gran capital de Galicia con 150.000 habitantes y optan por permanecer en su monótona vida de la periferia, que aunque es menos glamourosa, va sobrada de escuelas infantiles y allí nadie los fríe a impuestos.
→ Un mapa insostenible
Pero que nadie tenga interés real en las fusiones no significa que estas no sean necesarias. Al final, acabarán imponiéndose por ley, porque el mapa municipal actual de España es insostenible. Hay 8.131 ayuntamientos, según datos del Ine. Y aunque en Galicia tenemos asumido que nuestros concellos son pequeños y muchos de ellos inviables, lo cierto es que ni de lejos somos los peores. Aquí hay 313 municipios (67 en Lugo, 61 en Pontevedra, 92 en Ourense y 93 en A Coruña), el más pequeño, Negueira de Muñiz, supera los 200 habitantes; y el siguiente, A Teixeira, ya pasa de los 400. Además, podemos presumir de las únicas fusiones del país en las últimas décadas. Esto contrasta con una España de microayuntamientos, donde en 2017 se contaban 13 de ellos con... ¡menos de 10 vecinos! Solo en Castilla y León hay más de 2.000 municipos y en la provincia de Salamanca, más que en toda Galicia (362). Por poner algún ejemplo, Cillares de la Bastida tiene 25 habitantes, La Bastida 26, Espadaña 34 y Brincones, 56. En Galicia fusionas un par de concellos y creas una entidad de más de 5.000 vecinos; en muchos sitios de España necesitas agrupar casi a un centenar para conseguir el mismo resultado.
→ Cada día somos más
Sin embargo, la Galicia que logró fusionar ayuntamientos y que al menos mantiene vivo ese debate, con ayudas de la Xunta para las administraciones locales que se unan o cooperen, es un oasis en una España donde desde 2000 hasta hoy nacieron 29 municipios fruto de segregaciones, la mayoría en Andalucía y Extremadura —aquí las últimas fueron las de Burela y A Illa el siglo pasado—. Por eso es mejor dejar la fusión para los fogones, ya que a la administración local le pega más la deconstrucción.