"Después de acoger la primera vez ya no eres capaz de decirles que no"

Comprar ropa, preparar la comida, bañar y acostar a los niños. Así es el día a día de una familia que hace cinco años abrió las puertas de su casa a menores tutelados por la Xunta. Nieves, Manuel, Luna y Lidia cuentan su experiencia
La familia de Nieves y Manuel en su kiosko de Monte Porreiro
photo_camera La familia de Nieves y Manuel en su kiosko de Monte Porreiro

El pasado 14 de enero , la profesora sacó de clase a Luna y a Lidia, dos hermanas de Monte Porreiro a quien su madre quería consultar antes de tomar una decisión. Dos pequeños de uno y dos años tutelados por la Xunta necesitaban entrar en un hogar con urgencia y recurrieron a su familia, que forma parte de la red de familias de acogida de la provincia de Pontevedra. Las pequeñas no lo dudaron. "Se echaron a reír y aceptaron sin dudar", cuenta su madre, Nieves Rodríguez, casi un año después, mientras los pequeños juegan en torno a ella. La tristeza de cuando se van crece cuanto mayor sea el esfuerzo que implica sacar adelante una casa con dos niños más. Pero merece la pena. "Siempre habíamos acogido niños de uno en uno pero, cuando nos llamaron para cuidar de estos hermanos, dijimos que sí. Si acoges una vez, luego ya no eres capaz de decirles que no", explica Nieves. "¿Qué iba a ser si no de ellos?".

Selección Cruz Roja tiene dificultades para encontrar hogares para adolescentes, grupos de hermanos o menores con discapacidad

Con un chupete, un pañal y una mochila. Así llegaron José y Pablo (nombres ficticios) a esta familia de Monte Porreiro que lleva cinco años acogiendo a menores tutelados por la Xunta. "El primer día sentí mucho agobio, no dormí nada porque no conocía sus costumbres, la comida que les gusta, sus juegos favoritos, sus miedos... Ellos, sin embargo, ya durmieron de maravilla el primer día", cuenta Rodríguez. Durante este tiempo, Nieves Rodríguez y Manuel Carballo ejercen como padres y sus hijas tratan como hermanos a los pequeños con los que comparten habitación. "Como hermanas y como minimadres, porque nos ayudan muchísimo", puntualiza su padre.

HOGARES. El de Manuel y Nieves es solo uno de los 69 hogares que forman parte de la red de familias acogedoras en la provincia de Pontevedra. De todas ellas, 37 están actualmente realizando acogimientos y 13 se encuentran en un momento de espera voluntaria. Es decir, solo hay disponibles 19 hogares. "Siempre son pocos, porque necesitamos tener mucha variedad para poder elegir en función de las necesidades del menor", explica Concepción Fernández, trabajadora social de Cruz Roja que coordina el programa en Pontevedra. La ONG es la que gestiona este servicio en colaboración con la Xunta, hace el seguimiento de cada caso y ofrece asesoramiento a las familias.

La finalidad del acogimiento es que los niños vivan con normalidad en una familia. "La atención a los pequeños siempre es más específica; los niños tienen como ejemplo a los adultos y el hecho de formar parte de una familia, aunque no sea la suya, siempre ayuda mucho a los menores", explica Concepción.

Cruz Roja todavía tiene dificultades para encontrar familias de acogida a niños mayores y adolescentes, así como a menores con discapacidad o grupos de hermanos. "Necesitamos personas que se adapten a niños con este tipo de necesidades", por eso anima a todo tipo de gente a formar parte del proyecto. "Tenemos hogares monoparentales, con o sin niños, más jóvenes o más mayores", explica.

Menores Por la casa de Nieves y Manuel han pasado ya nueve niños y niñas en cinco años, la mayoría de ellos bebés

NUEVE MENORES. En el caso de Nieves y Manuel, por su casa han pasado ya nueve niños, la mayoría bebés. "Cuando son tan pequeñitos no son conscientes y cuesta menos separarse de ellos porque sabes que van a estar bien. En el caso de José y Pablo, que llevan ya casi un año con nosotros y que, por lo que parece, todavía seguirán algún tiempo más, ya veremos cómo nos lo tomamos", cuenta Nieves.

La historia de los Carballo Rodríguez con los acogimientos comienza con un reportaje de Diario de Pontevedra. "Yo ya había compartido clase con niños de acogida en el colegio, cuando era una niña. Luego, trabajando como monitora de tiempo libre, tuve contacto con menores de Aldeas Infantiles. Pero fue un reportaje en el periódico lo que me animó a acercarme a Cruz Roja para preguntar por este programa", cuenta Nieves. Entró, preguntó y, unos meses después, tenía al primer bebé en sus brazos: un niño de dos años que estuvo en su casa durante nueve meses. Su despedida fue, hasta ahora, la más dura. ¿Y Manuel, cómo se convenció? "Yo soy fácil de convencer", resume mientras echa un ojo por la ventana del kiosko que regenta la familia en Monte Porreiro para vigilar a los chicos, que corren por el patio con dos pequeñas motos de juguete.

Tras la primera entrevista en la que la familia interesada recibe toda la información acerca del programa de acogida, los aspirantes a formar parte de la red reciben una visita en su casa de los trabajadores sociales de la ONG, así como un curso de formación para entender mejor la situación de los menores tutelados. Después de algunos trámites más, se lleva a cabo la entrevista definitiva con la Xunta y, finalmente, las familias reciben el visto bueno de la Administración para comenzar a acoger menores.

Acogida Nieves: "Cuando se van también es un momento bonito, porque significa que han encontrado un hogar definitivo"

DURACIÓN. La duración de los períodos de acogida es variable y depende de la situación de los padres biológicos del menor ya que, en la mayoría de los casos "se busca que pueda volver con ellos". Solo cuando es imposible que los padres biológicos se hagan cargo de sus hijos se entrega al niño en adopción. Durante el lapso de tiempo en el que se decide el destino final del menor es cuando entra en juego la familia de acogida. "La otra opción es que vaya a un centro de menores", explica Fernández, de Cruz Roja. "Es la Xunta la que nos llama cuando tiene un caso de un menor al que quiere buscarle un hogar, nosotros nos encargamos de buscárselo entre las familias de la red", continúa. Las familias de acogida reciben 240 euros mensuales por cada menor para gastos de manutención. "No es una cantidad elevada porque es un servicio voluntario", cuenta Fernández.

"Es un sacrificio de dinero, pero sobre todo de tiempo", asegura Nieves, que cierra con prisas su kiosko todos los días a las 13.30 horas para recoger al niño más pequeño en la guardería de Monte Porreiro, para luego ir corriendo a la Escola Infantil Fina Casalderrey a por su hermano y, finalmente, esperar a sus hijas en el CEP Marcos da Portela. "Mientras, yo, salgo corriendo de mi trabajo en Vilaboa, vengo a casa y preparo la comida para todos", explica su marido.

El pequeño Pablo se acerca y le pide a "mami" una golosina. "A mí me da pena decirle que no soy mami, por eso le dejo que me llame así porque es como lo hacen mis hijas, aunque a todo el mundo le pido que, cuando se refieran a mí, les hablen de Nieves porque tienen que saber que yo no soy su madre", cuenta. Tras meses de convivencia llegan las despedidas. Unas más duras que otras, ya que hay estancias que se alargan demasiado, como la de Pablo y José. "Yo no sé cómo nos lo tomaremos, pero va a ser difícil", explica Nieves, que nunca había acogido a los mismos niños durante un período tan largo. La familia prevé que los pequeños se queden en su hogar durante, al menos, todo el curso escolar.

Para Luna y Lidia, que aquel día de enero no dudaron en aceptar el reto y compartir a sus padres -y sus habitaciones- con dos niños desconocidos, también será difícil. "Ellas saben que tienen que irse, y que van a estar bien", cuenta su padre, que reconoce que a veces la convivencia se hace dura. "Cuando se acaba la acogida también es un momento bonito, porque eso significa que los pequeños vuelven con sus padres o han encontrado una nueva familia adoptiva de forma definitiva. Para mis niñas es como recuperar a sus padres, que durante un tiempo se ocupan menos de ellas por cuidar a niños que lo necesitan", resume Nieves.

Hay pequeños que pasaron por su casa con los que mantienen el contacto, como una niña de tres años a la que visitan de vez en cuando. Otros les mandan fotos en sus cumpleaños, pero a la mayoría les pierden la pista al acabarse la acogida. De todas formas, cuando se van, los pequeños se llevan un baúl de recuerdos de los meses que pasaron en el hogar de Nieves, Manuel, Luna y Lidia: una caja con ropa, algún juguete y una foto de la que, durante un tiempo, fue su familia. "Y por detrás, nuestro número de teléfono, por si quieren llamarnos", cuenta Manuel.

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