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Dos escritores iguales

Un día se me acercó un señor que se llama Juan Tallón. No nos conocíamos de nada y, desde luego, no somos la misma persona


EL MIÉRCOLES, durante la presentación de un libro, se me acercó un señor que se llama Juan Tallón. No nos conocíamos de nada, no nos habíamos visto nunca, no somos parientes, y, desde luego, no somos la misma persona. Simplemente, apareció en la librería y me aseguró que era Juan Tallón. Lo miré de cerca, como si estuviese lejos, y nos estrechamos la mano. La tenía fría, pues venía de la calle. Fuera de eso, y de que yo la tenía caliente, ya que llevaba rato dentro, y había bebido dos cervezas, no noté nada especial, parecido a un calambrazo, o a la transmisión de una fuerza secreta. No soy supersticioso, pero en ese instante me pareció inteligente tomar algunas precauciones, así que le pregunté si en estos años pasados había escrito alguna novela titulada El váter de Onetti o Fin de poema. La vida está llena de casualidades, de las que, cuando menos lo esperas, se derivan sorpresas desagradables. "No he publicado un libro en mi vida", me aseguró. Y eso no me dejó del todo sereno, pues podía haberlos escrito.

En un momento dado la conversación se vio interrumpida por causas de fuerza mayor, y nos emplazamos a seguir hablando más tarde, cuando finalizase el acto. Aproveché la separación para ponerme nervioso. Años atrás yo había escrito un relato en el que el protagonista se llamaba Juan Tallón, como yo, o como el otro Juan Tallón. Era escritor y había publicado un par de libros que pasaron sin pena ni gloria, razonablemente. Eso no lo desanimaba, y se embarcaba en la escritura de una novela en cuya primera parte se centraba en explicar, en una especie de diario, cómo se había desarrollado la escritura de la novela que se incluía en la segunda parte. Ese artefacto literario lo tituló La pregunta perfecta.

Parece imposible, pero otra persona que se llama como él ha escrito un libro igual al suyo

El día que dio por acabada su escritura, imprimió el manuscrito y lo guardó un cajón, para que envejeciese más rápido. Después, simplemente llamó a un amigo para salir a celebrar la heroicidad de escribir una novela que no era una novela, y que por eso mismo lo era. Camino del bar en el que quedan en verse, Juan Tallón entra a una librería, pues llega con adelanto. Su sorpresa es mayúscula cuando en una de las mesas de novedades advierte la presencia de un libro titulado La pregunta perfecta, cuyo autor se llama Juan Tallón, y que naturalmente no es el mismo Juan Tallón que él.

El corazón le da un vuelco. No quiere abrir el libro porque se teme lo peor. Pero no tiene más remedio. Se confirman sus miedos. Ese libro es exactamente igual al suyo. En cada detalle, lo copia. No hay ni una sola diferencia. Palabra a palabra, son libros idénticos. Parece imposible, pero lo cierto es que otra persona que se llama como que él, ha escrito un libro igual al suyo, hay que joderse. Cuando intenta averiguar quién es Juan Tallón, la solapa resulta intencionadamente parca, y apenas explica que nació en Ourense (España) y es autor de un par de novelas de las que ni siquiera se facilita el título, lo que hace creer que son libros que en su día pasaron sin pena ni gloria, razonablemente. En mitad de un gran caos interior, Juan Tallón decide partir en la búsqueda del otro Juan Tallón para averiguar cómo ha podido llegar a escribir un libro idéntico al suyo.

El relato continúa, pero esta columna tiene que acabar. En aquel ínterin que nos separamos, a la espera de retomar la conversación más tarde, nunca le quité la vista de encima más de un minuto. Vigilé sus gestos, por si del movimiento de las manos, o del modo de sentarse, o de atusarse el pelo, podía derivarse algún parecido ancestral entre nosotros, y nada. Cada uno gesticulábamos a nuestra manera. En el minuto que al fin pudimos hablar con tranquilidad, me contó que trabajaba en una clínica médico-estética. No había estudiado filosofía. No tenía familia en Ourense. No escribía novelas. No leía a Mario Levrero. No tenía perra. Me quedé muy tranquilo, hasta que me contó que acababa de tener una hija, como yo, y que se llamaba Helena, como la mía.

*Artículo publicado el sábado 5 de diciembre de 2015 en la edición impresa

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