Los clásicos de los estudios de Hollywood

El año en que los astros dieron una fiesta

1941 fue un año glorioso en lo que al cine se refiere. Cinco películas, con todo su elenco, estuvieron nominadas en la 14ª entrega de los premios Óscar y no ganaron todas porque no se podía. Esos cinco filmes representan el cine clásico de Hollywood. Su época dorada. Se encuentran entre los mejores de la historia cinematográfica y entre ellos se tejen relaciones dignas de un guionista de aquellos tiempos. Aquí hay material para otra película

No fue un año cualquiera. Ninguno lo es, en realidad. Nunca es un año cualquiera para los que lo viven. Para aquellos que lo cuentan, todo depende de la perspectiva, de los protagonistas, de los acertados requiebros del lenguaje, del brillo narrativo.
El año 1941 tiene una historia que podría ser más o menos así.
Unas manos se contraen violentamente, la tensión se marca asimismo en el rostro áspero del productor. Mr. Samuel Goldwyn levanta los brazos y lanza un grito. Instintivamente, los allí presentes, dan un paso atrás. Conocen los arrebatos del jefe pero no por ello dejan de pensar que sería mejor estar a mil millas de distancia que en ese despacho, no por ello dejan de maldecir el día en que decidieron su profesión. La Metro Goldwyn Mayer reina en Hollywood. Es el paradigma del sistema de estudios hollywoodiense, con sus magnates y sus estrellas, con su glamour y su estilo propios. Además de ser cofundador de la Metro, Goldwyn mantiene otra productora que será responsable de dos películas esenciales en 1941: ‘Bola de fuego’ y ‘La loba’, de los directores Howard Hawks y William Wyler, respectivamente. A partir de aquí, el argumento da un giro, y lo que podría haber sido una película de terror, con un primerísimo plano de las gotas de sudor de un guionista ante el productor todopoderoso, comienza a convertirse en una comedia de enredo, con sus toques de melodrama, eso sí. Esto es cine clásico norteamericano. Puro Hollywood.
Al fondo, tras la ventana, hay un niño jugando con un trineo. Son los últimos instantes de una infancia feliz. El drama se percibe en la expresión de la madre y se apoya narrativamente en la profundidad de campo, una técnica audiovisual que maneja a la perfección el director de fotografía de esta película y de otras dos en este año mágico. Si solo viésemos a la madre, sería triste, pero vemos a ambos, y entonces es tremendo. La composición de esta escena en ‘Ciudadano Kane’ se la debemos a Orson Welles, un advenedizo a ojos de los grandes magnates de la industria y un enemigo declarado de William Randolph Hearst, a quien retrata el filme.
Va a haber otras dos madres en esta historia. Las tres van a perder a sus hijos y sus rostros van a definir interpretaciones para la posteridad. Una secundaria de oro en ‘Ciudadano Kane’, Agnes Moorehead; una brillante e inolvidable Sarah Allgood en ‘¡Qué verde era mi valle!’ ; una arrebatadora y miserable Bette Davis en ‘La Loba’. Las tres tienen sus planos y definen a sus personajes de un golpe. Eso se llama interpretación. Solamente Bette Davis pertenecía al star system de Hollywood, y, desde luego respondía con creces a la leyenda en torno a los caprichos y desmanes de las estrellas dentro de sus estudios. La Davis era la columna vertebral de la Warner, pero en esta ocasión fue cedida a la productora de Goldwyn, cosa que se hacía mucho por aquellas épocas. Malabares de productores. William Wyler, el director de ‘La loba’ ya había trabajado con Bette Davis en dos películas anteriores y ésta fue su última colaboración. No por falta de éxito, al contrario. Ese tándem fílmico arrasó en taquilla. Fue más bien por diferencias irreconciliables, de corazón. Tuvieron su romance y acabaron no soportándose. Los gritos en el set de rodaje todavía se escuchan aquí. Pero ‘La loba’, Regina Giddens, siempre será Bette Davis.
La secuencia de los desayunos del matrimonio Kane podría muy bien exponer la evolución de la relación amorosa entre Wyler y Davis. Pocos planos enlazados por barridos de cámara nos cuentan el trágico desarrollo de esa unión. En la película ‘Ciudadano Kane’, que destaca por utilizar las técnicas de la narrativa audiovisual todas juntas y con gran efectismo, la elipsis dice más que cualquier otra explicación dilatada. Cuatro planos y tenemos una vida. Una vida repleta de ambición y orgullo. Condenada a la soledad. La filmación de la muerte de Kane y la de Regina Giddens subiendo por esa escalera —un personaje en sí mismo— definen dos concepciones de hacer cine y dos personalidades de la dirección: Orson Welles y William Wyler.
Dicen que Orson Welles se encerró en una habitación a ver una película antes de dirigir ‘Ciudadano Kane’. La vio unas cuarenta veces. Después salió de allí y realizó la que está considerada una de las mejores de la historia del cine. La película que analizó compulsivamente fue ‘La diligencia’, de John Ford, rodada en 1939. Dos años después, en 1941, John Ford iba a empezar a rodar su nuevo filme, ‘¡Qué verde era mi valle!’, y quería para la fotografía a Gregg Toland, a quien no consiguió por estar ocupado con ‘Ciudadano Kane’, ‘La loba’ y ‘Bola de fuego’. Al proyecto se unió entonces Arthur C. Miller, que ganó el Oscar a la mejor fotografía. ¿Venganza o justicia poética?
John Ford retrata lo cotidiano y lo dota de esplendor. Es el director de los personajes, de la creación de atmósferas, de los tiempos narrativos. Es el director de la emoción. No hay primeros planos como los de Ford y lo mismo ocurre con la composición de las escenas. ‘¡Qué verde era mi valle!’ no tiene una sola escena superflua y su conjunto está dotado de una significación que traspasa la pantalla. Si la muerte de Kane es artificiosa, la muerte del padre en el filme de Ford es portentosamente humana. Las dos funcionan, las dos marcan estilos. Orson Welles no ganó el Oscar, Donald Crisp sí, ese padre.
En el mismo estudio en que se rueda Ciudadano Kane, la RKO, a pocos metros, hay una bombilla encendida dentro de un vaso de leche. Un vaso sobre una bandeja que lleva Johnnie Aysgarth mientras sube una escalera. Otra escalera. Una de las escenas más estudiadas del mundo. Ahí está el suspense, ahí está el trucaje, bienvenidos al cine. ‘Sospecha’ es la película que Hitchcock rodó en el año 1941 con dos protagonistas de excepción: Joan Fontaine y Cary Grant. La primera ganó el Oscar a la mejor actriz. Y su hermana, Olivia de Havilland, jamás se lo perdonó. Ella también estaba nominada y le sentó muy mal perder. Años más tarde consiguió uno, con un peliculón: ‘La heredera’. ¿De quién? De William Wyler.
Mr. Goldwyn regresa a su despacho. Está pensando en otra película. Es ambicioso. Quiere ganar dinero, poder, prestigio. Piensa en Howard Hawks, un director que en 1938 se había sacado de la manga una joya como ‘La fiera de mi niña’. Que se persone Hawks. Busquemos a una pareja que funcione: Gary Cooper y Barbara Stanwyck. Que me los traigan. ¿A quién para la fotografía? ¿A quién va a ser? Gregg Toland. Quiero una gran comedia. ¿En el guión? Billy Wilder. Y entonces, produce ‘Bola de fuego’, una de las comedias más divertidas del celuloide.
Hay cosas que no mueren nunca. Como el mejor cine. 1941. Qué año.

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