Opinión

El bucle de Sarah

ESCONDIDA ante la vida se encontraba aquella mujer que una tarde de agosto decidió romper su silencio. Gritar su verdadera historia al mundo, a los cuatro puntos cardinales. Y denunciar aquello que oprime de forma asfixiante por dentro y por fuera. Estaba harta de buscar escondites para evadirse de su propia realidad. Agazapada en una madriguera rezaba por que algún día los zarpazos recibidos no volviesen a convertirse en una amenaza insalvable. Se camuflaba al contra luz de la ventana para que su imagen no fuese reconocida ante la cámara a la que, con una mayúscula valentía, se enfrenta por necesidad o desesperación. El reloj sobrepasa las tres de la tarde y el calor se hace insoportable. Sarah estaba recibiendo el amparo de la Asociación Cien por Cien Mamams en el norte de Marruecos, en uno de los barrios populares de la ciudad de Tánger. Nos recibe en una habitación. Al cerrar la puerta, regresa a su pasado con la intención de saldar las cuentas pendientes. Llora, solloza y vomita esas palabras que nunca se atrevió a conjuntar por miedo, por temor a perder lo único y más preciado que posee: la vida. Viste un fino camisón azul celeste. El color es tan suave como su tono de voz. A través de las costuras sólo deja entrever la hermosa y tierna silueta de mujer gestante, a sus 32 años. Precisa respirar hondo para comenzar con una historia que parece haberse encaprichado en un bucle. Cuenta que, antes de ser madre soltera, Sarah padeció un matrimonio que nunca funcionó. Se encontró con la oposición de su familia, pero a pesar de todo, decidió seguir adelante. Su calvario vital discurre entre Marruecos y Turquía. A los 15 días de haber parido a su primer hijo, su marido decidió "ponerla en la calle" para ganar dinero. Pronto llegó el segundo hijo, a los pocos meses. Y la misma historia se repitió hasta hacerse insostenible. Tomó la determinación de recurrir a la policía para denunciar su tortuosa situación. Pero, en esta ocasión, la respuesta también se había encaprichado del bucle: y fue devuelta a su marido. Soportó cinco años en este infierno familiar hasta que la burocracia y la falta de papeles le obligaron a volver a Marruecos. Eso supuso estar muy lejos de unos hijos que se vieron obligados a acostumbrarse a vivir sin su madre. Luchó por volver junto a ellos, pero el bucle tenía más sufrimiento esperando por ella. En este caso, solo cambió el escenario. En Grecia, la historia se repetía para Sarah: la calle, unos papeles no reglamentarios y de vuelta a Marruecos añorando la presencia de sus hijos. Y otra vez el contador se pone a cero. Desgraciadamente, volvió a confiar en otro hombre, y de nuevo el destino le dio la espalda. Embarazada y sola, deambulo por una sociedad que condena a las mazmorras de la indiferencia a aquellas madres solteras. En este punto, Sarah necesita tomar aire y secarse alguna lágrima que acaricia con cariño su mejilla derecha. Otra bocanada y saca una atractiva sonrisa que, a veces, le abandona sin avisar. En la asociación, recibía el afecto de otras mujeres acusadas socialmente de todo y de nada. Pese a ello, las cosas parecen haber cambiado un poco. La estabilidad y vital ha regresado aunque no sabe si para quedarse definitivamente. Sueña dormida y despierta con volver a reencontrarse con todos sus pequeños. Y confía en que su tenacidad y coraje no sean ficticios ante el reto de recuperar una vida robada por la sombra de la desdicha. Reconoce estar esperanzada con romper los sólidos muros del bucle que le han mantenido secuestrada varios años. Apoyada en el marco de ventana, con evidentes signos de cansancio ante la continua sacudida de emociones, Sarah asegura que el paso del tiempo se ha convertido ya en su principal aliado.

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