Opinión

El culto pedagógico

El orden de prioridades en las tareas a realizar no siempre es el deseado. Eso ha sucedido en el caso de un servidor con la lectura del libro El culto pedagógico. Crítica del populismo educativo de José Sánchez Tortosa, presente en las librerías desde diciembre pasado. Si las expectativas eran óptimas, concluida su lectura ha superado con creces lo esperado. Además de recomendar su lectura, merece un comentario.

Iniciaba Sánchez Tortosa una conferencia impartida en la Universidad de Lund en marzo de 2012 con una comparación entre los pedagogos de la Antigua Grecia y sus homólogos actuales. En el Mundo Clásico, decía, el pedagogo "era el esclavo que llevaba de la mano al niño conduciéndole hasta la escuela, donde el maestro se hacía cargo de su enseñanza. En los sistemas públicos de enseñanza de la postmodernidad, es el maestro o profesor el que está subordinado al pedagogo, erigido en verdadero Sumo Pontífice o comisario político de los procesos educativos". A continuación desgranaba la evolución seguida por nuestra cultura para lograr semejante inflexión.

El libro aparece estructurado en tres partes y un corolario final. En él realiza un demoledor análisis del formalismo pedagógico y el mito de la escuela democrática, la inversión pedagógica, la escuela basura... Dentro de la división tripartita, de especial interés es la tercera parte, con un estudio crítico de la historia de la legislación educativa española desde el proyecto ilustrado hasta el paradigma LOGSE. Con ella "se consuma el desplazamiento del concepto al afecto o, con más precisión, lo que hemos denominado la subsunción real de la instrucción de la educación; esto es, el fenómeno por el cual la instrucción, entendida como el procedimiento técnico que posibilita la adquisición de conocimientos queda sometido a las exigencias afectivas del sujeto" (p. 375). "El resultado es que lo que se ha democratizado es la ignorancia; lo que se ha socializado es la idiotez, no el conocimiento" (p. 384). Sánchez Tortosa también considera el proyecto de ley educativa de la señora Celaá como la fase superior de la LOGSE. Dentro del citado estudio de la legislación educativa, curioso e interesante es conocer las protestas estudiantiles y de sectores intelectuales generadas por el Real Decreto-Ley de Primo de Rivera de 19 de mayo de 1928. Consideraban entonces un privilegio permitir a los alumnos de centros privados ser examinados por dos profesores de su centro y un catedrático de universidad (p. 294). ¡Quién lo diría hoy en día con tanto "progre" atrincherado de forma ultramontana frente a toda prueba externa!

En esta sociedad actual de encefalograma plano y pensamiento único, sumamente recomendable es la lectura del libro; aunque, lamentablemente, a un amplio sector le produzca fuertes retortijones. Debemos felicitarnos por encontrar a personas como Sánchez Tortosa dispuestas a denunciar un populismo pedagógico causante de reservar posiciones privilegiadas en la sociedad a una selecta minoría —hijos de la oligarquía, de profesiones liberales...-. El destino de la mayoría del resto es formar parte de un inconmensurable ejército de mano de obra barata a disposición del Gran Capital.

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