Opinión

El ex-fiscal Moix

EL EX-FISCAL Moix goza de una fisonomía particular, inolvidable, como de personaje de cómic. Una cosa simpática, entre Filemón y Anacleto agente secreto. Además, los trajes le caen como a un personaje de Ibáñez. Su aspecto es el de alguien entrañable, alguien que ha sido puesto ahí para nuestro entretenimiento y distracción. Y así ha sido, tras protagonizar el penúltimo de los episodios nacionales con los que últimamente se nos recuerda que ya hace mucho que en este país nos hemos perdido el respeto a nosotros mismos y nos hemos entregado a la tarea de ser el hazmerreír de los demás, empeño en el que destacamos con prodigiosa pericia.

Para completar el cuadro, el exfiscal Moix cuenta con un apellido peculiar, de intrigante pronunciación, dificultada por un diptongo que remite al catalán o al francés y que se remata con esa x de las que solo unos privilegiados pueden presumir. Una x que siempre es una incógnita a despejar. Los españoles somos coordenadar de un bar, como decía el gran Antonio Vega. Y si no lo decía en ese sentido, que no lo decía, seguro que lo insinuaba.

Para que un cómic tenga éxito ante los lectores ha de combinar dibujos atractivos con una historia interesante y que seduzca a los lectores

Entre los méritos de Moix para ser nombrado fiscal anticorrupción estaba la aquiesciencia de los corruptos. En un sumario de la Audiencia Nacional figuraban unas grabaciones en las que el hoy convicto Ignacio González elogiaba a Moix y lo relacionaba con ese puesto. Esto sucedía tres meses antes del nombramiento de Moix, quien después detendría los registros al propio González ordenados por la Audiencia Nacional. Hay guionistas de tebeo que no logran tanta agudeza y ambientación onírico-surrealista. Un grupo de fiscales menos afines al partido del gobierno invocó un artículo de su estatuto para forzar una votación y, tras ganarla, no acatar las órdenes del nuevo fiscal jefe y así proceder a los arrestos fijados. Luego vinieron las detenciones del clan González y los llantos y lamentaciones ante las cámara de la poca esperanza que le quedaba a la señora Aguirre dentro de la política.

Para que un cómic tenga éxito ante los lectores ha de combinar dibujos atractivos con una historia interesante y que seduzca a los lectores. Nada de esto parece darse aquí: tan solo algo que solemos despachar como "la misma mierda de siempre", por lo que pronosticamos que el episodio de Moix será uno más de los muchos que nos han pintado la cara de parvo, esa que se nos acabará fijando para los restos. La que se nos pone ante el tipo de Hacienda que nos atiende, año tras año, cuando pagamos los impuestos de un inmueble o una sociedad heredada de un progenitor que ha pasado a nuestro nombre. Claro que la culpa es nuestra, por haberlo hecho así, en lugar de haberla registrado en un paraíso fiscal (como hizo el papá del ínclito Moix) y luego haber obviado el trámite de ponerla a nuestro nombre. Un descuido que evita pagar una porrada de dinero al fisco. El fiscal Moix, sonriendo, manifestó a periodistas que él "creía en el derecho a heredar". No dijo que creyese en el deber de contribuir a la Hacienda pública.

Ahora ha quedado en el punto de mira el fiscal general, un tal Maza. Es que hay cada apellido. Es el tercero desde que Rafael Catalá es ministro de Justicia. En tres años. Torres-Dulce y Consuelo Madrigal eran demasiado "escurridizos" para Catalá. Madrigal se negó a nombrar a Moix para Anticorrupción: ella quería a Luzón, que había llevado el caso de las Black. Un caso del que Moix dijo que, de haber delito, sería el de los medios al publicar los correos de Blesa. Un crack.

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