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El gran showman

Qué difícil es ser normal, cuando tienes todos los ingredientes a mano para no serlo! Conseguirlo es patrimonio de unos elegidos, esos que saben que la vida está para ser disfrutada, que las vanidades solo alimentan el ego, en la mayoría de las ocasiones mal entendido, que mirar por encima del hombro a los demás, porque tu status es más relevante, te lleva a una pobreza de espíritu que descubres cuando se apagan las luces y te encuentras con tu yo.

Hugh Jackman se ha dado cuenta de todo eso hace muchos años. Tal vez por ello, los periodistas morimos por conversar con él una y otra vez. Iba para compañero de profesión, pero el destino le desvió la ruta. No lo tuvo fácil, a pesar de poseer un físico agradecido y un cuerpo que parece haber sido dibujado por ordenador. Lo que, a todas luces puede parecer un plus, se convierte en hándicap porque, esa apariencia apabullante, opaca en ocasiones el talento que uno tiene que demostrar para labrarse una carrera ascendente en el show business.
Hugh Jackman para el blog de Amalia Enríquez
Esta semana pude entrevistarle, de nuevo, en Londres. Lleva semanas recorriendo el mundo, como también hizo el personaje de su nueva película, El gran showman. Le pregunto si conocía la historia de Barnum, el creador del circo, y me dice que no tenía ni idea de quién era hasta que le enviaron el guion. "¿Tú le conocías?", me dice. No sé si por pillarme en un renuncio o por sentirse acompañado en su ignorancia, pero le costó creerse que supiera perfectamente la vida y milagros de ese hombre, un poco tramposo y manipulador, que de la pobreza llegó a ser millonario gracias a materializar su sueño de crear un circo con personajes raros, diferentes, especiales, invisibles para la sociedad. A todos los hizo felices porque sus deficien cias las convirtió en espectáculo y les hizo sentirse importantes. De esta manera, la mujer barbuda, el enano o el gigante dejaron de ser bufones sociales para convertirse en estrellas del espectáculo.

"¿Cómo es que sabes eso?", me preguntó bastante sorprendido. Y le conté que, gracias a Emilio Aragón, supe quién era Barnum y lo que había logrado. El ex payaso, cuando dejó de actuar con su familia y jubiló el cencerro, llevó al Teatro Monumental de Madrid la vida y ambiciones del soñador empresario de la cultura popular americana. Durante mucho tiempo, cuando en la capital todavía no se cultivaba la afición a los musicales como ahora, Emilio consiguió llenar el aforo un día tras otro, conjugando espectáculo circense con música e interpretación.

La historia de Barnum, a pesar del paso de los años, no ha perdido frescura, emotividad y grandes dosis de espectáculo. "Tengo la sensación que es una película hecha a tu medida", le comento. Y no puede evitar sonreír y reconocerme que quería volver a cantar y bailar. "Era el momento de quitarme las garras de Lobezno y regresar al show. Después de Los miserables ya tenía ganas". Y te lo dice con esa sonrisa tan Jackman, que solo aciertas a desearle larga vida al gran showman de Hollywood.

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