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El otro Escobar

A ESCOBAR, el narcotraficante, lo mataron un 2 de Diciembre de 1993 y solo siete meses después, el 2 de Julio de 1994, mataron al otro, al futbolista. Más allá del apellido común y el plomo recibido no existe ninguna relación objetiva entra ambas muertes, quizás el clima de violencia que se había apoderado de Colombia en aquellos años, pero todavía hoy fl ota en el ambiente la certeza de que nadie habría osado atentar contra el Caballero de la cancha de haber seguido con vida el Patrón. Así de sencilla e inquietante resulta la lógica heredada por el pueblo colombiano tras décadas de terror y oscuridad.

Sucedió que al Mundial disputado en Estados Unidos se presentaba la selección cafetera con vitola de favorita y una mochila cargada de maldiciones. Equipo compacto y talentoso, bien madurado, habían vapuleado a Argentina en la fase de clasificación e incluso Pelé los señalaba como el principal rival a batir. Sin embargo, muy pocos contaban con un factor ajeno a lo futbolístico que terminó demostrándose determinante: la sucia realidad de un país donde los intereses particulares y la coacción fagocitaban, en silencio, las grandes esperanzas depositadas en la Tricolor. 

"Oiga, Maturana; escuche bien y anote: para el miércoles, contra EE UU, saque a Barrabás Gómez y ponga al Pitufo De Ávila. Si no lo hace es hombre muerto". Esa fue la amenaza que recibió el Pacho horas antes de afrontar el duelo decisivo de la primera fase. Al medio volante, hermano del ayudante de Maturana, lo señalaba la prensa como el principal responsable de la derrota frente a Rumanía pero los implicados comprendieron enseguida la verdadera motivación de la amenaza: el mundial se había convertido en un escaparate fabuloso y los dueños de los principales clubes del país-los grandes narcos que suministraban cocaína al mundo entero- presionaban para mostrar sus otros activos a los grandes mercados. Maturana y Hernán Darío el Bolillo Gómez, su ayudante, se presentaron en el vestuario con los ojos llenos de lágrimas y transmitieron el mensaje recibido a sus jugadores.

Humberto Muñoz, chófer de los hermanos Gallón Henao fue el único condenado

Gómez se quedó fuera del equipo y De Ávila formó de inicio en sustitución del Tren Valencia. Días más tarde, confirmada la eliminación del torneo, decidió colgar las botas y permanecer unos meses más en suelo estadounidense, a la espera de que se calmara la tormenta desatada en su país. Preocupado, invitó a su amigo Andrés a pasar unas semanas con él en Las Vegas pero el defensa, desafortunado protagonista tras marcarse un gol en propia meta frente a los yankees, decidió regresar a Colombia para preparar uno de los partidos más importantes de su vida: su propia boda. Diez días después, como ya todo el mundo sabe, recibía seis disparos a quemarropa en el aparcamiento de la discoteca Pádova, en Medellín.

Había salido a disfrutar de la noche con dos de sus mejores amigos: el delantero internacional John Jairo Galeano y Eduardo Rojo. Durante la velada, dos desconocidos se dedicaron a increparlo una y otra vez. "Don Autogol"- le decían- "eres más negro que Asprilla". Según explica uno de los fiscales del caso en una entrevista concedida veinte años después a El Espectador, los mismos acosadores lo abordaron por segunda vez en el aparcamiento de la discoteca mientras Escobar trataba de arrancar su coche y regresar a casa. Insultos, reproches y una amenaza velada. Lo siguiente, música atronadora que surge desde un vehículo cercano y seis balazos con un revólver del calibre 38: el tambor entero.

Humberto Muñoz, chófer de los hermanos Gallón Henao fue el único condenado por la muerte de Andrés Escobar. Nadie pudo demostrar que Juan Santiago o Pedro David Gallón Henao diesen la orden de ejecutar al zaguero pero el fiscal Yepes sostiene que la reacción del empleado se debió a su posición de subordinado en una estructura criminal de poder. La condena de los hermanos se redujo a un cargo por denuncia falsa, quince meses de cárcel y una multa de 1.250 pesos: no pasaron ni tres meses entre rejas. Humberto Muñoz, el autor material de los disparos, fue condenado a 45 años y 5 meses de los cuales cumplió apenas once y en 2006 abandonó la cárcel de seguridad de Itagui por buena conducta.

Sobre las motivaciones del asesinato se ha escrito mucho: lazos con el narcotráfico, pérdidas millonarias a causa de las apuestas o la simple bravuconería de una estirpe de nuevos patrones del mal que se creían intocables, vulgares aspirantes al trono dejado por Pablo Escobar que deseaban sentirse importantes por una noche. Esta misma semana, Andrés Escobar, el Caballero de la cancha, habría cumplido cincuenta años de no haberse cruzado con la realidad más siniestra de su amado país. El fiscal Yepes recuerda cómo se enteró de su muerte. Iba a bordo de un taxi cuando la radio se hizo eco del asesinato. El conductor detuvo el vehículo, se llevó las manos a la cabeza y así se quedó durante casi un minuto hasta que estalló en un grito de rabia que se repitió, quebrado, durante toda la noche y por toda Colombia: "¡Jueputas!".

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