Opinión

El Parador de Muxía

El Prestige también causó una crisis política, local y nacional. El Gobierno de España que presidía Aznar quiso lavar su mala conciencia con esta tierra aprobando el Plan Galicia

A COSTA da Morte es como un gran balcón abierto al Atlántico desde el que se escuchan los golpes rotundos e insistentes del impetuoso mar océano que crean el grandioso espectáculo de espumas altivas.

En esas aguas —desde Malpica a Fisterra— ocurrieron muchos dramáticos naufragios. El último, el del Prestige, una mole de chatarra en forma de barco cargado con 77.000 toneladas de crudo que el 13 de noviembre de 2002 navegaba por aquella zona y no soportó las envestidas de un mar enfurecido.

Sería una temeridad intentar contar aquella tragedia en el espacio de este comentario. Baste decir que las autoridades, torpes y desconcertadas, impusieron un tortuoso y errático recorrido a la nave frente a la costa gallega que, seis días después, se partió en dos, se hundió en las profundidades del océano y vertió miles de toneladas que causaron una enorme catástrofe por la cantidad de crudo derramado, por el área afectada y por las repercusiones medioambientales, económicas y sociales.

El Prestige también causó una crisis política, local y nacional. El Gobierno de España que presidía Aznar quiso lavar su mala conciencia con esta tierra aprobando el Plan Galicia que contenía una serie de actuaciones de reactivación económica por importe de 12.459 millones. Pero como las desgracias nunca vienen solas, el Gobierno de Zapatero se cargó aquel plan —su ministra, Magdalena Álvarez, lo despreció públicamente— que, de promesa creíble, acabó siendo un nuevo engaño. Debe ser el sino de Galicia.

Del Plan Galicia solo se salvó el Parador de Muxía, la localidad epicentro de la catástrofe premiada con un  establecimiento hotelero a modo de reparación que será realidad en los próximos meses, según anunció el presidente de Paradores del Estado que visitó las obras hace unos días. Llega con 17 años de retraso, pero «nunca es tarde si la dicha es buena» pensamos los gallegos, acostumbrados a muchos retrasos.

Desde el Parador, integrado en el entorno y abierto al mar, se verá la muerte diaria del astro rey en la inmensidad del océano que impresionó a las legiones romanas, y el espectáculo único de la noche cuando las estrellas adquieren esa brillantez esplendorosa que rompe el negro solemne del cielo.

Es imposible reparar los daños de aquella catástrofe, pero cabe esperar que el Parador ayude a revitalizar esta zona. Muxía y A Costa de Morte, que concentran en si mismas tanta belleza que jamás pudo soñar artista alguno, merecen que se cumplan esas expectativas.

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