Opinión

El silencio de Cohen

DE JOVEN ni me acercaba a Leonard Cohen. Era el ídolo de mi madrina y eso era un muro entre México y Estados Unidos, una pared entre mis alborotadas hormonas y un elegante señor canadiense. Tengo un amigo que lo odiaba porque era la banda sonora de sus viajes a la aldea de niño, el maldito casete en el coche que le impedía escuchar el fútbol. Soy de los que piensan que Cohen es para viejos. A Cohen, como al Quijote, es mejor llegar con las hormonas ya acomodadas.

Yo me hice mayor en el verano de 2009, en Vigo, en un histórico concierto en el parque de Castrelos. Allí me di cuenta de que la música de Cohen es demasiado pura para un cerebro en formación. Es el paso siguiente al silencio, pero solo uno. Otro más y nos vamos a la cuneta.

Viví aquel concierto en la zona donde no había que pagar entrada, donde se mezclaba el amante de Cohen con el enamorado del botellón. Tenía a mi lado una treintañera que cada poco entraba en trance y detrás una jovenzuela con un litro de kalimotxo que después de una hora de canciones preguntó quién era “el cantante”. De entre todos los parques del mundo, aquella muchacha estaba en el menos indicado.

Cuando suena una canción de Cohen no puede haber nada más. Odio hasta que lo pongan en una cafetería. Me dan ganas de ir mesa por mesa abroncando a los que no guardan un respetuoso silencio. Pero no lo hago, me trago la bilis como hice aquel día en Castrelos con la del kalimotxo, que no se callaba ni debajo de las notas que salían de aquellos prodigiosos músicos. Tuvo que venir a mi auxilio el propio Cohen hacia el final del concierto con 'Hallelujah', tal vez su canción más pegada al silencio, al majestuoso silencio que guardó Vigo durante cuatro minutos y medio mágicos. La muchacha también. A mitad de canción la reté con la mirada a que hablase. No se atrevió. El tema finalizó y me dio pena hasta aplaudir, lo ideal hubiese sido guardar silencio hasta hoy. Y hoy ponerse en pie y darle al elegante señor canadiense una ovación infinita para agradecerle su música. Y sus silencios también.

Comentarios