EN EL historial de disparates de los independentistas, hay que dejar un lugar de honor para Quim Torra, que la lio en Washington durante una inauguración en un museo. Tomó la palabra y dijo las majaderías de costumbre: que España no es una democracia, que hay presos políticos, etc, etc. Luego habló el embajador en Estados Unidos, Pedro Morenés, y aclaró que lo dicho por Torra era mentira, como el que se toca la sien ante las visitas cuando habla el pariente chiflado. Torra se enfadó y abandonó el local junto a un centenar de secuaces (adivinen quién pagó el viaje de la clac separatista), y una vez fuera se hicieron notar. Había que verlos, todos de tiros largos y tocando palmas. Luego Torra quiso volver a entrar en el museo, pero el servicio de seguridad le dijo que nones: en Estados Unidos, si dejas claro que te falta un tornillo, te ponen la proa. No me digan que no es una escena digna de Peter Sellers: Torra largando el mitin en un museo, el otro dejándolo por chiflado, el uno que sale a dar palmas con los colegas, luego el de seguridad impidiéndole la entrada. Y vamos a lo mollar: uno, Quim Torra está gastando dinero público para hacer propaganda de sus delirios. Dos, de esto tiene culpa la absoluta pasividad del gobierno español, que jamás hizo oposición en el exterior a la propaganda independentista. Me gustó escuchar a Morenés poniendo a Torra en su sitio, pero ese trabajo había que hacerlo antes. Porque la desinformación ante la amenaza separatista es tan grande, que al día siguiente se prohibió a Morenés y a Torra hablar en un acto público. A los dos. Al bueno y al malo. Al embajador y al farsante. Al que dice la verdad y al que delira. A todo esto, el presidente del Gobierno insiste en quitar importancia al bochorno porque no se puede “buscar la confrontación”. Pedro, hijo, no seas panoli: la confrontación ya la han encontrado. Otra cosa es que tengas que hacerte el sueco porque los esbirros de Torra te hayan hecho presidente.
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