Opinión

Enrique Múgica

HA SIDO con Nicolás Redondo padre y Ramón Rubial, uno de los últimos mohicanos del socialismo histórico español. Estudiante de derecho en San Sebastián, Múgica, comenzó ya en los primeros años de Universidad a enfrentarse a la dictadura del general Franco. Un joven abogado que, como tantos otros, querían respirar y contemplar paisajes de libertad en una España cuyo régimen marcaba muy de cerca a la estudiantina que ya leía a escondidas El extranjero o La peste de Camus, que venían bajo cuerda de Hispanoamérica. Organizó y promovió el Congreso universitario de Escritores Jóvenes en el año 1956, en el que se produjeron numerosos incidentes estudiantiles.

A Múgica lo metieron de cabeza en Carabanchel en donde estuvo hasta en cuatro ocasiones y en donde pasó tres años de prisión. Ha sido el gran ministro de Justicia de los gobiernos de Felipe González. Y quien desbarató de un plumazo, con la famosa y efectiva dispersión por España adelante de los criminales presos etarras, todo el tinglado carcelario que la ETA tenía montado por la tibieza de los gobiernos de Suárez, y en donde los asesinos de niñas campaban a sus anchas, vivían como dios y miccionaban por encima de los indefensos funcionarios de prisiones que tenían que decir que llovía. Esta medida le costó muy cara a Enrique Múgica. Nada menos que la vida de su hermano Fernando. Un brillante abogado al que los terroristas etarras asesinaron por la espalda, porque no pudieron matar a Enrique que iba con escolta.

Fernando Múgica sabía que estaba en el punto de mira de la ETA, pero había decidido prescindir de la seguridad. De ello se aprovecharon los asesinos que le siguieron cuando salió del despacho que compartía con sus tres hijos en la calle de Prim. Se dirigía a un aparcamiento cercano en busca de su vehículo, mientras por la otra acera caminaban su hijo José María y la esposa de éste, Isabel. Paseaban tranquilos pero la muerte les esperaba. Dos sujetos se fueron a por él y cuando estaba a la altura del número 13 de la calle de San Martín, uno de ellos le disparo a bocajarro en la cabeza. Su hijo José María escucho el disparo, cruzó la calle e intentó arrojarse contra los terroristas, que lo encañonaron. Fernando Múgica cayó fulminado con el rostro destrozado, irreconocible. La bala le atravesó la cabeza desde la nuca hasta el ojo izquierdo.

Murió por ser español y por defender los derechos y la libertad de todos los ciudadanos, igual que los casi mil muertos y mutilados por estos “aldeanos embrutecidos alrededor del crimen y de la sangre…” como escribió su hijo, Rubén, en un emocionado recuerdo a su padre. Enrique Múgica, dijo que ni olvidaba ni perdonaba a los asesinos ni a los que los exculpan. Fue un gran Defensor del Pueblo durante muchos años, lo que dice mucho de su talante y compromiso con la defensa de los derechos y de la libertad. Le recuerdo en la plaza de toros de Pontevedra a la que venía invitado por Eduardo Lozano, y tuve la oportunidad de cenar en Casa Román con él y con Julián Santamaría que había sido embajador de España en Estados Unidos. Me impresionaron su pasión, su compromiso y su idea de servicio a España y a la Democracia por la que tanto lucho y sufrió. Enrique Múgica falleció por coronavirus el 10 de abril de 2020. Un duro golpe para nuestra nación.

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