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Ensayo peninsular

ME EMOCIONA (siempre seré un sentimental) ver como algunos de los jóvenes escritores y columnistas de prensa se lanzan a escribir ensayos, desafiando a una situación en la que parecía que desde Montaigne el género estuviera vedado a menores de sesenta años o que solo sesudos pensadores pudiesen lanzarse a describir como se mueve este país desde el arreón.

Siempre en pos de la novela perfecta o del verso tenso, nuestros autores han eludido plasmar sus pensamientos o visiones de la realidad como si ese territorio fuese un coto de caza privado. Es por ello que mi emoción otoñal surge de nombres como los de Sergio del Molino con su brillante ‘La España vacía’, Jorge Bustos con el sugerente (está todavía sin leer, de ahí el equilibrio en la adjetivación), ‘El hígado de Prometeo’, o Juan Soto Ivars con ‘Un abuelo rojo y otro facha, que permiten enfrentarse a mucho de lo que sucede a nuestro alrededor desde una mirada alejada de demagogias o turbios intereses, descorriendo los telones de este país a base de buena escritura, descaro y un pensamiento con los pies en la calle y no en despachos de madera y escay.

Llevo unas jornadas enfrascado en el libro de Juan Soto Ivars al cual conozco desde hace años por relatos, novelas intensas, delirios literarios, columnas audaces y acrósticos todavía más brillantes que todo lo anterior. Un ensayo puesto en circulación por la valerosa editorial Círculo de Tiza, siempre atenta al periodismo literario (valga la redundancia) y a nombres que descarrilan de la circulación reglada. Pues bien, el señor Soto Ivars, cuya fecha de nacimiento se cifra en el año 1985, y nació en Murcia, para gloria de ese terruño, a lo largo de casi 400 páginas, nos coloca ante una especie de manifiesto enfrentado al mito de las dos Españas, a esa coexistencia a garrotazos que se tensa de cuando en cuando y entre cuyos brazos este inocente ser ha querido convertirse en escritor.

Y todo esto lo estoy degustando mientras España lleva casi un año sin gobierno (¡ojo que hoy puede haber noticia!) y una cabeza de esa bicefalia se dedica a arrancarse los pelos a sí misma, como los títeres de cachiporra, para espectáculo de la concurrencia y regodeo de sus opositores que, una vez rematada la función, recogerán el teatrillo y aquí paz y después gloria mariana. Este itinerario autobiográfico, balizado por un abuelo de izquierdas y otro de derechas, es un puente al estilo del de ‘ Indiana Jones y el templo maldito ’ que hay que hacer saltar por los aires a toda costa para sobrevivir y al que sin embargo se sujeta Juan Soto Ivars junto a todos nosotros para que conozcamos, y hasta nos interesemos, por su decisión de ser escritor. Por como su relación de amor y odio con esta España, más que de piel de toro del «pictograma que ponen en los zapatos de cuero», está siempre presente, ni más ni menos que como sucede con todos nosotros, acostumbrados a convivir con los fanatismos de unos y otros y soportando la tiranía de la tecnología aniquiladora con el ser humano. Para todo ello el autor promueve una maravillosa literatura de lo cotidiano entre amistades inclasificables, lamentándose por unos planes de estudio que él mismo sufrió y a través de una agradecidísima, para el lector, mala baba y el empleo constante del humor, sin duda, el mejor bálsamo contra el dolor que causa el verse cara a cara con lo que en realidad somos.

A medida que el autor se aleja de la literatura se adentra en el cenagal de la política, en el paisaje de la corruptocracia española, en el de la izquierda histérica en vez de histórica, la izquierda ineficaz en vez de útil y azañista y como no, en la grey Rajoy, imperturbable ante glaciaciones, seísmos o SMS. Pero también están los políticos con cara de poni y Pablo Iglesias & Cía. en busca del tuit definitivo y toda una fauna y flora que se adhiere a los muros de este país; y está Cataluña, maravillosamente retratada en el texto por alguien que palpó la calle en vez de la quimera de la tierra liberada, y al final nos encontramos con la vida de un joven, de un chaval ojiplático ante su propio entorno lleno de palomas callejeras a las que no se puede sino detestar. Cierro el libro y al levantar la cabeza les veo a todos allí, de nuevo en el sainete, con sus discursos sobados y vacíos, haciendo malabares con nuestras propias vidas y pienso ¡qué bien se estaba en la literatura!

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