Vidas rotas en la PO-308

La familia de Miguel Pazos, fallecido en un accidente en la carretera de Poio hace un año, regresa para reencontrarse con Raxó y con las personas que ayudaron a la recuperación de su mujer

La familia del fallecido. DAVID FREIRE
photo_camera La familia del fallecido. DAVID FREIRE

Una de las escenas que Mercè Ferrandiz recuerda del pasado 22 de septiembre se desarrolla en su ático de la conocida curva de Raxó. Su marido, Miguel, cuelga las cortinas que ella acaba de lavar. "¿Qué haría yo sin ti?", pregunta ella. "Hombre, ¿y yo sin ti?, responde él. "Pero estamos los dos y no hay que pensar eso", zanja.

Otra escena, como muchas que ella no recuerda de ese día y los siguientes, se produce instantes después. Han bajado a la calle y van a dar un paseo. En su camino hacia el contenedor, en donde dejarán la basura, un Audi A-3 se sale de la vía y se los lleva por delante. Los dos caen sobre el capó, chocan con el parabrisas y salen despedidos. Ella, hacia un lado. Miguel cae de frente, a unos metros, y como dice su esposa "nunca más se volvió a levantar". Sus heridas eran demasiado graves y unas horas después fallecía en el hospital.

El primer párrafo de esta información es el inesperado final de una vida, la de Miguel Pazos, que ya fue contado con detalle hace un año, cuando la PO-308 registró su segundo siniestro mortal en un año, 2017, que fue negro para las carreteras en Poio.

"Siempre digo que me enamoré de un gallego y de su tierra. Le conozco desde los 16 años y tengo 68"

Quienes lo recuerdan están esta misma semana en el mismo lugar y son sus protagonistas. Lo noticioso es que la misma mujer, Mercè Ferrándiz, es la que puede contarla, tras un año de lucha para superar las graves lesiones que le produjo aquel accidente. La viuda de Miguel Pazos reunió la fuerza y el coraje necesarios para volver a Galicia y a Raxó, a cumplir la última voluntad de su marido y, como dice ella, a "dar las gracias por toda la ayuda que hemos tenido". Mercè, su hijo, Abel -que paró literalmente su vida laboral desde entonces hasta la recuperación de su madre-, y Mari Carmen hermana de ella, resolvieron el miércoles la última voluntad de Miguel Pazos con un viaje a A Coruña. "Fuimos a Monelos, su barrio, y después recorrimos el litoral en busca de un sitio para cumplir lo que siempre había dicho que quería", explica el hijo.

"Mi marido me había pedido esparcir sus cenizas en Galicia, en el mar, y quisimos hacerlos", relata, conteniendo la emoción, sentada ante un café.

Este último viaje en coche le costó, pero no es más que un paso más en un camino duro iniciado justo después del accidente, cuando ella estaba ingresada en el Hospital Álvaro Cunqueiro, con lesiones en la cabeza, la columna, un hombro y un pie.

Entonces, cuando su futuro era una incógnita y todavía nadie se atrevía a calcular el tiempo de la recuperación y las secuelas, llevada en volandas por los cuidados de su familia y sus allegados, Mercè tuvo que centrarse en resolver primero los asuntos del cuerpo, antes de arreglar los de la mente y el corazón y afrontar así todas las consecuencias del siniestro.

tres hospitales. El accidente se produjo en septiembre y la hospitalización, así como las operaciones para recuperarse del hematoma en la cabeza, del hombro y del pie se fueron sucediendo durante meses: "Cuando abandonamos el hospital y llegamos a casa, en Lérida, era la primera semana de diciembre", explica el hijo.

Habían estado en tres hospitales distintos y pasado varias veces por el quirófano. Aún así, en ese momento "no sabíamos si podría andar este mismo año. Yo creía que no. Empezó con dos muletas. Tuvo hasta estrabismo. Uno de los nervios ópticos no se movía y necesitó rehabilitación para dejar de ver doble", relata.

Pero la fuerza de voluntad de Mercè, o tal vez su deseo de hacer "lo necesario para estar como mi marido hubiese querido verme", consiguió lo que en septiembre parecía imposible. En el primer semestre de 2019 superó los problemas de visión, y la mayor parte de los de movilidad. "Está de alta médica desde hace dos semanas. Casi todo lo que se podía rehabilitar está conseguido. Sigue pendiente de sus secuelas", dice el hijo, que reconoce que "esta visita a Poio es como cerrar un capítulo para abrir el siguiente".

Pero esta despedida, la de Galicia, no será tal, porque una decisión que estaba totalmente tomada, la de vender el ático de Raxó (a escasos metros del lugar del accidente) para poder olvidarlo todo, se ha anulado. La familia no renunciará a su rincón de Galicia. "Siempre digo que me enamoré de un gallego y de su tierra. Le conozco desde los 16 años y tengo 68. Veníamos juntos tres o cuatro veces al año y creía que no iba a poder con esto, pero en cuanto mi hermana y yo empezamos a empaquetar todo para desmontar el piso, decidí que no, que no podía venderlo", señala la mujer.

Lo que sí cambiará es su barrio de Lérida, en La Bordeta, en donde tenía una casa. "Mi padre, como buen gallego, se hizo él mismo su vivienda, renunciando a muchas cosas, pero ahora es demasiado grande para las limitaciones de mi madre", apunta Abel. Mercè se muda y estará más cerca de su familia, para contar con más apoyo en esta nueva etapa. Abel se prepara para volver al mercado laboral, tras haber entregado cuerpo y alma a la misión de curar a su madre. La suerte les robó algo muy importante hace un año, pero les dio una oportunidad y no están dispuestos a desaprovecharla.


 

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