'Fin del viaje', por Cota

El periplo de la delegación pontevedresa por tierras de México llega a su fin ► Rodrigo Cota nos relata cómo fue la última jornada y hace un balance de la experiencia
Una de las diversas reuniones comerciales desarrolladas en ExpoPymes
photo_camera Una de las diversas reuniones comerciales desarrolladas en ExpoPymes

FINALIZADO EL periplo evangelizador de Lores, nos largamos de aquí. La última tarde libre la dedico a esto. A escribir mi última contracrónica del viaje. Es lo que ha hecho que este periplo haya sido para mí una experiencia placentera: que me gusta lo que hago. Esta tarde unos fueron a conocer un museo y otros un mercado. Tino Lores ha vuelto a desaparecer, secuestrado nuevamente, según él mismo ha confesado. Yo me quedo escribiendo.

Me piden un resumen, un balance, unas conclusiones sobre el viaje, o algo así. En realidad ha habido varios viajes. Uno, el político, el de Lores yendo de aquí para allá en plan Willy Fog, apostador que se juega con honor la vuelta al mundo, aventurero y gran señor, jugador y casi siempre ganador. Esto es de la canción. Yo quitaría lo de "aventurero y gran señor". No es que no merezca ser llamado así, pero suena a caballero decimonónico y poco dado a la naturalidad. Lores ha demostrado estos días estar en buena forma, no como yo, que he demostrado todo lo contrario. De hecho, si yo fuera Lores, al conocer la agenda de este viaje hubiese mandado al carallo a Anabel Gulías, a los empresarios, a la misión comercial, a la Alcaldía y a la política y me hubiese quedado en Pontevedra arreglando los papeles de la jubilación para disfrutar de mi nieta. Yo no tengo nieta. Hablo de Lores. El alcalde, por cierto, ha hecho muy poca política. Se ha dedicado a explicar aquello que le pedían que explicara, sin entrar demasiado en el terreno ideológico, a recibir los honores que iban llegando de manera abrumadora y, sobre todo, a tirar de los demás. A animar al que se venía abajo tras dos días sin pegar ojo, a prestar apoyo institucional a los empresarios y a levantar a los periodistas que iban desmayándose por el camino. Era, cada día, el primero en abrir el chiringuito y el último en cerrarlo. Quien crea que Lores está acabado, es que no ha visto al alcalde tras doce horas de trabajo, cambiándose el traje en una furgoneta para presentarse al siguiente acto como una rosa arrancando aplausos, risas y reflexiones entre mexicanos que llegaban al auditorio preguntándose quién era Lores y dónde quedaba Pontevedra y salían de allí prometiendo una visita.

"Quien crea que Lores está acabado, es que no ha visto al alcalde tras doce horas de trabajo, cambiándose el traje en una furgoneta..."

Ése ha sido uno de los viajes; otro ha sido el de los empresarios que formaron parte de la misión comercial. Gente seria. Los de la prensa hablábamos con ellos y nos iban contando lo que les daba la gana. Les ha ido bien y también han trabajado mucho más de lo que yo creía que harían. El contacto con la prensa se ha reducido a algunas entrevistas y a los pocos momentos en los que su agenda era pública, pues obviamente nadie les ha puesto un micro mientras negociaban un acuerdo comercial o pasaban tarifas a un empresario mexicano. Pero cuando las agendas coincidían o surgía una comida en común, comentaban que la cosa iba bien. Algunos ya tienen programados próximos viajes para cerrar acuerdos o avanzar en negociaciones y otros se vuelven a Pontevedra con contratos cerrados. También han llegado noticias de otros que se tiran de los pelos por no haber venido, visto lo bien que han ido por aquí las cosas.

El tercer viaje fue el de la prensa. Creo que si fuera por los periodistas, la agenda hubiera sido más ligera, pero lo que de verdad he disfrutado de este viaje ha sido ver trabajar a los periodistas. A todos, sin excepción. Escribiendo a toda prisa para llegar a tiempo los que lo hacían para la prensa escrita; editando audios o vídeos en cualquier momento y lugar los que trabajan en radio o televisión; escribiendo sobre bancos en una plaza, perdiéndose las horas libres de los demás. Llegando a los hoteles de madrugada, tras jornadas de 14 horas y subiendo al hotel para ir documentando las crónicas que tendrían que entregar al día siguiente. No creo que haya habido una sola noche en la que ninguno de los informadores que estuvieron aquí hayan dormido más de cuatro horas seguidas, los pobres. Dormitaban durante los desplazamientos lo poco que podían. Y ninguno se quejó en ningún momento. Si yo fuera ellos hubiera montado una revuelta, con barricadas de neumáticos ardiendo y lanzamiento de bolas de acero a las cabezas de Lores y Gulías. En el caso de Pedro Pérez, ha tenido el doble trabajo de hacer lo que los demás y cargar conmigo como quien carga una mochila llena de piedras. Una más de las muchas cosas que le debo a Pedro y que nunca podré pagarlas sin arruinarme. Tampoco podremos pagarle a María Hermida un relato que nos hizo llorar a todos justo cuando terminábamos de trabajar y estábamos al borde de la muerte.

Ha habido un cuarto viaje, el mío. Creo que he sido el que más he disfrutado, liberado de ir por ahí tomando notas, grabando entrevistas, pendiente de las agendas de los demás hasta cinco segundos antes de saber qué tocaba. Mi trabajo era el de ir contando lo que veía y buscar a alguien desocupado para matar el rato. No he disfrutado demasiado de México, pero sí de mi papel de observador gordo que se limitó a hablar con unos y con otros para ver cómo lo llevaban.

Ha habido un quinto viaje: el de toda Pontevedra que, mal que les pese a algunos, se ha visto bien representada, bien recibida, reconocida, laureada y envidiada. Ninguno de los que han venido, ni uno, ni una, negará lo que estoy diciendo. La ciudad ha salido ganando, puede que tanto o más que en cualquiera de los otros viajes que se han hecho. Por eso desde aquí han dolido algunas críticas a lo que estaba siendo un viaje redondo en el que las cosas se han hecho bien. Lo dije en la cena de despedida. A mí me hubiera dado mucho más juego un viaje desastroso. Lamentablemente, todo ha ido sobre ruedas.

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