Opinión

Fútbol es fútbol

QUIERO desdecirme un poco de mi alegato anti-fútbol de hace una semana: el fútbol es maravilloso pese a lo que han hecho con él. Nada como la tautológica y estúpida frase que la inspiración o la impotencia le dictó en su día a Boskov para retractarme desde el título. Una sentencia que puede justificar cualquier tipo de opinión futbolística, adornarla o ponerle fin. Lo malo es que puede inducir a pensar que el cerebro del aficionado al fútbol no da más que para ese tipo de asertos. Es una frase boba, directa y muy efectiva para aludir a los múltiples enigmas que esconde este deporte, resistiéndose a explicación alguna por muchos años que pasen. Una frase que, dentro del mundo de las frases sobre fútbol, queda a años luz de las más tiquitaqueras tipo "el fútbol es un estado de ánimo" (igualmente certera). Es decir, es una frase del fútbol brioso, combativo y resultadista de toda la vida. Una frase más de Mouriño que de Guardiola, por mentar a la bicha, entendiendo por tal el debate más encendido de la última década, aquella merienda de negros, con perdón, generada en los medios de comunicación en torno a dos estilos de fútbol. Un tiquitaquero diría: "en torno a dos formas de entender el fútbol". Vale, y la vida, y la manera de asar el churrasco.

El caso es que uno se ha levantado un poco bicho y le apetece retroceder a la época de Boskov, en la que también había equipos que "se construían desde atrás" y jugaban al contragolpe y otros que apostaban por "la posesión del cuero" y "el ataque sin especulación" pero no se le sacaban virutas filosóficas ni una excusa para exhibir cierta superioridad moral.

Hace miles de años, durante una sesión matinal de fútbol dominguero televisado por un canal de pago, cierto exfutbolista suscrito al tiquitaquismo y que hacía lo que podía por comentar el partido, se lanzó a denostar la táctica ultradefensiva que desplegaba uno de los contendientes, cuyo presupuesto condicionaba la calidad de su plantilla y la dejaba en amplia inferioridad con respecto a su oponente. Aquel sujeto pretendía negar al equipo inferior el derecho a utilizar sus escasas fuerzas del modo que mejor entendiese ya que, al parecer, su deber consistía en dejarse vapulear en pro del espectáculo. Su iluminada percepción del asunto pretendía supeditar el resultado al despliegue de un tipo de táctica que el sentido común tildaría de suicida. He tenido ganas de estrangular a alguna gente por culpa del fútbol, sobre todo practicándolo, pero aquel día tuve la excusa de la distancia.

La mayoría moral balompédica sigue llenándose la boca con razones para elogiar las disposiciones tácticas que buscan la victoria exclusivamente a través del dominio del campo y vituperando el juego contragolpeador, olvidando que este planteamiento favorece el suyo y, sobre todo, que defenderse con uñas y dientes no tiene por qué ser considerado más vil que atacar con uñas y dientes.

Por no hablar de la épica de los partidos en los que un David consiguió tumbar a un Goliat a base de mucho esfuerzo, disciplina y una táctica conservadora. Todos hemos ganado algún partido colgándonos del larguero y acertando en una ocasión solitaria. Y las pocas fuerzas que nos quedaban las empleábamos en gritar a los cuatro vientos nuestra hazaña y convirtiendo el vestuario en una fiesta de strippers. Si alguien hubiese venido a poner un pero a nuestro logro apelando a tiquitaquismos lo hubiésemos degollado allí mismo y nos hubiésemos bebido su sangre.

Por algo el fútbol presume de la cifra más alta de impredictibilidad entre los deportes de equipo. Una de sus muchas maravillas. ¡Viva el fútbol!

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