Opinión

Hartos de lluvia

LO ESCRIBÍ en esta misma columna hace unos meses. Que llueva, decía. Que hace mucha falta el agua. Que hay sequía, que huele mal el aire, que no se pueden regar los jardines ni llenar los estanques. Ya decía santa Teresa que se sufre más por las plegarias atendidas que por las no contestadas. Porque alguien ha escuchado las mías y nos ha mandado una docena de borrascas seguidas. Llueve desde hace semanas, como en la biblia, como en Macondo, como en el Santiago del poema de Lorca, meu doce amor, como por la banda de Laíño y de Lestrove, sólo que aquí non chove miudiño, qué va: caen chuzos, de día, de noche, de madrugada. A cualquier hora que mires por la ventana está lloviendo. Y eso cuando no nieva, ojo. Porque esta mañana asomé la nariz y caían unos copos que esto parecía Varsovia, Oslo, Anchorage, yo qué sé, cualquiera de esas ciudades cuyos inviernos compadecemos.  Porque no sólo llueve, sino que hace un frío mortal, de esos del grajo volando rasante, y un viento gélido que viene de la sierra y te corta la cara. No puedo más. Y no es una broma. Todo el mundo camina cabreado y manejando el paraguas con la torpeza clásica de la meseta, que es un milagro que no se vacíe algún ojo. El aire es tan húmedo que los peces podrían sobrevivir en él sin muchos problemas. Las calle están llenas de charcos, algunos grandes como lagos y sucios como cloacas. Llego siempre a casa con los pies mojados porque, como se supone que en Madrid no llueve, mi calzado no es impermeable. Ya casi no me acuerdo de cómo era el sol, ni el tono exacto del cielo cuando no tiene ese color gris plomo que parece una amenaza. Recuerdo lo que escribí hace unos meses, y lo lamento mucho. Estaba exagerando. Era una broma, una ligereza, un chascarrillo. No hace falta este despliegue, no hace falte que jarree durante semanas enteras, no hace falta tanta agua. Necesito salir sin la gabardina y el paraguas y un juramento en la boca. Ya está bien. De rodillas lo pido. Se acabó.

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