Opinión

La actualidad y los medios

TODO EL mundo tiene algo que decir sobre casi todo. Los grandes titulares, las noticias que mojamos en el café con leche del desayuno, las novedades que circulan de boca en boca, de charco en charco; todo eso tiene sus exégetas y sus panegiristas, sus heraldos y sus profetas, sus voceadores y sus emisarios. Acaban formando un viscoso tejido que engrasa el día de hoy y el día de mañana, pero que el de pasado mañana será solo un colgajo muerto sobre el que pasar el aspirador de otra realidad. Nunca ha durado tan poco la actualidad. Chistes, chascarrillos, memes, montajes fotográficos, rimas petardas, frases rapeadas... el lenguaje hablado y visual se apodera de las noticias y las estruja con sus garras para acabar otorgándole una importancia mucho más allá de la que le correspondía. En estos tiempos donde los factotum del Gran Hermano somos cada uno de nosotros, armados con nuestra tecnología procedente de China, cualquier paso puede ser fatídico si lo damos fuera de los límites de la baldosa indicada.

Tomemos el incidente entre la reina de España y su suegra, con motivo de unas fotos que se le iban a hacer a las hijas de la primera y nietas de la segunda. Un malentendido o una discrepancia de pareceres entre una y otra. Nada que no nos haya pasado a todos con nuestras suegras. Pecata minuta, incluso, comparado con lo que pasa a veces con ellas. Benditas sean. Sin embargo, la sobreexposición en todos los medios transforma un pequeño detalle casi en una cuestión de estado. De repente la reina Letizia se convierte en una bruja. Menudo carácter que tiene la bruja. Qué mala suerte ha tenido doña Sofía. El marido, en fin. La hija mayor se divorcia ¡de un Marichalar! La hija pequeña y Urdangarín. En fin. Y ahora, el bicho de su nuera. Corren cataratas de tinta explicando desde diversos ángulos, no solo el pequeño incidente, sino sus interpretaciones y las interpretaciones de estas interpretaciones. Y, para rematarlo, sale a twitter una pariente de doña Sofía portando una vela que nadie le había dado para avivar más el fuego: que si la reina Letizia se ha retratado y tal. Que si le gusta mucho mandar. Y a quién no. Y si eres reina, ya te digo. Algún día alguien tendría que escribir un ensayo sobre el uso de twitter como herramienta de marujeo.

De repente la reina Letizia se convierte en una bruja. Menudo carácter que tiene la bruja. Qué mala suerte ha tenido doña Sofía. El marido, en fin. La hija mayor se divorcia ¡de un Marichalar! La hija pequeña y Urdangarín. En fin. Y ahora, el bicho de su nuera

Hubo un tiempo en que la realidad era observada, analizada y explicada por cuatro o cinco actores privilegiados que generaban opinión simplemente exponiendo la suya. Los medios de prensa escrita, radio y televisión eran escasos y su presencia imponía un marchamo de autenticidad a la mercancía que ofrecían. La tecnología digital cambió el paradigma, alterando los medios y modos de informar y hasta el mismo objeto de la información. Hoy en día cualquier estupidez puede hacerse viral y aparecer en todos los reproductores digitales que han logrado hacernos pasar por teléfonos móviles. Reproductores digitales y, sobre todo, localizadores. Nunca hemos estado tan controlados como desde que olvidamos cómo vivir sin móvil.

Como apuntábamos arriba, uno de los efectos de la digitalización con respecto a los medios de comunicación es que nos ha convertido a todos en informadores en potencia. Armados todos con cámaras de foto y de video y con acceso inmediato a internet y sus redes sociales, cualquier suceso que acontezca delante de nuestras narices puede acabar en la primera plana de un noticiario de televisión o de un periódico. En el caso de las dos reinas, alguien grabó las imágenes procedentes de un medio online y las subió a su cuenta de twitter. Fue esta aplicación la que viralizó el episodio, que casi adquirió después tintes de asunto de Estado.

Por todo ello, no es de extrañar que exista un tipo de opinadores (a los que me encanta unirme) que decidan huir de "la candente actualidad" por la sencilla razón de que siempre hay demasiada gente a vueltas con ella. Y en esos casos siempre es mejor dedicar el tiempo a asuntos menores, de menor significación o, preferentemente, de absolutamente ninguna. A veces simplemente pasar el rato es lo más transcendente que podemos hacer.

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