Opinión

La Champions en la tormenta

ENTRA LA Champions League en zona de tormentas, una fase capaz de convertir a los hombres en niños y a los niños en hombres, que diría aquel. No parece que haya favoritos clarísimos en esta pugna entre aristócratas de rancio abolengo y algún rebelde outsider que desafía el antiguo régimen; tanto o más cuando ahora entran en liza imponderables como la suerte, el miedo o el deseo. Y de deseo entiende el Leicester, que, después de ganar la Premier contra toda lógica, sigue empecinado en la osadía de intentar el imposible sobre lo imposible.

Quizás sí merezca, con cierto orgullo esta vez, el apelativo de Cenicienta. Los ingleses tienen a su favor los sueños, que son extraordinariamente poderosos por su naturaleza impredecible, puesto que es inútil encadenarlos con estadísticas, comparaciones y pronósticos racionales. Se escurren de cualquier prisión y se sublevan a su antojo, sin dueños ni obediencias. Sin embargo, le ha tocado el peor rival posible para un soñador, porque no hay realismo más crudo que el del Atlético del Cholo, que ha decidido hacerse inexpugnable en Europa a costa de desatender las cuestiones domésticas, inmune a cualquier ruido a su alrededor, con el anhelo de que esta temporada los malos recuerdos no nublen su tenacidad de hierro.

Igual de imprevisible, aunque por razones menos románticas, es el Barcelona. Todavía con temblequera en las canillas después del espanto y la excitación de su eliminatoria con el PSG, los blaugranas siguen lanzando una moneda al aire que le puede salir cara y arrollar por vía de la MSN, o cruz y caer con estrépito en campo del Socuéllamos B. Su estrés postraumático se medirá ante la Juventus, un equipo que juega varias competiciones pero solo disputa una, que es esta. Su despotismo en la Serie A le permitiría reservarse veinte partidos y aun así ganarla.

Es una situación similar a la del Bayern. Pero los bávaros tienen delante al Real Madrid, que guste o no afronta su torneo, del que se siente propietario. Es además uno de los pocos clubes, si no el único, al que la arrogancia no le conduce a la autodestrucción, sino al triunfo. Una virtud, no un vicio. No creo, en cualquier caso, que sea algo que inquiete a Ancelotti, que regresa al Bernabeu. No complicarse la vida también es un arte, y cuando se sabe hacer con la juiciosa relativización de Carletto –probablemente más interesado en reservar mesa en su asador favorito que en volver locos a sus jugadores con alineaciones o planteamientos revolucionarios– se torna un arte notablemente fructífero.

Agazapados en el fondo, esperan Borussia y Mónaco. Los segundos son jóvenes, atrevidos y corren como maratonianos. Aparte, cuentan con el beneficio de que la presión –principal enemigo de un conjunto con estas caracterísiticas– no pende tanto sobre ellos, como ya ocurrió ante el City. La libertad para soñar, decíamos, es un agente sumamente poderoso.

Bonus track: en la Europa League, el Celta también dependerá de su estado de ánimo. Por paradójico que suene, puede que un rival de mayor entidad le hubiera favorecido para despojarse de esas presiones que le atenazaron por completo ante el Alavés. Ante el Genk deberá demostrar si ha asumido y aprendido de esta experiencia negativa que, según la teoría, curte y hace crecer a un equipo. Quizás la mejor forma de afrontar el reto es ser consciente de que por delante solo le quedan cosas buenas.

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