Opinión

La Diada

DURANTE MI estancia en Barcelona viví varias Diadas. El 11 de Septiembre en Cataluña es el equivalente al día de la Patria Gallega del 25 de Julio. No obstante, se vive de manera muy diferente en ambas partes de la geografía peninsular. En Galicia habitualmente es un día de playa y los gallegos celebramos nuestro día como un día más, porque para nosotros nuestra patria es la naturaleza y la gastronomía, que la celebramos los 365 días del año sin excepción. No hay mejor manera que celebrar el día de la patria gallega con tus amigos, con tu familia, con un buen vaso de albariño y acompañar el instante con calamares, pulpo y unas buenas vistas al Atlántico. No es una banalidad, sino que se trata de un concepto metafísico y filosófico que va desde la vista al paladar, desde el olfato al sentimiento, desde el presente a la memoria en un ejercicio de hedonismo y placer que alcanza lo sublime en estilo y estética.

También tengo vivido el 25 de Julio en la manifestación de la Plaza de la Quintana, plagada de banderas y cánticos. He saboreado un buen churrasco y bebido buen vino del país en cunca con Beiras y Novoneyra en la Carballeira de Compostela bajo el sol imponente del mediodía evaluando el estado del planeta en sobremesas geopolíticas y poéticas que constituían el mejor postre.

Cualquier forma es válida si la disfrutas, pero en Galicia tenemos un nacionalismo gastronómico, pues cualquier reivindicación o exaltación de la tierra acaba en el estómago, cuenco del alma. En Cataluña no. En Barcelona es un día híper politizado donde cientos de miles de personas salen a las calles a reivindicar su singularidad nacional, si es que existen ambos conceptos, singular y nacional. Algún día comprenderemos el idioma de los animales y le preguntaremos a un conejo cual es su patria. Probablemente contestará "la tierra, la hierba fresca del monte y la zanahoria".

Sigamos. En Barcelona es un día festivo donde se sale a tomar el vermut rojo por las terrazas de plaza San Joan o Gracia y por la tarde las avenidas del Eixample se llenan con cientos de miles de personas que vienen de todos los lugares de la geografía catalana para participar en su día. La marcha discurre lenta entre el gentío y finaliza en el Arco de Triunfo, donde tienen lugar conciertos musicales auspiciados por Omnium Cultural, con grupos bien seleccionados, que "hacen país", mientras los paquistaníes se forran vendiendo Estrella Dam a un euro por la calle.

Lo que ocurre en las manifestaciones multitudinarias es lo mismo que acontece en los conciertos o festivales de música, y es muy similar a lo que acontece en las liturgias evangélicas gospel. Al final, existe un inconsciente colectivo que hace que te sientas partícipe de un momento histórico y las neuronas se contagian de la exaltación llegando a mimetizarse con la masa en la absurda necesidad humana de sentir que forma parte de un grupo. Pero todo es ilusorio. Solo es una comunión masiva, casi religiosa, en la cual uno puede llegar a creerse que vive un momento trascendental irrepetible. Lo es, para su ser interno y para su memoria, pero después de reír o llorar, después de gritar, correr o bailar, al día siguiente canta el gallo del amanecer, sale el sol por el horizonte, abren las panaderías, el paraíso no ha llegado todavía y tienes que ir a trabajar.

Los periódicos harán un baile de cifras y todo quedará en fotografías, videos y selfies. La vida es sueño, ya lo decía Calderón. "Amaba la vida, amaba las flores, amaba los perros, y era un elegante con un toque de la vieja escuela, mensajes perfumados y citas furtivas", decía Gabriel García Márquez sobre Salvador Allende, que un 11 de Septiembre falleció en Chile tras el golpe militar. Ese hombre si, es para mi, un compatriota, un contemporáneo y un compañero. Porque antes que Chileno, era Internacionalista.

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