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La vida rápida

La velocidad representa otra de esas tendencias, como la ininteligibilidad, de la que toda gran propuesta debe hacer gala

LA ININTELIGIBILIDAD fue una tendencia de enorme prestigio en todo el mundo. En ciertos órdenes, tal vez aún lo sea. En aquel momento, durante el boom, si no aplicabas una dosis de dificultad a las cosas que hacías, como anunciar un coche en televisión, rodar una película o escribir una novela, incurrías en una vulgaridad que te pasaba factura. Te volvías uno más, y tu trabajo tomaba ese camino campestre que siguen las colillas chupadas cuando llueve y desfilan pegadas a la acera, formando un riachuelo, hasta encontrar la alcantarilla y precipitarse a su abismo, como si estuviesen buscando a su madre. Esta corriente cultural (sic) se apreciaba muy bien, o se aprecia, en el mundo de la moda.

En lo que a mí respecta, había perdido toda la fe en ella, después de que los diseñadores se pasasen décadas innovando diseños imposibles de llevar, pensados solo para ser fotografiados. Los grandes modistos abusaron de esta genialidad. Porque comprar un vestido carísimo, y que no pudieses vestirlo, a la fuerza debía ser una genialidad, pues de algún modo te estaba obligando a comprar otro. Si con ese otro —vamos a ponernos en lo peor— tampoco podías salir a la calle, entonces la genialidad era definitiva, perfecta. Entrabas en un bucle que acababa por arruinarte, y que te conducía a nuevos problemas, como dónde guardar todas esas prendas. En el armario no, porque el resto de la ropa, la que vestías para ir a trabajar, o al bar, o a deambular por las calles, protestaba.

La paciencia ha pasado a la historia. Podemos soportar muchas cosas, pero en ningún caso la espera

El proceso recuerda mucho a mi receta de las berenjenas rellanas al horno, que lleva berenjenas, carne, zanahorias, cebolla, sal y pimienta, y al final las tiro por el fregadero, porque nunca me han gustado las berenjenas. Cierto es que la moda está cambiando lentamente. Quizá demasiado lentamente, y por eso no ha cambiado demasiado, o nada. No se aprecia con nitidez en algunas pasarelas, quiero decir, pero sí en el hecho, por ejemplo, de que están inventando un tipo de camisa que no es preciso planchar. Lo leía hace un par de meses, ya no recuerdo dónde. Habrá quien diga que esto no es moda. Me importa una higa. Para mí lo importante es que al fin será fácil poner a tono una camisa, llena de botones y recovecos. Después de todo esto al fin podré tirar la plancha a la basura, como hago una vez al mes con las berenjenas, y sin haberla sacado nunca de la caja, lo que también es una genialidad.

Las prendas que no haya que planchar dejarán en nada aquella otra innovación que fue la teleplancha, y cuya suerte no sé en qué habrá quedado. Hace un par de años, en mi edificio, alguien colgó un anuncio elaborado con un procesador de textos, bastante caseramente, en el que publicitaba un servicio de "teleplancha" ultrarrápido. La velocidad a la que el anuncio aseguraba que se prestaba el servicio no era un asunto menor; ni nada por lo que hubiese que extrañarse. En realidad, la velocidad representa otra de esas tendencias, como la ininteligibilidad, de la que toda gran propuesta debe hacer gala. Casi es un requisito indispensable para que las cosas sucedan, a secas. En los tiempos que corren, ¿quién puede estar interesado en que le ofrezcan un servicio lentamente? La paciencia ha pasado a la historia. Podemos soportar muchas cosas, pero en ningún caso la espera.

Cada vez quedan menos cosas que se puedan hacer sin la presión de alguien para que estén concluidas. Tal vez el arte, la literatura... pero solo con muchos matices. Existen tantos intereses entre el acto creativo y la irrupción del mercado, que todo debe transcurrir a desmesurada velocidad. Hace unos días el semanario Ahora, en su primer número, trazaba un perfil de la periodista Renata Adler, cuyo arranque se te quedaba pegado al estilo de un buen estribillo: "Entró a formar parte de la plantilla de The New Yorker a los 25 años y pasó cuatro décadas allí. Lleva 30 años escribiendo la que será su tercera novela". Ojalá que, si algún día la acaba, se entienda.

*Artículo publicado el sábado 26 de septiembre de 2015 en la edición impresa

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