Las amantes de Manuel Quiroga

‘El arte existe sólo a través de las mujeres y el amor es la base de todo el arte’ declaró Manuel Quiroga a un periodista. Porque Manuel amaba a las mujeres, pero no a una sino a todas.
Ya desde muy joven el pequeño Manolito frecuentaba la casa de las hermanas Mendoza como intérprete de algunas veladas musicales. Con el tiempo mi abuela Pilar, su hermana, me confesó en voz muy baja que una de ellas estaba enamoradísima de Manolo, pero ahora mismo no recuerdo si se trataba de María o de Concha. De lo que sí estoy segura es de que algo habría.
Y no es de extrañar, porque Manolito era guapo, joven, con chispa, don de gentes y una sensual y exuberante melena. Los rumores de la época, y cotilleos de Pontevedra, nos hablan de una vida de alcoba un tanto ajetreada más allá de los Pirineos.
Martha Lemann, la que sería su mujer, se quedó conmocionada al oírlo tocar cuando ganó el primer premio del Conservatorio de París en 1911, y mientras él, en la calle, firmaba autógrafos a ‘unas inglesitas’. La vida es así de pintoresca. Y es que Manolo sabía perfectamente la fascinación que ejercía entre el público femenino que asistía a sus conciertos.
La única vez que habló de ‘su vida privada’ lo hizo a un periodista americano en 1914 sobre una mujer anónima: «Una vez, durante una de mis conciertos en París vi a una chica hermosa entre el público que me miraba fijamente. Tenía el rostro de un ángel y mientras la miraba a los ojos mi corazón se aceleró. Toqué para ella con toda mi pasión, como la de un hombre en un sueño, porque no podía ver nada, sólo esa cara adorable».
«Cuando el concierto terminó, cuando me iba del teatro, la conocí. Evidentemente, ella me estaba esperando. Nos miramos el uno al otro y me dijo-Tú me amas, me lo dijiste con tu violín. ¿Es cierto? -Sí - le dije- es verdad». Desaparecieron juntos a través de la niebla de París, y Manolo se negó a dar más detalles.
Pero de todas las mujeres la más fascinante es la misteriosa Rita, así, a secas. En una carta escrita un caluroso lunes 24 de agosto desde París y en francés, se comunicaba con él en clave, como los buenos espías: «Querido Manuel. En cuanto vengas a París házmelo saber y nos veremos un poco, espero».
Lo único que sabemos de Rita es que se llamaba Rita, que vivía en París en la calle del Éxito, y que tenía una casa en el campo: «Yo sigo en el campo hasta nueva orden». Planteándole un interesante reto: «Escríbeme de vez en cuando, si tienes valor» y para despedirse le manda un beso. Rita ya debía sospechar que Manolo estaba con otra.
Y la última, fue María Eladia Galvani de Bolognini, más conocida como Gigi. Mujer de pasado un tanto dudoso que abandonó a su marido, en Estados Unidos, para pegarse como una lapa al violinista. Gerardo Fernández Albor, que compartía mesa y café con Manolo y Gigi en el hotel Compostela de Santiago, me comentaba, que se notaba mucho, que él no estaba nada a gusto con ella.

De su mujer Martha dejamos de tener noticias en los años treinta y falleció en Francia en 1953. Cuando Manolo recibió un telegrama en Pontevedra anunciándole la triste noticia rompió a llorar amargamente. 

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