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Las mujeres que opinan...

Carmela Silva y Miguel Anxo Fernández Lores flanqueados por Diana López Varela y Susana Pedreira. GONZALO GARCÍA
photo_camera Carmela Silva y Miguel Anxo Fernández Lores flanqueados por Diana López Varela y Susana Pedreira. GONZALO GARCÍA

Los peligros se pueden medir en ibuprofenos y el segundo encuentro de las mujeres que opinan me ha costado, a estas horas del sábado, tres viajes al botiquín. Algún día echaremos la vista atrás y nos frotaremos los ojos para poder creernos la magnitud del congreso parido por Susana Pedreira y Diana López Varela pero, por el momento, me conformo con recuperar un tanto la compostura, recorrer el pasillo de mi casa sin apoyarme en las paredes y recordar los buenos momentos vividos en compañía de algunas de las protagonistas este fin de semana: la muerte, amigo mío, puede esperar.

Mientras en el escenario del Principal van sucediéndose las intervenciones –soberbia nuestra Chus Gómez Dorrego, por ciertouna larga cola de fieles empieza a rodear el edificio para solicitar las Tres Gracias en la pequeña capilla de plaza Tetuán. Es una metáfora magnífica del mundo en el que vivimos, uno en el que la esperanza se sigue depositando a los pies de una talla de madera mientras se desconfía, sistemáticamente, de las mujeres que reclaman lo que durante siglos les ha sido negado.

Hace pocas fechas, Susana me preguntó ante los micrófonos de Onda Cero si me consideraba feminista. "¡Qué más quisieras!", me dijo el ángel de bolsillo. "Di que sí, imbécil; cuélgate esa medalla", insistía el yo demonio. Al final opté por reconocer lo evidente: que sigo siendo el machista que educó el rodillo heteropatriarcal pero en proceso voluntario de reinserción, o al menos en el intento. Lo que sí me considero -en parte es gracias al movimiento feminista en general, en parte gracias a Diana, mi monitora particular de bad machiruling- es un ciudadano con los ojos más abiertos, que ha aprendido dónde mirar para descubrir todas esas pequeñas chinitas que siempre terminan en los mismos zapatos.

Los de Lorena G. Maldonado, por cierto, llevan unas plataformas cuadradas muy llamativas, me he fijado mientras compartimos mesa en una terraza. Teclea a toda prisa porque en Madrid esperan su columna de los sábados y solo se detiene para dar sorbos a su copa de albariño. "Ahora estoy contigo, hermano", se disculpa con ese acento suyo de malagueña en el exilio, doblemente andaluz. Hace tiempo que la leo y no deja de admirarme ya no su talento, que lo regala al por mayor en cada texto, en cada tuit, sino por la seguridad de quien no teme reclamar todo cuanto le pertenece: ni una pizca menos. Es arrolladora, Lorena; toda una punky de seda. En la mesa también se sienta Gemma Herrero. No puedo verle los zapatos porque tiene los pies escondidos bajo la mesa pero bien podría calzar botas de tacos, tacos afilados y de aluminio, ideales para esta madrileña ácida y expeditiva. La conocí hace años, a través de las redes sociales, y terminó mandándome a la mierda –en sentido figurado- por un ataque de tinte machista que improvisé, cierto día, contra otra periodista amiga suya. Como ya he dicho, estoy en pleno proceso de reinserción pero, por entonces, era un verdadero terrorista además de un cegato de manual, de esos que no ven el drama de sus actitudes hacia las mujeres aunque el drama le muerda, furioso, las orejas.

Mientras Lorena apaga el ordenador y las bebidas siguen llegando a la mesa, empieza a caer una lluvia fina que va a calando a los fieles del Cristo Nazareno. Me parece una imagen potentísima de lo que estas pequeñas sumas asociativas están provocando en un mundo que solo restaba por restar, que se resiste a aceptar los cambios y no es capaz de ver en el feminismo el único movimiento político actual de auténtico valor. Se equivocan quienes tratan de silenciarlas bajo la bandera del miedo, quienes tratan de estigmatizarlas con argumentos burdos, fracasarán los que intenten impedir su avance o minimizar su poder. ¿Saben por qué? Porque son más, porque son fuertes, decididas, preparadas e implacables y, por si todo esto fuera poco, además huelen muy, muy bien: cómo no amarlas.

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