DIARIO DE UN CONFINADO

Los niños, al banco

Una mujer vuelve a casa en compañía de sus tres hijos tras hacer la compra. EFE
photo_camera Una mujer vuelve a casa en compañía de sus tres hijos tras hacer la compra. EFE

10:00
Imaginemos que tiene usted 12 años. No es difícil. O ya los tuvo o los tendrá, eso seguro. Pues viene una pandemia y la encierran en su casa durante dos meses. Se aburre, las horas parecen no transcurrir y usted llora y patalea desesperada. Pero de pronto viene la ministra Celáa y dice que en pocos días se iniciará la etapa de desescalada y que empezará por los niños y las niñas, como es su caso. Usted, con la emoción de una pronta libertad, no puede contener los nervios, como cuando sabe que en pocos días llegarán los Reyes Magos.

Por fin llega la noticia, por boca de la propia ministra: "Niña, a partir de mañana puedes acompañar a tu mami al supermercado o al banco". Lo menos que puede hacer usted, querida amiguita, siendo como es una persona razonable, es coger un bate de béisbol y partirle las piernas a la ministra, al presidente y a todo el Gobierno. ¿Qué carajo de medida es ésa? Para una persona de esa edad acompañar a papi al banco es un castigo. Preferirán quedarse en casa haciendo un puzzle, jugando a la consola o golpeando una pared a cabezazos. Por pura lógica, ya que todo el mundo es especialista en pandemias y yo no voy a ser menos, un niño estará menos expuesto a contagiar o ser contagiado en una plaza o en una alameda, donde es más fácil mantener distancias de seguridad que lamiendo el mostrador de un banco, pero qué sabré yo, que soy gordo y llevo gafas. Me como un plátano.


11:30
Me reenvían del periódico una carta de alguien de la BRILAT. Resulta que el otro día escribí esto: "Veo a unos militares fingiendo que desinfectan las inmediaciones del hospital, aunque más bien parecen labriegos sulfatando una viña sin mayores ganas". Piden que me disculpe. No sólo lo hago sin reparo alguno, sino que con gusto rehago mi relato, que a partir de ahora queda como sigue: "Los militares, perfectamente adiestrados en labores de desinfección, ponen todo su empeño y más en dejar el lugar libre de todo rastro de coronavirus. No había visto cosa igual en mi vida. ¡Con qué entusiasmo realizan su labor! No descansan un segundo. Ni el sol abrasador, ni las horas de esfuerzo acumuladas merman un ápice su innegable vocación de servicio. Concienzudamente, milímetro a milímetro, sin ceder al cansancio, dejan el lugar limpio como una patena". Me como un plátano.


13:30
Enterado de mi reciente hospitalización por falta de potasio, mi ángel de la guarda, Gerardo Lorenzo me pide que baje al portal, donde me espera para entregarme todo el potasio de Pontevedra y una empanada. Hoy le tocaba reparto y volvió a acordarse de mi familia, que tan agradecida le está. Me como un plátano.


14:00
Estos días me llamó mucha gente interesándose por mi potasio. Me dice el alcalde Lores que siguen trabajando como siempre, pues aunque la actividad pare, el Gobierno trabaja igual. No lo van a dejar a monte y hacen todo lo que pueden por prestar servicios sociales, que son ahora lo más importante. Luego me dice que me cuide y que tiene que colgar porque se le escapó el perro. Ojalá todo haya salido bien. Me como un plátano.


15:00
Comemos una sopa china que hizo mi señora. No pongo aquí la receta porque la desconozco, pero está la mar de bien. Me como un plátano.


17:15
Caigo en la cuenta de que vivimos una mala película de ciencia ficción. En el cine del subgénero de pandemias, suele morir la mayor parte de la humanidad y el resto sobrevive como puede enfrentándose a hordas de zombis o a un ataque alienígena. Si un guionista hubiera llegado hace tres meses a una productora proponiendo una historia en la que el mundo se derrumba por un virus que mata a unas 200.000 de personas y aún por encima no hay enemigo que quiera acabar con el resto, lo hubieran echado a patadas. Pues está ocurriendo. El mundo entero parado, la industria parada, el turismo parado, el caos absoluto. Vivíamos en un estado de fragilidad despampanante, ajenos a nuestra debilidad. Lo malo es que queremos que esto pase pronto para volver a él, para recuperar esa vida tan injusta, tan desigual y tan ingrata. Merecemos la extinción. Tanto hemos evolucionado que nos hemos convertido en una especie débil y sobrevalorada. Me como un plátano.


18:45
Leo que se han suspendido los Sanfermines. ¿Es que alguien creía que se podrían celebrar? No me duele, y menos cuando la suspensión de cada evento se cuantifica en pérdidas de dinero. Que sin las fallas se dejarán de ingresar tantos millones, que si en el festival de no sé dónde se perderán otros cuántos y todo así. Pensándolo bien, lo que nos está matando no es tanto el bicho como el dinero. Todo lo que en esta vida hemos construido lo hemos hecho por dinero. El dinero ha desplazado a otros valores mucho más humanos, como la concordia, el amor, la amistad o la solidaridad. Me como un plátano.

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