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Luis el falsificador

Sabida es la pujanza que la emigración gallega imprimió en todos los países a los que iba llegando. Argentina y Cuba fueron los dos lugares donde los gallegos tuvieron tanta importancia que en períodos más o menos largos hasta llegamos a gobernar ambos. Fernando de la Rúa fue presidente de la Argentina y qué decir de los hermanos Castro, que hicieron una de las revoluciones más famosas de la Historia.

José Trujillo y Monagas fue un canario. De Canarias, quiero decir. Fue practicante en un hospital y, trasladado a Cuba, ejerció como médico, policía y abogado. También fue abuelo del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, pero de eso no tuvo culpa, o sí, no lo sé. Durante su etapa como policía recopiló información de los casos criminales más destacados en los que había intervenido en Cuba y los recopiló en un libro, ‘Los criminales de Cuba’, que fue reeditado no hace mucho.

En esa obra da cuenta de cinco delincuentes gallegos de cierta entidad, pero yo me quedo con la historia de Luis Gregorio y Alonso, gallego, soltero de 35 años e hijo de Domingo y Andrea, de profesión ejecutor de apremios, fuera eso lo que fuere. Luis Gregorio fue el cabecilla de una banda de falsificadores que trajo de cabeza a la policía cubana durante un buen tiempo. El primero de noviembre de 1880 el policía Trujillo ordenó la detención de toda la banda, tras seguirles la pista por medio mundo. "Desde hacía mucho tiempo se les venía vigilando", dice el policía.

Luis Gregorio era un hombre escurridizo, por lo que se ve. Sus continuos viajes al extranjero habían levantado las sospechas de la policía, que había incluso conseguido rodear al gallego de confidentes, pero nunca encontraban pruebas. Llegaron a detenerlo una vez, de vuelta de Nueva York, pero tuvieron que soltarlo por no encontrar nada incriminatorio.

Para el poli Trujillo era humillante: "No era posible por más tiempo sufrir con calma y a sabiendas los manejos de D. Luis Gregorio". La detención aquel día de noviembre fue totalmente arbitraria, según reconoce Trujillo. No detuvieron a Gregorio y a sus secuaces por haber encontrado al fin las pruebas deseadas, sino para ver si en los registros o los interrogatorios sacaban algo en limpio.

En un registro en el domicilio de Gregorio encontraron una llave y el recibo de una casa en alquiler

En un registro en el domicilio de Gregorio encontraron una llave y el recibo de una casa en alquiler. Se fueron a la dirección por si la llave abría aquella casa, como así fue. Y allí, en el número 19 de la calle del Cristo, donde "sorprendió la casa que real y positivamente tenía Luis Gregorio para fabricar papel sellado y efectos timbrados del Estado". Encontraron en aquella casa efectos ya impresos por valor de 36.000 pesos. No parece que le haya ido mal a nuestro héroe falsificador. Pasó poco más de un año en prisión. A la altura de febrero de 1881 ya estaba libre, tanto él como toda su banda.

Parece que el poli Trujillo estaba obsesionado con aquel caso, pues tras el registro del taller de falsificaciones, según cuenta él mismo, "se presentó con aire triunfante a buscar a su jefe, y éste a su vez al excelentísimo Sr. gobernador civil y los llevó a la casa". Debió ser un caso muy sonado, pues por resolverlo hicieron a Trujillo comandante honorario de las Milicias de Caballería, mérito que más bien debiera corresponder a Luis Gregorio, pues de no haber montado el taller nada de esto hubiera sucedido.

La prensa cubana cubrió con entusiasmo la desarticulación de la banda. Según La Correspondencia de Cuba, encontraron planchas para imprimir sellos postales, para papel judicial, para patentes de sanidad y así "hasta 22 falsificaciones distintas de efectos timbrados de la Hacienda". La Voz de Cuba, por su parte, señalaba que "Hace tiempo que la baja que experimentaba la venta de efectos timbrados en esta capital llamaba poderosamente la atención y daba lugar a cálculos y suposiciones". O sea que no se vendía papel timbrado oficial porque nuestro buen amigo Luis Gregorio y Alonso inundaba el mercado con su producto más barato. Añadía el periodista, sin poder ocultar su admiración hacia el líder de la banda: "personas competentes aseguran que el papel falsificado en nada se diferencia del verdadero, pues hasta tiene la contraseña oculta de la fábrica del timbre".

A ver, que tampoco estoy aquí proponiendo que le montemos una estatua a Luis Gregorio, pero no es cosa de negarle el talento artístico, la capacidad para formar y liderar un equipo y la visión de negocio que el hombre tuvo. Tampoco es a estas alturas cosa de reprocharle al buen hombre sus delitos. Como mínimo es recomendable dar a este personaje la importancia que se le dio en su día y que llevo al poli Trujillo a dedicarle el capítulo más extenso y decoroso de su libro. Si para Trujillo era importante, debe serlo para nosotros, compatriotas de Luis Gregorio, el mejor falsificador de la historia de Cuba, que no es poca cosa.